Abro los ojos despacio, perezosa. El sol entra por la ventana, me ciega, estoy muy relajada como flotando en una nube, me viene a la memoria lo sucedido anoche. Carlos. ¡Qué noche! La rememoro por un momento, hacía tiempo que no me sentía tan pletórica, me siento como una diosa, me siento muy viva. Me vuelvo hacia el lado opuesto de la cama, allí está Carlos, su rostro se muestra relajado y duerme tranquilo, está guapísimo. Me resulta extraño verle de nuevo en mi cama, junto a mí. He llegado a pensar en ocasiones que este momento no se repetiría.
De repente entreabre los ojos, parpadea varias veces y los deja entreabiertos; me observa desde la tranquilidad de saber que he vuelto a ser “suya”.
—Buenos días Marian. —susurra.
Me lo quedo mirando en silencio.
Un pensamiento frío recorre mi mente a gran velocidad:
Carlos ha dejado de ser ese chico tibio, nervioso, temeroso y prudente que conocí durante nuestra primera relación a… todo un hombre ardiente, seguro y atrevido. Sus caricias… sus besos… estaban llenos de pasión.
—¿Cómo estás Carlos? —esbozo una suave sonrisa.
—Muy bien.
Me coge por la cintura acercándome a su cuerpo, su calor traspasa mi piel y provoca que me acurruque en él; tan cerca que… noto que cierta zona de su cuerpo está tensa.
Sus labios rozan mi mejilla. Me dejo llevar con los ojos cerrados hacia las adormiladas sensaciones que mi cuerpo descubre.
Es fantástico despertar junto a él; sentir su calor, sus caricias…
Sus besos paulatinamente dejan de ser inocentes para convertirse en apasionados.
No. No puedo.
Comienza la peregrinación de sus manos por mi cuerpo. Quiere más.
—Carlos… por favor —freno su mano antes de que pueda alojarse entre mis muslos y le miro con ternura—. Su mirada… me deja sin alma. ¿Es que a caso no la tengo? —me pregunto a mí misma—. Comparto su anhelo… pero necesito ir más despacio. Necesito asimilar lo que sucedió anoche.
Retiro su mano entrelazando mis dedos con los suyos y la llevo hacia su espalda.
—Necesito asimilar… no esperaba esto… —le digo emocionada, casi en un hilo de voz.
Sus ojos parpadean y me miran perdidos.
—Dejémoslo de momento aquí, por favor.
Agacha la cabeza pensativo; unos instantes después asiente mudo a mi petición.
Le cojo con suavidad de la barbilla para levantar su cabeza y… le doy un beso apasionado y sincero.
—Gracias.
Él acepta mi agradecimiento con una tímida sonrisa.
—Necesito una buena ducha, te dejaré toallas limpias —le guiño un ojo.
Me levanto de la cama y me coloco rápidamente la bata que está sobre la silla. Me da vergüenza, me siento acomplejada después de ver y disfrutar su perfecto cuerpo. Un cuerpo cuidado, mimado. Yo me he cuidado bastante poco durante todo este tiempo; y no quiero que vea esas imperfecciones que a todas nos llevan por el camino de la amargura.
Él se queda un rato más relajado en la cama.
Mientras me ducho, doy repaso a lo sucedido. Cierro los ojos, dejo que el agua acaricie mi cuerpo; ni siquiera el agua es más suave que el tacto de su piel… recordar me pone… ha sido delicioso, diferente. Hacía tanto tiempo…
Andrea está en la cocina preparándose el desayuno. Cuando me ve entrar su cara esbozaba una traviesa sonrisa.
—Buenos días Marian. Te veo muy diferente esta mañana, ¿ha pasado algo en especial? —pone esa cara pícara que solo ella sabe poner y que, en ocasiones, me saca de quicio.
La miro con los ojos entreabiertos con una alta dosis de ironía en ellos.
—Ya ves Andrea, algo ocurrió anoche —contesto con sarcasmo.
—Ya decía yo... ¿Qué?, ¿un buen polvo? —me guiña el ojo.
—Andrea no seas ordinaria —mascullo apretando los dientes.
—No claro, tú… no follas; tú haces el amor.
Ya me está sacando de mis casillas a la primera de cambio, ¿es necesario utilizar un lenguaje tan ordinario? No puedo con ella.
