Por supuesto, no todos los filósofos y los científicos son amantes. Pero, cuando sirven de la mejor manera a los propósitos de la filosofía y la ciencia, argumentan como amantes.
Puede ser útil concluir con cuatro observaciones. En primer lugar, estas clases de transacciones argumentativas no son exhaustivas ni mutuamente excluyentes. Si alguien quiere desarrollar la metáfora sexual, podría investigar las implicaciones para la argumentación de actitudes tales como el romance, el encaprichamiento, la prostitución y la masturbación. Sin duda, algunas situaciones tienen elementos de los tres paradigmas considerados en este ensayo; un argumentador puede tener algunos de los impulsos de un amante y también algunas de las tendencias de un seductor o de un abusador. Además, puede que la situación no sea lo que parece ser. Puede que un argumentador parezca ser un abusador al usar una estrategia de confrontación y, sin embargo, sea un amante en su deseo de que su interlocutor haga una elección libre en la decisión a la que se enfrenta existencialmente. Finalmente, puede que una de las partes de la transacción considere que la situación encaja en un paradigma, mientras que otra persona considere que encaja en otro. Lo que parece amor para una persona puede parecer seducción o abuso para otra.
En segundo lugar, una aparente conclusión bastante curiosa que se puede extraer de los ejemplos que he usado es que las personas que trabajan en la metacomunicación —la discusión sobre la comunicación—, ya sean filósofos o científicos, pueden comportarse como amantes, pero las personas que trabajan en procesos de toma de decisiones y persuasión —por ejemplo, políticos y publicistas— deben abusar o seducir. Dicho de otra forma, la pregunta es la siguiente: ¿debe ser relegada la argumentación retórica, a diferencia de la metaargumentación, a quienes no son amantes? Cuando el poder es la principal preocupación de los argumentadores, ya sea el poder de una idea o el poder interpersonal, ¿son el abuso y la seducción probables, si no inevitables?
En tercer lugar, todas esas tres actitudes pueden usarse para llegar a la “verdad” de una situación. Robert L. Scott argumenta convincentemente que (1967, p. 13):
la verdad no es anterior e inmutable sino que es contingente. En la medida en que podemos decir que existe la verdad en los asuntos humanos, existe en el tiempo; puede ser el resultado de un proceso de interacción en un momento dado. Así que la retórica puede ser vista no como una manera de hacer la verdad más eficaz sino de crear la verdad.
Si la verdad es “epistémica”, como Scott argumenta, entonces surge a partir de la transacción de los argumentadores. La manera como un argumentador se relaciona con otros es una variable importante. La verdad epistémica de una transacción puede ser determinada unilateralmente por medio de la argumentación de un abuso forzoso o de una seducción engañosa, o puede ser alcanzada bilateralmente por medio del asentimiento libre de los amantes.
En cuarto lugar, la argumentación tiene otra función tan importante como cualquier creación intelectual de la “verdad” de una situación, y es la función personal de influir en el crecimiento y la plenitud de quienes participan en la transacción. Natanson destaca la importancia de la función personal de la argumentación (1965b, p. 152):
El filósofo intenta desvelar algo sobre sí mismo. La actividad filosófica es un autodescubrimiento. Las declaraciones filosóficas, orales o escritas, son en primer lugar confesiones y solo después se convierten en argumentos... Incluso aunque los argumentos aparezcan primero cronológicamente, se presentan como una indagación para descubrir su intención original en relación con la persona que tenía esa intención. La persona que busca a un alter ego, el filósofo que busca a un interlocutor, el profesor que busca a su estudiante, todos ellos se encuentran en una situación primaria en la que la retórica y la filosofía son integrales.
Solo el amante puede lograr esta meta personal de la argumentación. Ni el abusador ni el seductor se involucran personalmente en la argumentación. El profesor Johnstone explica por qué (1965b, p. 6):
Las órdenes, las sugestiones subliminales y los movimientos hipnóticos evitan el riesgo de ocuparse de uno mismo. El engatusador, el publicista y el hipnotizador no solo operan sobre la base de que «nadie está en casa» en el cuerpo del interlocutor, sino también la de que ni siquiera ellos mismos están «en casa». Quien engatusa en lugar de argumentar no merece ser tratado como una persona, como tampoco quien consigue el asentimiento de otro cuando este último ha bajado la guardia o mira hacia otro lado.
Solo las transacciones argumentativas en las que todas las partes están personalmente involucradas pueden dar como resultado una interacción completamente humana. Los abusadores y los seductores no se respetan a sí mismos como seres que asumen riesgos y toman decisiones ni atribuyen esas capacidades humanas a sus coargumentadores. Lo que, según dice Douglas Ehninger, puede ser una consecuencia de la argumentación, solo está disponible para los amantes (1970, pp. 109-110):
Entrar en la argumentación con una comprensión total de los compromisos que, como método, implica es experimentar ese momento alquímico de transformación en el que..., en el lenguaje de Buber, el Ich-Es es sustituido por el Ich-Du; cuando el «otro», que ya no es considerado como un «objeto» que puede ser manipulado, es dotado de las cualidades de «libertad» y «responsabilidad» que transforman al «individuo» como «cosa» en una «persona» como «no cosa».
Dado que solo los amantes arriesgan su propio ser, solo los amantes pueden crecer y solo los amantes pueden lograr juntos una interacción genuina.
1Aunque yo llegué de manera independiente a los paradigmas de abuso-seducción-amor de las relaciones entre los argumentadores, uno de mis colegas, Ronald J. Burritt, me recordó que esta distinción ya se había hecho antes y había sido usada en un sentido similar por Oscar L. Brownstein en la introducción de su análisis del Fedro de Platón (Brownstein, 1965, pp. 394-395). En efecto, los tres discursos de Sócrates ilustran oportunamente los tres tipos de relaciones interpersonales entre argumentadores que se comentan en el resto de este ensayo.
2La palabra que usa Brockriede es rape (N. del T.).
Los conceptos de argumento y argumentar
Daniel J. O’Keefe
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