Una tercera actitud argumentativa puede caracterizarse con la palabra amor. Los amantes difieren radicalmente de los abusadores y los seductores en sus actitudes hacia sus coargumentadores. Mientras que los abusadores y los seductores contemplan una relación unilateral hacia la víctima, los amantes contemplan una relación bilateral con otro amante. Mientras que los abusadores y los seductores ven a la otra persona como un objeto o una víctima, los amantes ven a la otra persona como una persona.
Los amantes también difieren radicalmente de los abusadores y los seductores en sus intenciones. Mientras que los abusadores y los seductores pretenden establecer una posición superior de poder, los amantes quieren paridad de poder. Mientras que los abusadores y los seductores argumentan contra un adversario o un oponente, los amantes argumentan con sus iguales y están dispuestos a arriesgar su propio ser para intentar establecer una relación bilateral. Dicho de otra forma, los argumentadores amantes se preocupan por lo que están argumentando lo suficiente para sentir la tensión del riesgo para su propio ser, pero también se preocupan por sus coargumentadores lo suficiente para evitar el fanatismo que podría llevarlos a cometer un abuso o una seducción.
En su forma pura, tal vez el amor argumentativo sea un bien escaso, pero no es una categoría vacía. Los amantes y los amigos pueden manifestar las actitudes y las intenciones del amor en los diálogos íntimos. La actitud del amor también es al menos un ideal en otros dos tipos de argumentación.
El primer tipo es la argumentación filosófica. El tipo de argumentación sobre el que hablan Johnstone y Natanson podría llamarse argumentación con amor. Tal vez la etimología de la palabra “filósofo” sea significativa. Dado que un filósofo es un amante de la sabiduría, quizá también sea un amante de otras personas que la buscan.
Varias de las características que Johnstone y Natanson identifican como necesarias para la argumentación filosófica también son necesarias para la argumentación con amor. Una de ellas es que el filósofo pida el asentimiento libre a sus proposiciones. No se conforma con forzar el asentimiento o con obtenerlo por medio de engaños. Johnstone lo expresa así (1965a, p. 141):
Ningún filósofo que merezca ese nombre desearía conseguir el asentimiento a su postura por medio de técnicas que oculta a su auditorio. Una de las razones de esto es que le resultaría imposible evaluar filosóficamente tal asentimiento.
Ningún amante que merezca ese nombre desearía conseguir el asentimiento por medio de la argumentación a menos que ese asentimiento fuese otorgado con conocimiento y libremente.
Otra característica relacionada es que un argumentador filosófico solo quiere que prevalezcan sus puntos de vista si pueden superar las críticas más rigurosas posibles. De nuevo, Johnstone enfatiza esta idea de manera notoria (Ibid.):
No sirve para ningún propósito filosófico que un punto de vista prevalezca solo porque su autor ha silenciado las críticas al mismo por medio de técnicas cuya eficacia se basa en que están ocultas para los críticos.
Los argumentadores filosóficos, así como otros argumentadores del paradigma del amor, quieren que sus verdades existenciales queden establecidas en un ambiente abierto.
Otra característica es el reconocimiento de los filósofos de que sus argumentos transcienden las proposiciones intelectuales para llegar hasta su propio ser. Natanson desarrolla esta postura (1965a, pp. 15-16):
Cuando me arriesgo verdaderamente al argumentar, me abro a la posibilidad viable de que la consecuencia de un argumento sea hacerme ver algo de la estructura de mi mundo inmediato... Cuando un argumento me daña, me hiere o me purifica y libera, no es porque cierto... segmento de mi visión del mundo se vea conmocionado o sacudido sino porque yo me veo herido o vivificado —yo en mi particularidad—.
El filósofo de Natanson y otros amantes no pueden argumentar con otros sin arriesgar su propio ser y sin involucrarse con la otra persona. Natanson continúa (1965a, p. 19):
Se establece un riesgo cuando... su vida inmediata de sensaciones y sensibilidades se ve desafiada y se abre al desafío. La argumentación involucra la constitución de ese mundo total, del cual solo una parte superficial está constituida por la formación de argumentos.
El filósofo ideal argumenta con amor. Solicita el asentimiento libre, presenta sus argumentos abiertamente y pide críticas abiertas. Arriesga su propio ser y pide a sus coargumentadores que asuman ese mismo riesgo. Busca una relación bilateral con seres humanos.
La argumentación con amor es al menos un ideal en un segundo tipo de argumentación: la argumentación científica. Si se ve la ciencia como infalible, la idea de que los científicos argumentan resultará extraña. Esa concepción implica que los científicos simplemente descubren la Verdad y después se la explican a quienes son inferiores. Dado que se asume que el interlocutor no tendrá otra opción que aceptar esa Verdad, tal relación implica el asentimiento forzado característico del abuso.
Warren Weaver tiene una visión diferente de la ciencia (1964, p. 29):
Si se analiza en profundidad [la ciencia]... en lugar de encontrar finalmente una permanencia y una perfección, ¿qué se descubre? Se descubre el desacuerdo no resuelto y aparentemente irresoluble entre los científicos sobre la relación entre el pensamiento científico y la realidad. ...Se descubre que las explicaciones de la ciencia tienen una utilidad, pero que objetivamente no se puede decir que expliquen. Se descubre que la vieja apariencia externa de inevitabilidad se desvanece completamente, ya que se halla una fascinante arbitrariedad en todos los sucesos. ...Para quienes han caído en la ilusión... de que la ciencia es una fuerza intelectual implacable y todopoderosa, de naturaleza irrevocable y perfecta, las limitaciones aquí señaladas tendrán que ser consideradas como nefastas imperfecciones... Yo no las considero imperfecciones desagradables, sino más bien como las manchas de piel que hacen que nuestra amante sea aún más adorable.
Weaver concluye su ensayo instándonos a devolver (1964, p. 30):
la ciencia a la vida como una empresa humana, una empresa en cuyo núcleo tiene la incertidumbre, la flexibilidad, la subjetividad, la dulce sinrazón, la dependencia de la creatividad y la fe que le permiten, cuando se la comprende correctamente, ocupar su lugar como una compañía amigable y comprensiva para el resto de la vida.
Yo interpreto estas afirmaciones de modo que sitúan a la ciencia en el ámbito de la argumentación pero fuera del ámbito del abuso. Si la ciencia se ocupa de asuntos que son fundamentalmente inciertos, los científicos deben argumentar sus posturas pero no pueden propiamente exigir aquiescencia.
Pero el argumentador científico también debe situarse fuera del ámbito de la seducción. Parafraseando a Johnstone: “Ningún científico que merezca ese nombre desearía conseguir el asentimiento a su postura por medio de técnicas que oculta a su auditorio”. Al igual que el filósofo, el científico también busca el asentimiento libre y es abierto en sus argumentaciones. Mientras diseña un proyecto de investigación, el científico se esfuerza por dar todas las oportunidades para que se demuestre que sus afirmaciones son incorrectas. Emplea un riguroso procedimiento de recogida de datos y expone tal procedimiento a la crítica de los demás. Hace inferencias sobre la base de garantías que sus colegas puedan estar dispuestos a aceptar y los pasos de su proceso de razonamiento son visibles para que todos puedan comprobarlos. No se dirige a los demás científicos como un ser superior frente a sus inferiores, sino como un compañero frente a sus iguales. Al usar una forma abierta de argumentar, hace una invitación implícita a la crítica. Su relación con sus colegas es bilateral.
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