—¿La idea ha partido de los dos, Andrea, cena y pol…? —quiero evitar pronunciar esa palabra.
—Solo mía. He hecho de celestina y me ha funcionado —dice riéndose orgullosa de sí misma—. Vamos Marian, necesitabais los dos un empujón para que os reencontrarais, dirás… —me mira a los ojos como queriendo saber qué es lo que voy a responder— ¿qué no le has dado un gustazo al cuerpo? ¡Falta te hacía!
—Si me hacía falta o no, es solo cosa mía —me siento molesta por su confesión.
—Ya hubiera querido darme yo anoche… el gustazo que te has dado tú —me sonríe—. ¿Quieres un café?
—Sí, gracias —le contesto enfurruñada.
—Bueno… cuenta qué tal fue —me guiña un ojo mientras sonríe como una hiena.
—Sabes que no me gusta hablar de esas cosas de forma jocosa como haces tú.
—Nena, los buenos polvos siempre hay que rememorarlos. No hay nada mejor que una noche de buen sexo con un tío… por cierto yo ya empiezo a echar de menos uno… hace dos semanas que no… y ya me lo pide el cuerpo.
—Andrea, dañas mis oídos castos y puros.
—Mira niña, de castos ya nada y de puros menos aún. Venga anda, cuéntame —me da un codazo y vuelve a guiñarme un ojo—. Hace casi un año que no le das una alegría al cuerpo y hay que rememorarlo.
La miro sonriendo girando la cabeza de un lado a otro.
—Maravilloso. ¿Con eso te basta?
—¡Qué le vamos a hacer! ¡Si no quieres entrar en detalles…!
—No. —contesto tajante.
Carlos hace entrada en la cocina con los vaqueros puestos y la camisa desabrochada. Está encantador. Lleva impresa una sonrisa de oreja a oreja. Está para comérselo. El pelo lo tiene mojado, se ha peinado con los dedos y le queda genial.
—Buenos días Andrea.
—Hola Carlos ¿cómo has dormido esta noche? —suelta una risita en plan jocoso.
Carlos se ruboriza y mira hacia el suelo mientras se balancea sobre sus pies. Levanta la vista y le dirige una mirada cómplice.
—La verdad, de maravilla —me mira de reojo con una sonrisa en los labios.
—Vaya, parece que esta noche ha habido fiesta para todos menos para mí —dice arqueando las cejas y perdiendo la mirada en el suelo. ¡Qué envidia me dais!
—¡Andrea...! —protesto.
—Podíamos haber hecho un trío —bromea.
Carlos sonríe a la vez que se muerde su carnoso labio.
—Andrea, creo que ya basta. Ya comienzo a enfadarme.
— Está bien, está bien… yo solo decía que lo podíamos compartir un poco —le guiña un ojo a Carlos.
—Marian, no la hagas caso. Solo quiere picarte —me dice Carlos susurrándome al oído mientras se ríe.
Me molesta que Andrea sea tan descarada.
—Bueno, me iré a mi habitación —dice levantando las cejas—y os dejaré un ratito solos… para que rememoréis lo de anoche —le pone “tonito” a la despedida.
—¡Andrea, basta!
Me siento incómoda. Soy bastante reservada y me molestan los comentarios jocosos de Andrea. El tema del sexo para mí es materia reservada y espero que para la otra persona sea igual. Carlos, para eso, es también reservado. Creo que no podría estar con otra persona que no fuera él, me hace sentir a gusto y confiada. No como Andrea.
—¡Uf…! ¡Cómo te has puesto...!
—Carlos, siento haberme puesto así, pero es que… desde que he entrado en la cocina no ha parado.
—A mí tampoco me hace mucha gracia pero es que es única —ríe divertido.
Le miro con los ojos entornados cargados de ironía.
—¿Podríamos, por favor, hablar de otra cosa? —noto que me ruborizo.
Carlos me mira con deseo, mordiéndose el labio. Se acerca despacio, como una pantera. Yo estoy apoyada de espaldas a la encimera de la cocina. Se pone frente a mí. Se apoya con ambas manos en ella y se inclina sobre mí acorralándome. Me mira a los ojos y sonríe con picardía. Me tiene bloqueada. Me ruborizo y aparto la mirada.
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