Además, en los últimos dos años el colectivo ha prestado apoyo a más de un centenar de empresas pequeñas. Todo eso a pesar de que el colectivo no recibe apoyo de su gobierno. La procedencia de divisas de los senegaleses en el extranjero resulta muy beneficiosa para la economía local. «Los políticos solo están interesados en réditos electorales. No les queda tiempo para visitar los pueblos y buscar una solución». «Solo desde arriba es como puedes conseguir realmente las cosas, en la medida en la que tengas más poder dentro de la jerarquía. Sobre todo, si eres mujer», arguye Yayi.
Hace diez años, en Thiaroye todo el mundo tenía un empleo relativamente estable en el sector pesquero, y la mayor parte de la gente se ganaba bien la vida vendiendo pescado en países como Mali o Burkina Faso. Sin embargo, desde 2006 la pesca excesiva de los arrastreros extranjeros y el uso de redes de malla estrecha por los pescadores locales, han dejado casi desiertas las aguas senegalesas. Esta circunstancia, unida a aspectos sociales como el exacerbado machismo y la poligamia, empujan a los hombres y adolescentes a buscar en Europa la forma de sacar adelante a sus familias. Se trata de un terreno abonado para las mafias, que prometen travesías seguras y baratas hasta Canarias desde puntos como Nuadibú o La Güera. La realidad, luego, es bien distinta, y dicta que apenas un 5% de los migrantes clandestinos africanos logra establecerse de manera legal en el Viejo Continente.
Según asevera Moustapha Amar, coordinador de proyectos de la Fundación CEAR en Senegal, «se trata de una lucha contra los elementos, porque continuamente los medios de comunicación y los propios gobiernos de África muestran las diferencias existentes entre ambos continentes, y las posibilidades de progresar social y laboralmente en Europa». Amar abandonó Senegal en 1993 para continuar sus estudios de Derecho. Poco después se instaló en Bilbao y pagó sus clases de informática, español y empresariales con la venta ambulante. Al igual que Yayi Bayam, destaca la importancia de mentalizar a los propios senegaleses para que se conviertan en «actores principales» de su propio desarrollo. «No podemos quedarnos de brazos cruzados esperando las ayudas externas para salir adelante», advierte Amar, quien también considera necesario potenciar el papel de la mujer africana.
PROTAGONISTAS
Bajo estas premisas surgió en 1997 la asociación ASCODE (Cooperación y Desarrollo), con el objetivo de canalizar los esfuerzos de los emigrantes, allá donde estén, para que puedan participar en el desarrollo de Senegal. En definitiva, «buscamos convertir al emigrante en vector de desarrollo de su propio país.
Debemos ser actores protagonistas, no meros espectadores. Es un problema de mentalización y sensibilización, tanto en África como en el extranjero; porque los senegaleses también tenemos mucho que enseñar a los países del Norte: la noción de familia, la capacidad solidaria..., son conceptos que se están perdiendo en Europa y que aquí tienen fuertes raíces», denota Moustapha Amar. Desde 1979, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado trata de dar respuesta a la necesidad de defender el derecho de asilo y refugio.
Ya a principios de los 90, CEAR se planteó la necesidad de trabajar en los países emisores de refugiados. Esta estrategia requería de un planteamiento global, que además de contemplar la acogida de refugiados y la integración en España de los mismos, trabajase en las causas que motivan el desplazamiento, que en la mayor parte de las ocasiones son la pobreza y la violación de los derechos humanos. Es a partir de este análisis cuando se creó la Fundación CEAR, que nació con la finalidad de cooperar con las políticas preventivas en la erradicación de los problemas y las realidades que fuerzan a abandonar sus países a millones de refugiados y desplazados en el mundo. Su misión, que ejemplifican en Senegal personas como Yayi Bayam Diouf y su colectivo de mujeres, es combatir el desarraigo y mitigar las causas y consecuencias de la inmigración irregular, de poblaciones vulnerables o en riesgo de exclusión en África, por medio de la promoción de asentamientos estables, sostenibles, seguros y productivos, y el acompañamiento de las dinámicas de desarrollo inducidas por las migraciones.
