Jean-Francois Lyotard - Lecciones sobre la Analítica de lo sublime - (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29)

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Kant se vuelve para Lyotard una referencia de dos fenómenos contemporáneos: el arte que busca escapar de la prisión de la figuración, y la experiencia de lo irrepresentable a causa de los fenómenos concentracionarios y de exterminio.

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Es reflexionante, en consecuencia, singular o particular, pero consta de una doble pretensión a lo universal y a lo necesario. ¿Es ella legítima? Lo es bajo la condición de un principio que la autoriza. Evidentemente, este principio es «subjetivo». Él «determina sólo por sentimiento y no por concepto, welches nur durch Gefühl und nicht durch Begriffe… bestimme » (78; 79). Él se formula: debe haber un « Gemeinsinn» , un «sentido común». Este sentido no es de ninguna manera un «sentido externo» (alusión, quizá, al cálculo de un sexto sentido, estético, hecho por Dubos y por Hutcheson), sino «el efecto resultante del libre juego de las facultades de conocer» (78; 80). Es el mismo principio que ha sido presupuesto, en el parágrafo 8, bajo el nombre de «voz universal, die allgemeine Stimme » (60; 54). Este término es raro, si no único, en el texto de la tercera Crítica . Stimme dice incluso una cosa totalmente distinta que la francesa voix [voz], ya que evoca tanto el acuerdo de las voces y el ambiente de un alma ( Stimmung ) como el bosquejo de su determinación en tanto que destino ( Bestimmung ). El término conduce directamente al análisis del Gemeinsinn . Lo que se acuerda, en este, son las voces del entendimiento y de la imaginación, por tanto de las facultades de conocer, pero precisamente «antes» que ellas operen de manera determinante, tomadas sólo en sus disposiciones respectivas, una para concebir, otra para presentar.

Conocemos la discusión que provoca la interpretación que se ha dado de este sentido común. Intentaré mostrar que consiste, por su ratio essendi , no en el asentimiento que los individuos empíricos se dan unos a otros a propósito de la belleza de un objeto, sino –en tanto que vuelve posible a priori el sentimiento de placer estético– en el punto de unión en que las dos «voces» de las facultades se encuentran: «acuerdo proporcionado, proportionnierte Stimmung » (62; 58), «acuerdo, Stimmung », «proporción, Proportion » donde su «relación, Verhältnis », es «la más apropiada, zuträglichste » (79; 80). Este argumento será desarrollado después (8). Me conformo simplemente con apoyarlo en este pasaje del parágrafo 31: «Si entonces esta universalidad [del gusto] no puede estar fundada en la reunión de votos, la Stimmensammlung , la recolección de las voces, y tampoco sobre una encuesta hecha a otros para conocer su manera de sentir, sino que debe fundarse por así decirlo en una autonomía del sujeto que juzga del sentimiento de placer (en cuanto a la representación dada), es decir descansar en su gusto propio, sin deber ser derivado de conceptos… [etc.]» (116-117 t.m.; 130). Plantear el problema de la universalidad del gusto en estos términos, en este texto, entre otros, debería bastar para desanimar una lectura sociologizante o antropologista del sentido común estético, como incluso otros pasajes de la tercera Crítica que parecían prestarse a eso (127; 144-145). Pienso en particular en la lectura de Hanna Arendt, pero ella no es la única. La «autonomía del sujeto» invocada aquí por Kant no puede ser otra cosa que lo que llamo la tautegoría reflexionante. Ella nos vuelve a conducir a nuestro problema, el del tiempo estético.

