Luis Bonilla García - Historia de la hechicería y de las brujas

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Historia de la hechicería y de las brujas: краткое содержание, описание и аннотация

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El mundo sobrenatural forma parte de lo cotidiano por muy racionales y escépticos que pretendamos ser, puesto que no sólo siguen activas creencias y prácticas, sino que forman parte de nuestra cultura y de nuestra historia. «Historia de la hechicería y de las brujas» nos presenta a hechiceros y brujas de todas las latitudes y épocas, pero también de su impacto en las sociedades donde se han manifestado. Aborda el tema desde una doble perspectiva: histórica y psicológica, y lo apuntala con una lúcida reflexión sobre su potencial para condicionar todas las tramas políticas. El libro de Luis Bonilla debe de insertarse en ese contexto.

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Calla, que bien parece que eres mozo y extranjero,

y por eso no sabes que estás en medio de Tesalia,

donde las mujeres hechiceras cortan con los dientes

las narices y orejas de los muertos en cada parte,

porque con esto hacen sus artes y encantamientos.

A veces aseguraban ellas valerse de los genios o demonios intermedios entre los hombres y los dioses que pueblan el espacio aéreo entre la Tierra y la Luna. Estos seres fantásticos, llamados demonios por los griegos, podían ser benéficos, como el famoso demonio de Sócrates, al que se atribuía el origen de esa voz interior que creía oír el sabio a veces dictándole sus decisiones, y así también había los demonios maléficos, como aquellos que por orden de las brujas realizaban todo género de tropelías entre los humanos. Por eso, conociendo la idea, popularmente aceptada en Grecia, sobre la convivencia invisible con aquellos demonios, no nos extraña que Platón diga en sus Diálogos que las funciones propias de un diablo son:

…la de ser intérprete y medianero entre los dioses y los hombres, llevar al cielo las súplicas y los sacrificios de estos últimos y comunicar a los hombres las órdenes de los dioses y la remuneración de los sacrificios que les han ofrecido. Los demonios llenan el intervalo que separa el cielo de la tierra; son el lazo que une al gran todo. De ellos procede toda la esencia adivinatoria y el arte de los sacerdotes con relación a los sacrificios, a los misterios, a los encantamientos, a las profecías y a la magia. 8

De esto a intentar invocar a los genios o demonios en beneficio propio no había más que un paso, y este paso no solo se dio, sino que con los años se expandió con rapidez, sobre todo en Roma, cada vez con más fuerza, y creó la práctica de invocación de los espíritus. Así sabemos, según Plutarco, que un espíritu anunció a Bruto su derrota y muerte en Filippos, y así también la creencia de que estos espíritus arreglaban el vuelo de las aves, que habían de interpretar los hombres para conocer si sus empresas iban encaminadas a buen o mal fin. Así veremos detenerse a un ejército porque su general vio cruzar las aves en este u otro sentido, porque su aleteo o sus graznidos fuesen proferidos en esta o aquella ocasión. Y, por ejemplo, Alejandro Magno retuvo a sus ejércitos a las puertas de Babilonia, indeciso en lanzarlos al asalto, porque vio, al llegar, unos cuervos que parecían batallar en el aire. Por ello acampó a las puertas de la ciudad, en espera de presagios favorables.

Un águila que cruza volando, 9 un cuervo o unas golondrinas de derecha a izquierda o viceversa tenían un valor como augurio tan crédulamente admitido que podía en realidad variar el curso de los acontecimientos, al supeditarse la marcha de un ejército a las supuestas predicciones. Y lo mismo que en un águila creían distinguir numerosas clases de graznidos vaticinadores de diverso significado (Píndaro contó hasta 74), así también los mamíferos eran susceptibles de dictar la conducta que había que seguir, sobre todo el cabrito, la vaca y el carnero, bien por sus mugidos o balidos o por el detenido examen de sus entrañas al sacrificarlos.

