Fernando Zabala - Nuestro maravilloso Dios

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Nuestro maravilloso Dios es una extraordinaria obra que abunda en relatos inspiradores de la vida real. Te hará recorrer cada día del año con las promesas del Señor para sus hijos. Reflexiones sencillas que te llenarán de aliento para tus desafíos cotidianos. Los mensajes te recordarán el poder, el amor y las promesas del Señor; de tal manera que, cuando el día sea radiante, agradezcas a Dios; por sombrío que sea tu recorrido, dependas de él; por incierto que percibas tu futuro, confíes en sus maravillosas promesas.

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Oh, Demas, ¡cuán diferente habría sido tu final si, en lugar de poner tus ojos en el mundo, los hubieses puesto en Jesús, el Autor y Cnsumador de nuestra fe!

Padre celestial, al igual que el apóstol Pablo, hoy quiero gloriarme en la Cruz de Cristo y, con tu poder, tener ojos solo para él. Solo así podré culminar victoriosamente la carrera de la fe.

12 de marzo

¿Una estrella más en la corona?

“Al ver las multitudes [Jesús] tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

¿Qué emoción embargaba el corazón del Señor Jesús al ver que las multitudes estaban desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor?

Profunda compasión. Cada vez que nuestro Salvador estaba en presencia del sufrimiento humano, la Escritura dice de él: “Tuvo compasión”.

En griego, la expresión “tuvo compasión” significa “sentir con las entrañas”, y alude a los sentimientos más profundos que un ser humano pueda experimentar. En el caso particular de Jesucristo, ese sentimiento siempre iba acompañado de acción: él siempre hacía algo para liberar al oprimido y sanar al doliente, sin esperar nada a cambio.

¿Cómo respondemos tú y yo en la presencia del dolor? ¿Y cuál es la motivación que nos impulsa, por ejemplo, al dar una donación o un estudio bíblico? ¿Es el amor a las almas o es el interés por la corona?

El siguiente relato que narra el profesor Helmut Thielicke resulta muy iluminador al respecto ( Life Can Begin Again , p. 83). Escribe Thielicke que, en una ocasión, fue testigo del interés especial que una enfermera mostraba por los pacientes que atendía. Él mismo había estado enfermo, y había podido comprobar de primera mano lo mucho que ella se esmeraba por cada enfermo. Durante veinte años, ella había realizado esa labor fielmente. Entonces Thielicke decidió preguntarle por qué lo hacía, y de dónde sacaba las fuerzas para realizarla, a pesar del sacrificio que su trabajo exigía.

–Pues, verá usted –respondió la enfermera, con una expresión radiante–, cada noche que trabajo le añade otra estrella a mi corona celestial. ¡Y ya tengo 7.175!

El chasco que sufrió el profesor Thielicke no pudo ser mayor. En un instante, tanto su admiración por la enfermera como su sentido de gratitud desaparecieron. Para esta mujer, los pacientes eran simplemente un medio para alcanzar un fin. Los veía, no como seres humanos en necesidad de ayuda, sino como estrellas que cada noche sumaba a su corona. ¡Y las tenía contadas: 7.175!

¡Cuán diferente el ejemplo que nos dejó el Señor Jesús! ¡Su corazón rebosaba de compasión por cada ser humano! ¡Esa era su motivación al servir! Esa fue también la razón por la que dejó el cielo, y por la que murió clavado a una cruz. ¿Deberíamos nosotros cumplir la misión que él nos dejó con una motivación diferente?

Bendito Jesús, lléname hoy de tu Santo Espíritu. Así mi única motivación al servirte será la gloria de tu santo nombre, ¡porque solo tú eres digno de llevar la corona!

13 de marzo

¡Gracias!

“Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

¿Conoces a alguna persona que nunca dice “gracias”? En su libro I Heard the Owl Call My Name [Escuché al búho decir mi nombre], Margaret Craven menciona el caso, no de una persona, sino de todo un pueblo, que no dice “gracias”. Se trata de los indígenas Kwakiutl, en la costa noroeste del Pacífico.

