Una de las actitudes puede caracterizarse con la palabra abuso2. Parece bastante claro que el abuso es una analogía apropiada para muchas situaciones comunicativas que normalmente no se consideran argumentativas. Algunos comunicadores no están interesados principalmente en lograr un asentimiento a afirmaciones justificables. En lugar de ello, operan por medio del poder, de la capacidad de aplicar sanciones psíquicas y físicas, de recompensas y especialmente castigos, de órdenes y amenazas.
Las personas también pueden intentar coaccionar por medio de argumentos, y puede que a veces lo consigan. Muchas transacciones argumentativas pueden ser vistas justamente como abusos. Los argumentadores pueden tener una actitud de abusador hacia otras personas, los argumentadores pueden intentar abusar y el acto argumentativo mismo puede constituir un abuso. El abusador argumentativo ve la relación como unilateral. Su actitud hacia sus coargumentadores consiste en verlos como objetos o como seres humanos inferiores. Así que la intención de un abusador en una transacción con tales personas es manipular los objetos o violar a sus víctimas. El abusador quiere conseguir o mantener una posición de superioridad, ya sea en el aspecto intelectual de hacer que su postura prevalezca o en el aspecto interpersonal de humillar a la otra persona.
Una forma de abuso argumentativo puede consistir en que el argumentador estructure la situación de manera que tenga más poder que otros. Cuando el defensor de una persona pobre tiene demasiado pocos recursos humanos y materiales para enfrentarse al poder del Estado o de un abogado corporativo, quienes “tienen” han abusado de quienes “no tienen”. Cuando un editor de una columna de cartas al director coloca sistemáticamente las cartas que defienden su postura en una controversia en la esquina superior izquierda de la columna, donde es más probable que sean leídas, y coloca las cartas que defienden otras posturas en la esquina inferior derecha, donde es menos probable que sean leídas, el resultado es un abuso argumentativo. Tal vez el caso más extremo de esta forma de abuso sea la censura, ya sea explícita o sutil. Los argumentos de quienes tienen demasiado poco poder para resistirse a la censura son silenciados. En cualquiera de estas situaciones, las personas a las que no se permite que presenten sus argumentos o que los presenten de la manera como desean han sufrido un abuso.
Sin embargo, incluso algunas situaciones argumentativas que están estructuradas a la manera de un juego para garantizar a cada persona una igualdad de oportunidades para argumentar pueden ser caracterizadas como abusos. El sistema contencioso en toda su gloria manifiesta abusos cuando uno de los adversarios ve al otro como un objeto o un ser inferior e intenta destruir a ese oponente. Tal relación a menudo se da en los tribunales, en las campañas políticas, en muchas deliberaciones de grupos pequeños, en muchas reuniones de empresas y organizaciones y en muchas cámaras legislativas. Otro lugar en el que se pueden encontrar las actitudes y las intenciones del abusador en situaciones contenciosas es el debate interuniversitario. El lenguaje es sintomático: “Hemos acabado con ellos en la última ronda”. “Los hemos destruido”. “Se han venido abajo”. En todas esas situaciones la actitud del abusador hacia sus coargumentadores es de desprecio, su intención es la de victimizar y el acto mismo, dado otro ingrediente más, es un abuso.
Ese otro ingrediente concierne al papel de la víctima. Un coargumentador puede adoptar varias posturas cuando se encuentra con la argumentación de un aspirante a abusador. Puede ser una víctima complaciente, dispuesta a aceptar como legítimo el desprecio del abusador hacia ella. En efecto, puede que su propio autodesprecio sea tan grande que parezca invitar sus ataques y en ocasiones incluso hasta casi forzarlos. O puede ser una víctima reacia que rechace ese desprecio y luche todo lo que pueda para repeler los ataques, pero que finalmente carezca de poder para evitarlos. En cualquiera de esas situaciones, el acto de abuso se consuma. O puede que tenga suficiente poder para defenderse y gane la lucha. O puede que él mismo tenga las actitudes y las intenciones de un abusador, y en tal caso el resultado dependerá de qué aspirante a abusador tenga mayor poder. O, finalmente, puede que de algún modo consiga cambiar las actitudes y las intenciones del aspirante a abusador y transforme así la situación en algo diferente de un abuso.
