Rosa Castilla Díaz-Maroto - El despertar de Volvoreta

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Un amor interrumpido por traumas no resueltos, la búsqueda incansable de un puesto de trabajo y un futuro sin rumbo en el que siempre está presente Carlos, abruman a Marian en su día a día.
Por su parte, Carlos, decidido a recuperarla, regresará junto a ella con el firme propósito de romper las barreras que les separaron. Guiado por una pasión descontrolada y por el amor casi enfermizo que siente por ella, retomarán la relación que abandonaron hace más de un año.
En sus encuentros íntimos, Marian se dejará guiar por Carlos para descubrir sus pasiones más ocultas, descubriendo su total adicción por él y por perderse entre sus besos y caricias.
Su nuevo trabajo en la multinacional Carson Projects será, en un principio, la guinda que pondrá fin a sus problemas, hasta que le propongan trasladarse a Washington.
Piérdete por las maravillosas calles de Madrid y enamórate de esta historia repleta de amor, pasión y erotismo que te llevará a desear ser tú la protagonista.

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Está todo riquísimo. Andrea ha acertado con el menú.

Cuento a Carlos los pormenores de la entrevista de trabajo mientras disfrutamos de la cena. Se muestra muy interesado en lo que le estoy contando.

—¡Espero que tengas mucha suerte! —dice contento— y que este cumpla tus expectativas.

—Gracias.

Tomamos vino durante la cena. Yo solo tomo una copa ya que enseguida se me sube a la cabeza.

La velada transcurre amena y divertida. Hacía tiempo que no estábamos así de a gusto. La música suena de fondo.

—Vamos a brindar por Marian —dice Andrea mientras va a coger las copas y el champán a la cocina.

Carlos aprovecha para sentarse a mi lado en el sofá. Andrea enseguida regresa de la cocina. Carlos descorcha la botella y nos sirve las copas. Brindamos por mi nuevo y eminente futuro. Me tomo dos copas no muy llenas, quiero reservarme porque si no… pronto voy a sentirme mal y no voy a poder salir para continuar la noche.

Yo estoy especialmente divertida, Carlos y Andrea no paran de reír muy animados. Les miro a los dos. En este momento me noto especialmente feliz al mirarlos. Siempre están ahí para mí; para lo bueno y para lo malo, siempre apoyándome. Les debo mucho a los dos.

—Ahora vengo —dice mi amiga desapareciendo por el pasillo camino de las habitaciones.

Carlos y yo continuamos hablando, bromeamos sobre Andrea y su manera de hacer las cosas perfectas, le encanta preparar fiestas y cualquier motivo es suficiente para calentar los motores de su imaginación y preparar una velada de lo más ocurrente. Este no es el caso, se trata de algo más sencillo y ha cumplido a la perfección con su cometido. Comienzo a sentirme un poco embriagada con el último trago de mi copa. Me tumbo sobre el apoyabrazos del sofá. Por unos segundos parecen diluirse las palabras de Carlos en mi mente, él continúa hablando… pero no soy capaz de seguir con atención la conversación. Es como si mi mente se quisiera evadir por un instante de la realidad y no entiendo porqué, pero necesito hacerlo. Se escucha en el equipo de música las primeras notas de un nuevo tema; las primeras notas de Saxofón inundan mis sentidos. Se trata del disco que Carlos me ha regalado y... poco a poco comienzo a sentir algo más profundo, los efectos del champán y me abandono en brazos de esa dulce sensación de ligero mareo. Es como si me estuviera meciendo en una de esas hamacas que se ponen de árbol a árbol y en la que tantas veces me he tumbado en uno de los viajes que hicimos a México toda la pandilla.

Dejo mi mente en blanco unos segundos. Pero un presentimiento repentino lo ocupa sin pedir permiso, sin esperarlo. Mis sentidos se ponen en alerta. Carlos está muy cerca de mí, más de lo que me podía imaginar. No me he percatado de que había abandonado su sitio en el sofá. Noto su presencia muy cerca, su aroma le delata, un ligero toque de Polo de Ralph Lauren.

Entreabro los ojos… y ahí está, arrodillado; mirándome. ¡Dios, que arrebatadamente guapo está!

Me falta el aire al sentir que mi intimidad, mi espacio vital… está siendo invadido por su proximidad, por su mirada.

Su rostro está casi pegado al mío. Me mira con dulzura mientras sus dedos acarician mi pelo con mimo. No soy capaz de moverme. Pestañeo varias veces, cierro los ojos y me digo a mí misma: ¡Qué sea lo que Dios quiera! No tengo fuerzas ni ganas de resistirme a él. Curiosamente mis sentidos me dicen que me relaje y me deje llevar por una vez. No sé lo que es dejarme llevar desde hace tiempo por los sentimientos o por las necesidades básicas que todos y todas tenemos. Hace algo más de un año que no he vivido más que para estudiar.