Cuando Mark, un joven misionero, fue enviado a servir en ese territorio, fue advertido al respecto: “Hay algo que debes entender”, le dijeron: “ellos no te van a dar las gracias. La palabra “gracias” no existe en su idioma (p. 20).

Durante el transcurso de su ministerio, Mark se dio cuenta de que los Kwakiutl eran muy generosos. ¿Cómo podía ser que no supieran decir “gracias”? En su momento, supo el porqué. Cada vez que alguien era objeto de un acto de bondad, esa persona a su vez lo retornaba con otro acto de bondad. Por cada favor, los Kwakiutl respondían con otro favor, en ocasiones superior al que habían recibido. Es decir, demostraban su gratitud, no con palabras, sino con hechos.

Curiosamente, la costumbre de los Kwakiutl armoniza con la manera en que el Diccionario de la Real Academia Española define “gratitud”: “Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”. Es decir, por un lado, la persona agradecida reconoce que ha sido objeto de un acto de bondad; por el otro, corresponde a ese favor de alguna manera.

¿Cuán agradecido eres? En primer lugar, pensemos por un momento en las bendiciones que a diario recibimos.

¿Hay pan en nuestra mesa? ¿Hay un techo que nos cobije? ¿Tenemos un trabajo que nos provea el sustento? ¿Una familia que nos quiere? ¿Buenos amigos? ¿Un Padre celestial que nos ama entrañablemente? La lista es interminable.

Ahora la segunda parte: ¿Cuán a menudo expresamos nuestra gratitud por estas bendiciones? Pues, ¿sabes qué? ¡Este es un buen momento para hacerlo! Primeramente, comencemos el día dando gracias a Dios por lo mucho que nos ama, y porque nada nos falta. En segundo lugar, resolvamos hoy decir “gracias” a alguien –el cónyuge, un hijo, un amigo o amiga– a la manera de los indígenas Kwakiutl; es decir, haciendo algo bueno por esa persona.

¿Puedes pensar en alguien a quien puedas agradecer hoy? ¿Qué podrías hacer por esa persona, o qué podrías decirle, que le muestre tu agradecimiento?

¡Gracias, Señor, porque nada me falta, y por tantas personas buenas a mi alrededor!

14 de marzo

Esperar en Dios

“Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13, NVI).

¿Cuál fue el gran descubrimiento del siglo XXI? En opinión de William James, considerado por muchos como el fundador de la Psicología moderna, ese gran descubrimiento consistió en entender que el ser humano puede cambiar su vida al cambiar su actitud ( The Speaker’s Sourcebook , p. 57).

Hoy es un hecho generalmente aceptado en el ámbito de las ciencias sociales que la vida de una persona se ve afectada, no solo por los hechos que experimenta a diario, sino especialmente por la forma en que reacciona ante esos hechos, sobre todo, si son dolorosos.

Un ejemplo que ilustra bien esta gran verdad lo encontramos en el Nuevo Testamento, en la experiencia de Ana, la profetisa. Según la Escritura, Ana era una mujer de edad muy avanzada. “Había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Luc. 2:36, 37).

¿Te diste cuenta de lo que dice el texto anterior? Esta mujer perdió a su marido después de solo siete años de estar casada, y durante el resto de su vida había vivido sola. Sin embargo, no se había alejado de Dios; al contrario, había seguido orando y sirviendo en el Templo.

¿Qué permitió a Ana asimilar el golpe que significó la pérdida de su esposo? Esta buena mujer se contaba entre quienes “esperaban la redención de Jerusalén” (vers. 38). Es decir, en lugar de vivir mirando hacia atrás, hacia su pasado, Ana había puesto su esperanza en el futuro, en el día cuando la promesa del nacimiento del Mesías se cumpliría. ¡Y Dios le concedió ese privilegio! En el mismo momento en que Simeón tomaba al Niño en sus brazos y alababa a Dios, Ana se presentó y pudo contemplar al Redentor de Israel.

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