Una segunda actitud puede caracterizarse con la palabra seducción. Mientras que el abusador conquista por medio de la fuerza de los argumentos, el seductor hace uso de sus encantos y sus engaños. La actitud del seductor hacia sus coargumentadores es similar a la del abusador. Él también ve la relación como unilateral. Aunque puede que no sienta desprecio hacia su presa, es indiferente a la identidad y la integridad de la otra persona. Mientras que la intención del abusador es forzar el asentimiento, el seductor intenta conseguirlo embelesando o engañando a su víctima.
¿Qué es lo que caracteriza a la seducción argumentativa? Una de las formas que puede adoptar es el uso consciente de las estratagemas que aparecen en las listas de falacias. Recursos tales como el de ignorar la cuestión, la petición de principio, la pista falsa, las apelaciones a la ignorancia o al prejuicio van dirigidos a lograr el asentimiento por medio de un discurso seductor que solo aparenta establecer afirmaciones justificables. Los usos indebidos de las pruebas también implican las actitudes y las intenciones de la seducción. Prácticas tales como ocultar información, citar fuera de contexto, citar incorrectamente a una autoridad o un testigo, tergiversar una situación de hecho o extraer conclusiones injustificadas de las pruebas también van dirigidas a lograr el asentimiento por medio de usos seductores de la argumentación. Muchas de las categorías consagradas en la retórica, incluso cuando se usan sin una pretensión consciente de engañar, pueden tener efectos seductores. El pathos y el ethos de un discurso, la imagen del argumentador, su estilo y su oratoria pueden hacer que un coargumentador encandilado dé su asentimiento de una manera bastante similar al acto de la seducción. En cualquiera de esos casos, el argumentador que seduce ha adormecido a su interlocutor para que baje la guardia por medio de lo que, en la argumentación, equivale a atenuar la luz.
Los seductores abundan especialmente en la política y la publicidad, aunque no todos los políticos y no todos los publicistas son seductores. Gran parte de los discursos políticos y de los textos publicitarios, sin embargo, tienen forma argumentativa y el objetivo es el asentimiento, pero no el asentimiento libre sino el asentimiento fruto del engaño de la seducción. Los argumentos de la administración Johnson para justificar el envío de tropas estadounidenses a la República Dominicana son un caso instructivo de uso político de la argumentación seductora. Sin duda, se puede pensar en muchos anuncios publicitarios que entran en la categoría de argumentación por medio de la seducción.
La actitud del aspirante a seductor es indiferencia hacia la humanidad de la otra persona. Es decir, el seductor intenta eliminar o limitar la capacidad humana más distintiva de su coargumentador: el derecho a decidir desde una comprensión de las consecuencias y las implicaciones de las opciones disponibles. La intención del aspirante a seductor es vencer por engatusamiento. La cuestión de si la seducción es consumada o no, sin embargo, también depende del papel de la presunta víctima. Un coargumentador puede adoptar varias posturas cuando se encuentra con la argumentación de un aspirante a seductor. Puede ser una víctima complaciente, dispuesta a aceptar como legítima la indiferencia del seductor, quizá incluso invitando o casi forzando la seducción. O puede ser una víctima reacia que se esfuerce por descubrir los trucos del seductor pero carezca de habilidad para conseguirlo. En cualquiera de estas situaciones, la seducción se consuma. O puede que tenga suficientes habilidades críticas para descubrir y rechazar las artimañas del seductor y gane la contienda. O puede que él mismo tenga las actitudes y las intenciones de un seductor, y en tal caso la discusión puede caracterizarse como una seducción recíproca. O, finalmente, puede que consiga cambiar las actitudes y las intenciones del aspirante a seductor y transforme así la situación en algo diferente de una seducción.
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