–Me gusta que no digas nada, que entres en mi mente y me dejes hacer lo que tengo que hacer.
–Perfecto mentor, Micky, mentor… Nos vemos cuando hayas llegado a tu morada.
Juan el asistente volvió a meterse en la cabeza del chico que, gracias a su GPS mental, avanzó automáticamente hacia donde tenía indicado que estaría su casa; así llegó a una calle bien iluminada y recién ahí pudo divisar todo el panorama.
Era su primera mirada de algún lugar del planeta Tierra, algo que en Tac nadie había visto jamás.
Advirtió que se encontraba en una ciudad con casas bajas y amplias aceras y pudo notar mucha vegetación a los costados de las calles, en las que transitaban pocos vehículos.
Siguiendo su camino se cruzó con uno o dos terrícolas que ni siquiera notaron su presencia pues también iban mirando sus aparatos, que Micky finalmente reconoció como teléfonos móviles. De pronto, con lógica, pensó: “Si la orden es pasar inadvertido, yo también debería ir caminando mirando la pantalla de un móvil”.
Buscó en su mochila y encontró su celular ya encendido. Ima había pensado muy bien en las cosas que le iban a ser útiles para su estadía en la Tierra.
Continuó andando y, de pronto levantó su mirada y pudo ver, brillante y redonda, a la Luna. En Tac él había observado y estudiado millones de cuerpos celestes; sin embargo, al contemplar la luna, tan plena, experimentó algo que en su planeta, donde se refrenaban los sentimientos, jamás habría podido: lo extraordinario que para él era estar allí y la sensación de percibir algo parecido al temor. Temor de que lo descubrieran, de no alcanzar sus logros o de defraudar a sus padres.
Todas esas emociones no duraban un segundo porque su OSS las atrapaba también en el planeta Tierra y es que, debajo de su avatar, por dentro continuaba siendo quien realmente era: el representante de una civilización ultraavanzada donde los sentimientos no tenían cabida y al que habían hecho cruzar todo el cosmos para estudiar, precisamente, un sentimiento.
Sus pasos lo llevaron a un edificio sencillo de tres pisos; allí estaba el que sería su hogar.
Cada momento en ese planeta iba tornándose familiar para él, así que no se sorprendió cuando sacó automáticamente un llavero con tres llaves de su bolsillo y supo cuál abriría el portón de entrada. Tras cerrarlo, su mente lo guio hacia unas escaleras. Con los poderes de su organismo tac podría haber flotado hacia su destino o desintegrado sus átomos para volverlos a integrar donde él quisiera. Pero en la Tierra eso estaba prohibido por lo que, con su mochila a cuestas y su teléfono móvil en una mano, comenzó a subir peldaño tras peldaño como cualquier terrestre.
Mientras ascendía por esa escalera casi sin luz, de pronto se detuvo, se agachó y ahí las vio. Hormigas trabajando en perfecta armonía, en espectacular organización. Se acercó a ellas y les susurró:
–A ustedes debería estar investigándolas, tan inteligentes y perfectas.
–¡Permiso! –escuchó sobresaltado, pero su OSS lo calmó. De la parte superior de la escalera apareció un ser humano, con una bolsa negra llena en la mano y el teléfono móvil en la otra. El hombre bajó apurado y se dio vuelta hacia Micky, explicándole su prisa.
–Perdón, pero debo sacar los residuos ya mismo antes de que pase el recolector.
Abrió el portón, salió y el muchacho fue tras él para ver qué hacía. Todo podía ser sujeto de su estudio. ¿Habría pasión en sacar la basura?
El hombre dejó la bolsa apilada junto a otras y se quedó mirando la pantalla del aparato rectangular mientras con dos dedos la apretaba a intervalos cortos e irregulares.
Micky decidió continuar subiendo hasta que llegó a la puerta del departamento 2º C; según su programación ese era su nuevo hogar. ¿Qué encontraría allí?
Antes de que pudiera meter las llaves, repentinamente la puerta se abrió y apareció un personaje singular: medía 1,80 metros y tenía cabello largo oscuro, un gran físico, grandes ojos, y una enorme sonrisa.
–Hola Micky, bienvenido. Soy Ene –se presentó–, desde ahora, tu mamá en la Tierra. Entra, entra a tu casa.
Era una cíborg humana, parte de lo que le habían organizado en Tac para exhibir una vida terrestre normal y que nadie sospechara de él.
Micky entró al departamento; en la sala había una mesa con un mantel y alrededor de ella había algunas sillas. En un rincón había un largo sillón color café y frente a él, un televisor encendido, donde pudo ver a dos personas hablando en lo que, gracias a sus archivos mentales, reconoció que era una telenovela.
–El profesor Zen me envió antes que a ti para recibirte –le explicó Ene–. Estoy capacitada para parecer una madre terrestre. Sé hacer los quehaceres, tengo información del vecindario por si tengo que chismosear, sé cocinar aunque no es necesario que lo haga porque yo soy una cíborg y no como y tú eres un tac que te nutres de la respiración. Pero, para que veas mis capacidades te hice… estas ricas chuletas con mermelada, ¿qué te parecen?
Ene le mostró a unos trozos de carne cocidos, untados con mermelada de frambuesa, algo que no figuraba en sus archivos mentales. ¿De dónde habría sacado esa receta? Micky pensó que tal vez el programa de la cíborg no estaba tan ajustado. Pero no era lo importante en ese momento.
–Te sugiero que no me llames Ene, sino que me digas mamá –indicó–. Los niños aquí, por lo general no llaman a sus madres por el nombre. Puedes decirme madre, mamá, mami, o si necesitas algo puedes gritar “Maaaaaa…”.
–¡Shhh! –la silenció él–. Entiendo lo que me dices, Ene… digo, mamá.
Se sorprendió por llamar mamá a alguien que no lo era, aunque a partir de ahora lo sería en la Tierra.
–Mamá, si te parece bien, continúa con lo que estabas haciendo, que yo ordenaré mis ideas.
–A la orden –respondió la cíborg, que se sentó en el sillón, tomó el control remoto y empezó a mirar otra telenovela.
Micky consideró que él también debía llevar una vida terrestre normal. Estaba programado para realizar conductas humanas así que, por ser de noche debía dormir y, de paso, regenerar su avatar.
Su mente pensaba cómo lograr su objetivo lo más pronto posible para volver a su planeta, por lo que decidió no perder tiempo e iniciar allí mismo la tarea de encontrar su algoritmo. Cuanto antes empezara, más pronto se iría de ese mundo loco donde lo único que le interesaba eran las hormigas.
Pero… ¿Por dónde comenzar? ¿Dónde podía encontrar rastros de la pasión?
Desde adentro de tu mente una voz le susurró: “Si quieres te ayudo, si quieres te ayudo”.
Era Juan el asistente. Micky decidió convocarlo; era mejor tenerlo flotando junto a él que hablándole dentro de su cabeza. El ser fosforescente apareció y le propuso:
–¿Por qué no miras en el aparato rectangular que todos llevan en la mano? Hay algo llamado Google que permite buscar cosas. Por ejemplo, qué es para los humanos la pasión.
Como no tenía una idea mejor, el chico deslizó sus dedos por la pantalla, encontró el buscador y escribió: “Pasión”.
De inmediato halló una definición que señalaba: “Sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón”. Siguió buscando y encontró: “Pasión: Sentimiento muy intenso, desbordante por otra persona, por uno mismo, por alguna actividad, deporte o idea”.
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