El placer de lo bello promete, exige, da como ejemplo una felicidad compartida. Nunca habrá prueba que esta felicidad es compartida, a pesar de que los individuos o las culturas llegaran empíricamente al acuerdo de reconocer como bellas formas dadas por la naturaleza o por el arte. No puede haber prueba allí porque el juicio del gusto no es determinante y porque el predicado de belleza no es objetivo (49-50, 55-56; 39-40, 48-49). Si no obstante el gusto consta de este requerimiento, es que es el sentimiento de una armonía posible de las facultas de conocimiento fuera del conocimiento. Y como estas facultades son universal y necesariamente requeridas en todo pensamiento que juzga en general, su mayor afinidad debe poder serlo también en todo pensamiento que se juzga, es decir, que se siente. Tal es, en resumen, la deducción del principio de sentido común del que el parágrafo 21 (78-79; 80-81) da el esqueleto argumentativo (anunciado en el § 9: 61; 55-56). Descansa en el «hecho», procurado por el placer del gusto mismo, que hay un grado de acuerdo óptimo entre las dos facultades, mientras que, desligadas de las exigencias del conocimiento y de la moralidad, se ponen una a otra el desafío de apoderarse de lo que procura este placer, la forma del objeto: «libre juego, freie Spiel » (61; 55), «animación, Belebung » (65, 122; 61, 137); «despierta, erweckt », «incita, versetzt » (129; 147) (2, 3).

Admitido eso, queda que esta unanimidad [ cet unisson ] no sólo tiene «lugar» cada vez que el placer del gusto es sentido. No es más que la «sensación» de esta unanimidad [ cet unisson ], aquí y ahora. Despega un horizonte de esta unanimidad [ cet unisson ] en general, pero es en sí mismo singular, ligado a la ocurrencia imprevisible de una forma. La unión de las facultades es sentida con ocasión de tal puesta de sol, con ocasión de este allegro de Schubert. La universalidad y la necesidad son prometidas, pero cada vez prometidas singularmente, y no son nunca más que prometidas. No se podría estar más equivocado sobre los juicios del gusto que al declararlos universales y necesarios sin más.

4. La temporalidad estética

Considero esta unanimidad [ d’unisson ] singular y recurrente, pero siempre «como nueva», que aparece cada vez por primera vez, como el bosquejo de un «sujeto». Cada vez que una forma procura el placer puro que es el sentimiento de lo bello, es como si las disonancias que dividen al pensamiento, aquellas de la imaginación y del concepto, estaban en decadencia y dejaban el camino abierto, si no a una consonancia perfecta, a una conyugalidad pacífica, al menos a una emulación benévola y calma, como aquella que une a los novios (aquí 7). El sujeto sería la completa unidad de las facultades. Pero el gusto no resulta de esta unidad y, en este sentido, no puede ser experimentado por un sujeto. Resulta del compromiso de dos facultades, anunciando así el nacimiento de una pareja unida. No hay una subjetividad (esta pareja) que experimentara sentimientos puros, hay el sentimiento puro que promete un sujeto. En la estética de lo bello, el sujeto está «en estado naciente».

Lo está cada vez que hay placer de lo bello. No permanece naciente. Para que quede naciente necesitaría al menos que sea posible la síntesis de sus «promesas de unidad» en una unidad que persistiera siendo idéntica a sí misma a través del tiempo. Pues esta condición de persistencia es una de esas que se debe encontrar en la concepción de un sujeto. Vemos que la condición es contradictoria: si una unidad de las promesas fuera posible, las promesas de unidad serían imposibles, o falaces. La estética sólo sería del lógico aún confuso.

Ahora bien, incluso lógicamente, la condición de unificación de la diversidad de las representaciones en un sujeto encuentra una gran dificultad. Esta síntesis es intentada, como se sabe, en la segunda edición de la primera Crítica , bajo el título de Deducción trascendental de los conceptos puros del entendimiento. Que esta deducción (en sentido crítico) ( KRV A, 100; 126) pierda o no su objeto, no discutiré eso aquí. Recordaré solamente que «el principio de la unidad sintética de la apercepción» que ella establece o pretende establecer, llamado también el « Ich denke» o el «Sí idéntico» ( KRV B, 110, 113; 140, 145), cualquiera sea la consistencia intrínseca de eso, sólo se relaciona con el pensamiento que conoce objetivamente los objetos. Mientras argumenta para legitimar este principio ( KRV B, § 19), Kant insiste sobre este aspecto, al punto que hace de eso el recurso de la susodicha deducción: a falta de estar vinculados al principio a priori de este Selbst , los juicios sobre los objetos no podrían tener sino un «valor subjetivo» ( ibid ., 119; 154), «simplemente subjetivo» ( ibid ., 120; 154-155), como es el caso en las «percepciones» y las «asociaciones» ( ibid .).

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