Por eso veremos que toda empresa importante no se decidió a la acción sin el consejo del adivino, aquel que conoce los presagios en la disposición de los astros, en el vuelo de las aves, en las entrañas de los animales sacrificados, y que es, en fin, el personaje aparentemente humilde, expuesto a perder la cabeza si sus presagios no resultan ciertos, pero que decide, en realidad, el curso de la historia con su coacción mágica junto con el caudillo, salvo cuando surgía una mentalidad más serena, como la del famoso cartaginés Aníbal, que se extrañaba de que el rey Prusias se negase a librar combate contra los romanos alegando, con supersticioso convencimiento, que los augurios de los animales sacrificados no lo aconsejaban, lo cual hizo exclamar a Aníbal: «¿Es que preferís el consejo de un carnero al de un viejo general?».

Pero he aquí que al mismo Aníbal le fue anunciado por medio de un sueño la pérdida de un ojo, según se cuenta, por intermedio de uno de aquellos genios o demonios mediadores entre los dioses y los hombres, según afirma Lucio Apuleyo en su obra El demonio de Sócrates .

Era tan inmenso el marasmo supersticioso que no había persona que en mayor o menor grado no se viera envuelta en este caos y obligada a rendirle tributo, aun en contra de sus propias convicciones, pues oponerse a la corriente popular, en que hasta los actos rutinarios iban acompañados de sortilegios, hubiera sido como oponerse a la marea del océano.

Ello nos da idea de la lucha que plantea desde el primer momento el cristianismo contra la superstición ignorante y contra la magia hechicera, lucha titánica que ha de durar muchos siglos, sin negar la existencia de los hechos sobrenaturales de la magia, sino atribuyéndolos a la intervención del Diablo, con lo cual las gentes, aunque siguieron creyendo en la posibilidad de los prodigios, ya que la más elocuente demostración de lo contrario no les hubiera desarraigado de sus conciencias, los dejó al menos catalogados en el campo del mal, de lo prohibido, con fuerza suficiente para manifestarse, pero solamente cuando interviene el demonio, es decir, como una fuerza maligna inferior, de la cual se puede librar el hombre mediante el acercamiento al bien, que preside Dios.

Y así, al llegar la Edad Media, estos dos campos del Bien y del Mal quedan claramente definidos, y por eso las brujas y hechiceros, que han aceptado de forma inconsciente esta delimitación de campos, no se valen ya, para sus invocaciones, de genios o demonios en el sentido griego de espíritus buenos o malos, intermediarios entre los dioses y los hombres, sino claramente del demonio y sus servidores, situándose en clara rebeldía frente a la religión y declarándose, con desenfado, pertenecientes al otro campo, es decir, al que se vale de la fuerza del Mal.

1 Sobre los famosos oráculos griegos de Delfos, Dona, Heliópolis, Delos y sus sacerdotisas pitonisas, véase mi obra La mujer a través de los siglos , cap. «La mujer en Grecia», Madrid, Aguilar.

2 Virgilio, Bucólicas: Alfesibeo, versos 80 a 100 (trad. E. Gómez de Miguel). Madrid, Ediciones Ibéricas.

3 Marco Anneo Lucano, La Farsalia , cap. XII (versión castellana de J. de Jáuregui), Madrid, Aguilar.

4 Esposa de Apuleyo.

5 Bonilla y San Martín, El mito de Psiquis , Barcelona, 1908, p. 95.

6 Lucio Apuleyo, La Metamorfosis o el Asno de Oro (trad. D. L. de Cartagena, revisada por J. Ardal), Barcelona, 1946.

7 Op. cit ., p. 62.

8 Platón, Diálogos: El Banquete o del Amor (trad. P. de Azcárate). Edición de «El Ateneo», Buenos Aires, 1955.

9 Cuando Telémaco manifiesta el deseo de venganza contra los pretendientes de su madre, Penélope, se tiene como buen augurio que en ese momento dos águilas desciendan volando del monte con las alas extendidas hasta llegar sobre el centro del ágora para, después de girar y mirar a los pretendientes, ensangrentarse las cabezas peleando y desaparecer en su vuelo hacia la derecha; señales que interpreta extensamente Heliterses Mastórida, el cual era muy experto en conocer los augurios y predecir las cosas fatales (Homero, La Odisea , canto II).

HECHICERÍAS EN EL AMBIENTE POPULAR Y EN LA LITERATURA CLÁSICA

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