Oigo su respiración calmada pegada a mi oído. Instintivamente giro levemente mi rostro hacia él. Casi no puedo respirar, los nervios y la incertidumbre hacen posesión de todos mis sentidos, es un latir constante y turbador el que se apodera de mí. Sus ojos me suplican una oportunidad. No puedo creer lo que veo en ellos. Si tuviera que hablar en este momento no me saldrían las palabras ni para decir “no”. ¡Dios! ¿Hacia dónde he estado mirando todo este tiempo? Su mirada es la de un hombre seguro, que sabe lo que quiere y que sabe hacia dónde quiere ir. Y sí… sabe a dónde quiere llegar cuando sus labios rozan el lóbulo de mi oreja. Me estremezco ligeramente. Noto una suave descarga eléctrica recorrer mi cuerpo. Sus labios siguen su camino rozándome las mejillas… despacio. No puedo evitar cerrar de nuevo los ojos. Besa la comisura de mis labios varias veces y, sin encontrar resistencia, mis labios se entreabren. Sus labios son suaves, dulces. Introduce la punta de su lengua en mi boca, busca acariciar la mía y acariciar también con ella mis labios. El corazón me late deprisa. Todo mi cuerpo parece despertar bajo su embrujo.

¡Y yo que pensaba que estaba muerta! Baja por mi cuello. Todo un despliegue de suaves y pequeños besos recorre mi carótida hasta llegar al primer botón de mi blusa. Quiero que lo deje, pero no puedo negarme, me gusta, me gusta lo que siento. Su respiración se hace más rápida. Con suave lentitud me desabrocha el primer botón de la blusa y hunde sus labios en mi escote a la vez que respira profundamente como si quisiera apoderarse de mi aroma de una sola vez. Abro los ojos y me encuentro con los suyos: excitados, lascivos… mirándome mientras sigue respirando mi aroma con verdadera veneración.

—Que bien hueles Marian… ¿sigo? —susurra.

¿Me está pidiendo permiso? Dudo, pero no contesto.

Sí, me apetece estar con él… pero… ¿desde cuándo es tan atrevido? Él es más bien tímido como yo. Nunca pensé que nuestro acercamiento se produciría de esta manera. Para mí lo lógico hubiera sido una cena y una larga pero emotiva conversación sobre lo que queremos y hacia donde deseamos ir los dos. Trato de respirar hondo y desterrar mis miedos. No me he dado cuenta en todo este tiempo de que ha cambiado. Le noto más adulto, más hombre, ¿y yo, dónde me he quedado? ¿Navegando en el limbo todo este tiempo? Seguramente así ha sido —me respondo a mí misma.

No soy capaz de contestar a su pregunta, la excitación y mis dudas me lo impiden. Por un momento mi mente me pide que pare, esto no entraba en mis planes, pero… desabrocha el siguiente botón lentamente ¡Ay Dios! Mis senos están casi al descubierto, solo los cubre el sujetador. Le observo, y él me observa a mí, me mira a los ojos sabedor de lo que está consiguiendo. Poco a poco consigue conquistar un pedacito de mi cuerpo, un pedacito de mi mente para fundir y grabar sus sentimientos en él. Desabrocha lentamente otro botón. Me muero de excitación a la vez que me pregunto: ¿cómo puedo permitir que siga conquistando mi cuerpo? Sigue besándome mientras anula mi voluntad. Desabrocha uno a uno los restantes botones (ya no quedan más). Me coge suavemente por la cintura. No soy capaz de reaccionar, mi cuerpo solo responde a los estímulos que propaga convenientemente por él. Comienza a sembrar mi vientre de besos. Con la punta de su lengua acaricia mi ombligo, juguetea con él. Mi cuerpo se mueve excitado, siento presión en el pecho y el corazón… desbocado; quiero disfrutar con intensidad, a la vez que parte de mí quiere revelarse y parar… ¡Dios, es un hechicero! Me tiene a su merced y yo no puedo nada más que abandonarme a sus deliciosas y delicadas caricias.

Se pone en pie mientras con desesperante lentitud desabrocha uno a uno los botones de su camisa. Yo no aparto ni por un segundo mis ojos de los suyos, solamente en el preciso momento en que veo asomar su torso, su piel perfecta… hace tanto tiempo que mis dedos no se pasean juguetones por él… Desabrocha los puños de la camisa y la hace descender despacio por sus brazos. Me quedo literalmente con la boca abierta admirando semejante visión. Excitada, muy excitada y… mojada. Acaba de quitarse la camisa y la deja sobre el respaldo del sofá. Me mira con la cabeza ladeada, sus ojos destilan deseo y se muerde el labio con una ligera presión. Su torso tiene suavemente marcados los músculos del pecho y el abdomen y sus fuertes hombros y sus brazos me sorprenden. Sus músculos están perfectamente marcados ¿cuándo se ha puesto tan bueno? —me pregunto consternada—. Ahora… se desabrocha el cinturón ¡madre mía! seguidamente el botón del pantalón. Mi cuerpo está… crujiendo totalmente entregado al placer que es… admirar su cuerpo. Siento un ligero dolor entre las piernas…

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