«Me ofrecieron ser la primera persona trasplantada de hígado en Canarias o ir a Madrid, y no lo dudé, porque estaba muerto en vida», relata Armando, que asegura que «los días anteriores a la operación fueron muy duros, porque estaba muy mal. No veía la hora de que me trasplantaran, porque física y mentalmente estaba en las últimas. Mi familia me apoyó mucho, y los médicos me aconsejaron que me lo hiciera, y ahora estoy muy agradecido», agrega. La primera vez que le llamaron para el trasplante tuvo que volver a casa, ya que el órgano no estaba bien y no era compatible. Una semana después, le volvieron a avisar de que había un donante, y esta vez el hígado sí estaba en condiciones para él. «Cuando iba en la camilla para el quirófano no podía ni estar tumbado de los nervios, pero los médicos me fueron tranquilizando, hasta que me anestesiaron». La operación duró más de 15 horas. En la UVI estuvo una semana bien, pero después se le llenó el cuerpo de líquido y tuvieron que operarle de nuevo, otra vez a vida o muerte. «Nunca me dijeron de dónde venía ese hígado, y aunque lo pregunté, no me lo quisieron decir. Pero no tengo palabras para agradecerle a esa familia y esa persona lo que hicieron por mí», subraya Armando, que fue el primero de una larga lista de pacientes trasplantados en La Candelaria y otros hospitales públicos isleños.
No en vano, desde 1982 los centros hospitalarios del Servicio Canario de la Salud (SCS) han realizado más de 7.800 trasplantes en las Islas, gracias al gesto altruista de 1.721 donantes y familias, que han posibilitado con su solidaridad cientos de segundas oportunidades. Además, la comunidad ha contribuido a la realización de 3.500 trasplantes de órganos y más de 4.300 implantes de tejidos.
El doctor Manuel Barrera es el actual coordinador del Programa de Trasplante Hepático del hospital tinerfeño. Para él, «el éxito de este tipo de procedimientos reside en la implicación de numerosas especialidades y áreas, porque el trasplante no es solo el acto quirúrgico —que por cierto, es el más complejo de cuantos se pueden realizar—, sino que empieza mucho antes, desde que se detecta a un paciente grave en consulta, se valora por el comité de trasplantes, se incluye en la lista de espera, se coordina la recepción de un órgano, se implanta y continúa con su fase de recuperación y readaptación a la vida normal».
Solo en lo que va de año se han realizado ya 13 trasplantes, lo que ha permitido superar la cifra de 600 hígados trasplantados por primera vez en la historia de este programa en las Islas. «Todos los pacientes que se benefician del Programa de Trasplante Hepático del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria proceden de los hospitales públicos y concertados de Canarias, tanto de la provincia de Santa Cruz de Tenerife como desde Las Palmas de Gran Canaria, cuyos casos son estudiados y valorados por un comité multidisciplinar que evalúa mediante criterios clínicos su inclusión en una lista de espera para recibir un trasplante», denota el doctor Barrera, cuya unidad forma parte de los 28 equipos especializados existentes en España para la ejecución de este tipo de extracciones, y junto con el Hospital Gregorio Marañón de Madrid y el Clínico de Barcelona son los únicos equipos de todo el territorio nacional en contar con la acreditación de calidad de la norma ISO 9001:2008.
Alrededor de 60 personas, tanto sanitarios de diferentes especialidades como no sanitarios, participan en todo el proceso. Profesionales del Servicio de Urgencias Canario (SUC) y del propio centro hospitalario trabajan de forma coordinada y prácticamente cronometrada para que el trasplante de hígado pueda llevarse a cabo perfectamente, puesto que en este tipo de casos el tiempo es vida.
De ahí que se necesite la participación no solo de cirujanos y enfermeros, también de celadores, digestólogos, anestesistas y personal de una decena de servicios, un equipo que trabaja de forma coordinada en el proceso integrado de donación y trasplante. La actividad de este grupo se extiende además al ámbito docente, ya que los especialistas forman a nuevos médicos internos residentes y divulgan sus conocimientos en publicaciones científicas internacionales.
PROGRAMAS ACTIVOS
En el año 1982 se puso en marcha el primer programa de trasplante en Canarias, siendo el Hospital Universitario de Canarias (HUC) el que llevó a cabo las primeras intervenciones de este tipo, en concreto, trasplantes renales. A este programa se sumó en 2007 el Complejo Hospitalario Universitario Insular-Materno Infantil. Antes de esa fecha, en 1996, en el Hospital de la Candelaria se efectuaron los primeros trasplantes hepáticos. Posteriormente, el HUC puso en marcha también un programa de trasplante de páncreas, y desde el año 1990 existe un programa de trasplante de médula ósea alogénico en el Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín. Existen, además, programas activos en todos los grandes centros hospitalarios del Archipiélago, a través de los que se han llevado a cabo hasta el momento más 2.000 trasplantes de córnea y se han tratado lesiones oculares, cardíacas y de tejidos.
IX. Las barreras del silencio (abril de 2016)
Seguir una clase, asistir a una conferencia, visionar un documental o exponer un trabajo son situaciones comunes que se producen a diario en las aulas de la Universidad de La Laguna (ULL). Sin embargo, lo que para la mayor parte de los alumnos no tiene la menor complicación, puede convertirse en una odisea para personas como Juan Molina o Estefanía Pérez, dos de los tres estudiantes sordos que cursan sus estudios en la institución académica lagunera. Para ellos, el día a día no se explica sin la necesaria ayuda de los intérpretes de signos, que les asisten cada jornada durante todo el curso.
Estudiar en la universidad, no obstante, es una carrera de obstáculos para Estefanía y Juan, una maratón que se inicia desde que formalizan la matrícula. De 38 años y natural de Tegueste, Juan Molina estudia 3º del Grado de Lengua y Literatura. A pesar de que puede hablar y usa un audífono, es sordo profundo desde que a los pocos meses una vacuna lo dejase sin audición. Ello, no obstante, no le ha impedido trabajar como mecánico durante más de 10 años y cumplir uno de sus sueños, matricularse en la facultad. Como sus compañeros, cada mes de julio realiza su inscripción para el curso, donde incluye la necesidad de contar con un intérprete. Este depende de una bolsa de empleo que se sufraga a través de las ayudas asistenciales que convoca la ULL, ayudas que siguen un complejo procedimiento administrativo que hace que los intérpretes lleguen a estar meses sin cobrar. La universidad, además, es la que impone a los alumnos sordos los intérpretes, que deben darse de alta como autónomos y están obligados a permanecer siempre junto al estudiante durante todo el horario lectivo. «Los intérpretes tienen dos días para aceptar o renunciar, y mientras eso ocurre yo no puedo asistir a clase, o bien me tengo que costear mi propio intérprete», expone Juan, quien asegura que al principio de curso afecta especialmente, porque es cuando los profesores exponen los programas de las asignaturas.
Los problemas, en cualquier caso, no se quedan ahí, porque no todos los intérpretes están capacitados para asistir a un estudiante universitario, entre otras cosas porque la práctica es fundamental en este tipo de asistencia. «Puede tocarte un intérprete que lleva sin practicar un tiempo, o que no tiene el nivel que tú necesitas. Entonces, yo tengo que hacer un doble esfuerzo por entenderlo, y me cuesta más trabajo sacar adelante las clases», relata Juan, que deja claro que la «precariedad laboral» que padecen los intérpretes también le afecta a él. «Si no vienen motivados o están pensando en que no van a cobrar, no me ayudan igual que si están centrados en su trabajo», agrega.
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