Gracias, Señor Jesús, por tu promesa de estar conmigo en medio de mis pruebas. En este mismo instante te entrego mis cargas, para que las lleves sobre tus hombros; y a cambio recibo tu yugo, tu descanso y tu perdón.
28 de febrero
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Hace unos años, mientras revisaba las revistas que en el mostrador de una iglesia se colocan para regalar, vi una portada que me llamó la atención. Aparecía la foto de LeBron James, para entonces el mejor jugador de basquetbol del mundo, con el uniforme de Cleveland Cavaliers, su “nuevo” equipo. Se trataba de un artículo escrito por Martin Surridge, profesor de Inglés de Lynden, Washington (“When Betrayal Deserves Forgiveness”, Insight , enero 24, 2015, pp. 8-10.).
El argumento del artículo era sencillo, pero poderoso: ¿Por qué los fanáticos de Cleveland estaban dispuestos a perdonar a LeBron, siendo que no había nada que perdonar? En opinión del autor, LeBron James no traicionó a su equipo Cleveland Cavaliers cuando, siendo agente libre, optó jugar para Miami Heat. Es verdad, fue Cleveland quien originalmente lo contrató, y fue en el Estado de Ohio donde LeBron nació; sin embargo, ¿no tenía él todo el derecho de firmar con el equipo de su preferencia?
Después de cuatro años en Miami, tiempo durante el cual LeBron fue el factor decisivo para que Miami Heat ganara dos campeonatos de la NBA, la superestrella del basquetbol decidió regresar a Cleveland. Entonces aparecieron, por miles, las pancartas estampadas con el mensaje: “Te perdonamos, LeBron”.
¿Qué estaban perdonando?, pregunta el profesor Surridge. ¡No había nada que perdonar!
Lo que dice el profesor Surridge tiene sentido. Si, por ejemplo, alguien me ha robado, mi perdón hacia el ladrón ha de producirse mientras el ladrón todavía está en posesión de mi dinero, no cuando me lo ha devuelto, ¡porque entonces cuán fácil me resultaría perdonar!
Leer el artículo de Surridge transportó mi mente a otras escenas de deslealtad, de traición y de perdón. Pensé en Pedro, en el patio del Templo, negando al Señor. En Judas, vendiéndolo por treinta monedas de plata. Recordé las palabras del apóstol Juan, al escribir de la misión que trajo al Hijo de Dios a nuestro mundo: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron”. También recordé las escenas del Calvario...
¿Cuándo perdonó Jesús a sus detractores? Mientras sufría los intensos dolores de los clavos, y su sangre corría por sus sienes; mientras todavía se escuchaban los insultos, nuestro amado Salvador exclamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Si esto no es perdón, ¿entonces qué es?
¡Oh, amor divino, que no esperaste a que nos reconciliáramos contigo para entregar a tu Hijo a la muerte, y muerte de Cruz!
Gracias, Padre, porque entregaste a tu Hijo a la muerte cuando todavía éramos tus enemigos; y porque hiciste provisión para perdonarnos antes de merecer tu perdón.
1° de marzo
“Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).
Jessica era un bebé de apenas 18 meses cuando accidentalmente cayó en un pozo en Midland, Texas, el 14 de octubre de 1987. Gracias a la cobertura que los medios de comunicación le dieron al hecho, el mundo entero presenció en detalle los frenéticos esfuerzos de los rescatistas para salvarle la vida. Después de 58 horas de ardua labor, y mucha tensión, Jessica fue finalmente rescatada. Todavía hoy se puede ver la foto de su rescate (que, de paso, obtuvo el premio Pulitzer en 1988); donde aparece ella en brazos de uno de los rescatistas.
La experiencia que vivió la pequeña Jessica fue documentada y conservada para la posteridad en periódicos y revistas, canciones, libros y películas. Pero son las cicatrices que quedaron en su cuerpo las que cuentan su historia. No puede ser de otra manera. ¿Qué mejor que una cicatriz para traer a nuestra memoria experiencias que preferimos no haber vivido? ¿Qué mejor que una cicatriz para recordarnos que, a pesar de la dolorosa experiencia que vivimos, todavía estamos vivos? Esto es precisamente lo que Jessica McClure dijo en una ocasión en la que se celebraba un aniversario de su milagroso rescate: “Estoy orgullosa de mis cicatrices. Ellas me dicen que sobreviví” (“Stories in the Scars”, Signs of the Times , enero de 2000, p. 32).
¿Hay cicatrices en tu cuerpo, en tu corazón? ¿Qué historias cuentan? ¿La historia de un accidente que casi te quita la vida? ¿Historias de sueños rotos? Sea lo que fuere, lo importante es que todavía vives. Y porque hoy vives, puedes agradecer a Dios, no solo por esas cicatrices, sino también por las de su amado Hijo; las que Jesús padeció para perdonarte y darte vida eterna. De esas heridas habla nuestro texto de hoy: “Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).
¡Gracias, Jesucristo, por las heridas del Calvario! ¡Gracias porque, pudiendo permanecer en el cielo, preferiste sufrir con tal de salvarnos! Además de declarar el elevado precio que pagaste para salvarnos, por “las edades eternas, las heridas del Calvario proclamarán su alabanza y declararán su poder” ( El conflicto de los siglos , p. 732).
Gracias, Jesús, porque tus heridas nos dicen lo mucho que nos amas; y porque por tus llagas “fuimos nosotros curados”. ¡Bendito sea tu nombre, Señor, hoy y siempre!
2 de marzo
Dios continúa siendo fiel
“Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados” (Salmos 32:1, NVI).
¿Quién queda más agradecido al perdonársele una deuda: al que se le perdona poco o al que se le perdona mucho?
La respuesta la encontramos en el siguiente caso de la vida real, que relata Mark Finley. Es la historia de Steve y Kim, una pareja con problemas. Kim, la esposa, tenía un amante, y se proponía abandonar a Steve cuando ocurrió un hecho inesperado: Steve se ganó el premio de la lotería valuado en dos millones de dólares.
La noticia colocó a Kim frente a un verdadero dilema: ¿dejaría a su esposo millonario, o terminaría la relación ilícita con su amante? Kim decidió seguir con su esposo, pero sin dejar al amante. Sin embargo, ¿cómo lo haría? Decidió contratar a un asesino a sueldo. Solo le costaría 500 dólares.
Un día, mientras Kim discutía con su amante los detalles del plan, su hijo, de 21 años escuchó la conversación telefónica. Sin pérdida de tiempo, notificó a su padre, Steve, quien de inmediato contactó a la policía, y Kim terminó en la cárcel por intento de homicidio.
Entonces ocurrió lo inaudito: Steve retiró los cargos contra Kim. No solo eso; además, hizo cuanto pudo para reducir su sentencia, y al final terminó pagando la fianza que le dio la libertad. Cuenta Finley que el perdón de Steve no solo quebrantó el corazón de Kim, sino también le dio el valor que necesitaba para poner fin a su aventura y salvar su matrimonio (“Million Dollar Love”, Signs of the Times , noviembre de 1999, p. 20).
¿Cómo pudo Steve perdonar tanto? Solo hay una explicación: Steve le perdonó mucho porque la amaba mucho. Kim, por su parte, que hasta entonces había estado ciega, pudo conocer la magnitud del amor de su esposo: un amor que se puso en evidencia cuando ella menos lo merecía y más lo necesitaba. Fue así como el amor a su esposo revivió en su corazón, porque a quien mucho se le perdona, mucho ama.
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