V. Una cruzada para salvar el pulmón del planeta (octubre de 2008)
En pleno ‘pulmón’ del planeta, como así se conoce a la selva amazónica, un grupo de pueblos indígenas tratan de salvar su identidad frente a los poderosos intereses económicos, que no dudan en recurrir a la violencia para conseguir un trozo de tierra que desde hace siglos ha estado ligada a aquellos. Haciendo suyas las reivindicaciones de los más débiles en este conflicto se haya el jesuita palmero Fernando López, quien desde hace más de dos décadas lleva trabajando en pos de las comunidades indígenas, riberiñas y de las periferias urbanas de la región amazónica. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1960, el hermano Fernando comenzó a formar parte de los grupos juveniles de la parroquia de San Francisco de Asís de la capital palmera y de las comunidades que en ella funcionaban.
Fue en aquellos años de juventud y dinámica parroquial, bajo la dirección espiritual de Juan Pérez Álvarez, cuando confiesa que nació su inquietud misionera de estar junto a los pobres. «Siempre varias preguntas me acompañaban: ¿Por qué unos tenemos que nacer con todo y otros sin nada? ¿Es simplemente una cuestión de suerte? ¿Por qué este mundo es tan desigual e injusto? ¿De qué lado te sientes llamado a posicionarte solidariamente? ¿Con quién quieres gastar tu vida?», se cuestionaba el joven jesuita canario, quien reconoce que «mi familia siempre me acompañó en este proceso de búsqueda inquieta y de discernimiento». Pese a todo, Fernando López viajó hasta Sevilla para estudiar Física, con el objetivo de poder emplear esos conocimientos algún día en ayuda de los más desfavorecidos del planeta. Y a fe que así lo hizo. Con apenas 25 años llegó como misionero a Paraguay, donde entró en el noviciado de los Jesuitas. «Era el tiempo de dictadura militar de Stroessner. Allí formamos parte de los grupos de no-violencia-activa contra la dictadura, y junto con otros jóvenes fundamos SERPAJ, el denominado Servicio de Paz y Justicia Paraguaya», relata el religioso palmero.
«Toda mi formación como jesuita fue en América Latina, Paraguay y Brasil». Su inquietud, no obstante, no solo se basó en la ayuda a los demás, también se dirigió hacia el estudio. No en vano, el hermano Fernando López está a punto de terminar la carrera de Antropología. «En Paraguay aprendí guaraní, y también he trabajado los últimos años con los niños de la calle en Belo Horizonte, Brasil, y en el basural de Asunción, en Paraguay», incide el jesuita, quien subraya que más de tres cuartas partes de la población de estos países viven por debajo del umbral de la pobreza. Desde 1998, su labor se centró en la Amazonía brasileña y los pueblos indígenas de la región. «Formo parte del llamado Equipo Itinerante, un grupo interinstitucional que apoya a las comunidades indígenas, riberiñas y de las periferias urbanas de la región amazónica». «Ahora estamos apoyando toda la lucha por la tierra de los indígenas de la Raposa Serra do Sol, en Roraima, en la frontera con la Guyana inglesa y Venezuela», recalca Fernando López, quien todavía hoy sigue haciéndose numerosas preguntas sobre el modelo de sociedad actual en el que vivimos.
La zona de Roraima es muy codiciada por un grupo de empresarios arroceros que, en connivencia con el poder político local y parte del judicial, se niegan a dar por perdidos los casi 17.000 kilómetros cuadrados que conforman la tierra indígena brasileña de Raposa Serra do Sol. Con total impunidad, en los últimos meses se han sucedido los ataques con armas de fuego y bombas caseras o amenazas de muerte por estos empresarios, que tratan de arrebatar y expulsar de su hogar a los casi 19.000 indígenas makuxí, wapixana, ingarikó, patamona y taurepang que habitan la comarca.
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