Resuelve hoy, por lo tanto, en el bendito nombre de Jesús, que cada día beberás de esa fuente inagotable que es el amor de nuestro Padre celestial. El resultado será que “tus raíces” penetrarán profundamente en su amor, y “tus ramas” se extenderán para compartir con quienes te rodeen el incomparable amor de nuestro maravilloso Salvador.
Gracias, Señor Jesús, por enseñarme que tu Padre es también mi Padre; y porque, en tu nombre, puedo tener acceso al Trono celestial. Al comenzar este nuevo día, quiero tener la seguridad de que siempre estarás conmigo, y de que tu gozo y paz inundarán en todo momento mi corazón.
18 de marzo
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
¿Qué determina el verdadero valor de un regalo? En opinión del profesor Robert A. Emmons, el valor de un regalo, y el correspondiente sentimiento de gratitud que despierta en quien lo recibe, depende mayormente de dos factores ( Thanks! , p. 126).
El primer factor se refiere al costo del obsequio, no en términos monetarios, sino cuánto le “costó” al dador en términos de esfuerzo personal, de haberse privado de algo que necesitaba, para darlo a alguien como expresión de amor o como muestra de aprecio.
Este primer aspecto del verdadero valor de un obsequio me recuerda una experiencia de mi boda. Esther, que para entonces trabajaba en la Administración Pública, envió tarjetas de invitación a varios ministros del gobierno nacional, aunque sabía que no asistirían a la ceremonia. Varios ministros nos enviaron obsequios de muy buena calidad. La pregunta aquí es: ¿Cuánto “costó” a estos funcionarios públicos, en términos de esfuerzo personal, el regalo que nos enviaron? No quiero aparecer como ingrato, pero me temo que no fueron ellos los que compraron personalmente los regalos.
El segundo factor, escribe Emmons, tiene que ver con el motivo que impulsa al dador. ¿Regalo solo para cumplir con una formalidad? ¿Para salir del paso? ¿Para no quedar mal? ¿O porque “esta persona ya me había dado un regalo”?
¿Puedes pensar en un ejemplo bíblico que ilustre bien lo que venimos diciendo? El primero que viene a la mente es la ofrenda de la viuda pobre, puesto que en esas dos moneditas ella dio “todo el sustento que tenía” (Luc. 21:4).
Sin embargo, mi mente se traslada al Calvario. Ahí contemplo la mayor de todas las ofrendas, el supremo regalo, que el Cielo nos dio en la persona de nuestro maravilloso Salvador, Cristo Jesús. ¿Cuánto le costó al Padre entregar a su amado Hijo? Las palabras no lo pueden expresar. ¿Y con qué motivo lo entregó? “Para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”.
Lo más sorprendente en todo esto es que ese precioso regalo lo recibimos, no porque amábamos a Dios, sino porque “él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 4:10, NVI).
¡Gracias a Dios por su Don inefable! (2 Cor. 9:15).
Te alabo, Padre, porque en el don de tu Hijo diste todo el cielo con tal de salvarme. Ayúdame a compartir este supremo don con todos aquellos con quienes me relacione hoy.
19 de marzo
“Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados” (1 Pedro 4:8, NVI).
¿Cuál es la diferencia entre amor incondicional y amor condicional? En opinión de la doctora Rachel Naomi Remen, la pregunta está mal formulada. Debería decir, la diferencia entre amor y aprobación. Por naturaleza, dice ella, el verdadero amor siempre es incondicional. La aprobación, en cambio, implica que la otra persona primero debe cumplir con ciertas condiciones para “merecer ser amada” ( Kitchen Table Wisdom , p. 47).
Si, por ejemplo, mis hijos sienten que primero deben traer a casa excelentes calificaciones para ser amados, entonces lo que de mí están recibiendo es aprobación. Si para recibir muestras de cariño mi esposa primero debe cumplir con ciertas condiciones, pensar como yo, comportarse como a mí me gusta... entonces, lo que está recibiendo es aprobación.
¿Amamos a nuestros familiares y amigos por lo que son como personas, o por lo que hacen? ¿Podría suceder que, sin darnos cuenta, le estemos “poniendo precio” a nuestro amor, y ellos, en su deseo de agradarnos, se estén esforzando por pagarlo? El siguiente relato, publicado originalmente por Reader’s Digest, y comentado por John Powell, servirá de ilustración ( Unconditional Love , p. 75).
Powell cuenta la historia de Katie, una joven considerada por sus padres y amigos como la joven perfecta. Sin embargo, una noche, mientras su madre estaba en la iglesia, Katie trató de quitarse la vida. Gracias a Dios, la joven sobrevivió. Según el psiquiatra que la atendió, Katie nunca había sido “ella misma”, sino que creía que tenía que ser todo lo maravillosa que sus padres pensaban que ella era.
Cuando su madre le preguntó al psiquiatra por qué Katie había llegado a esa conclusión, él respondió que, al actuar de manera agradable, ella pensaba que se hacía merecedora del amor de la gente.
John Powell concluye el relato diciendo que, por un lado, los padres de Katie habían edificado un pedestal, al cual ella había logrado subirse; y ella, por su parte, durante años había desempeñado ese papel creyendo que era el precio de admisión requerido para merecer su amor.
“Precio de admisión”. ¿Es eso lo que, quizá sin darnos cuenta, estamos cobrando a nuestros seres queridos para amarlos? Pero no es así como nos ama Dios. Por su gracia, él nos acepta como somos; y por su gracia, nos trasforma en lo que debemos ser. ¡Sin precio de admisión! ¿Por qué entonces ponerle precio a nuestro amor?
Padre celestial, quiero amar como tú me amas, sin requisitos previos ni condiciones. Te pido que hoy tu Santo Espíritu me llene del amor de Cristo, pues solo así podré reflejar su carácter ante quienes me rodean.
20 de marzo
¿Sacrificio o privilegio?
“Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24).
Tomar la cruz de Cristo y seguirlo: ¿Es esto un sacrificio? Dejemos que David Livingstone, el célebre misionero y explorador británico, responda. Livingstone ya era un héroe nacional cuando en marzo de 1866 decidió regresar al continente africano, con el objeto de continuar con la misión que había comenzado en 1840. ¿Cuál era esa misión? En una carta a su hermano Charles la menciona: “Soy un misionero de todo corazón. El Hijo de Dios fue misionero y médico. Yo soy, o deseo ser, una pobre imitación de lo que él fue. En su servicio deseo vivir, y en su servicio deseo morir” ( God’s Witnesses. Stories of Real Faith , p. 205).
El caso es que, durante años, nada se sabía de él. “¿Dónde está Livingstone?”, era la pregunta que la gente se hacía. Entonces James Gordon Bennett, fundador y editor del New York Herald , decidió comisionar a su reportero estrella, Henry Morton Stanley, para que viajara al África y encontrara a Livingstone, sin importar el tiempo ni el dinero que debiera emplear.
Stanley llegó al África el 21 de marzo de 1871, pero fue el 10 de noviembre de ese año cuando pudo encontrar a Livingstone en una pequeña aldea en las orillas del Lago Tanganica. Lo encontró, pero no logró convencerlo de que regresara a casa. Al contrario, las provisiones y las medicinas que Stanley llevó solo sirvieron para que Livingstone continuara haciendo su obra en favor de las almas necesitadas. Hasta aquel 1˚ de mayo de 1873 cuando, de rodillas y en actitud de oración, fue encontrado muerto junto a su cama.
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