que es lo dichoso del vivir la muerte!
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Ya en sus nervios flexible al primitivo
vigor vuelve, y ligero el cuerpo grave
no se dobla y levanta como vivo
del suelo, a un tiempo que resurgió cual ave;
recto en sus plantas, no locuaz, no activo,
inmóvil pende, ni su rostro sabe
la amarillez trocar firme aprendida,
retiene muerte concibiendo vida. 3
Sexto presencia silencioso y absorto los manejos de la bruja, y al fin, escuchado el vaticinio, se retira en silencio, meditabundo, pensando en la próxima batalla, mientras la maga abandona el cuerpo utilizado, «que arde gozoso en encantada pira».
En verdad que no debía pensar el gran Lucano, al componer sus magníficos versos, que pudieran servir, tomados casi al pie de la letra y no en su valor literario, como una fuente más de información de las atesoradas ávidamente en el transcurso de los siglos por brujas medievales y renacentistas, en torpes traducciones fragmentarias de todo lo que se relacionaba con la obsesionante locura de la magia negra.
También nos habla de las brujas de Tesalia, pero en otra faceta de sus hechicerías, el famoso cartaginés Apuleyo en La Metamorfosis o el Asno de Oro , que escribió allá por el año 184.
Fue famoso Apuleyo por su sabiduría y elocuencia en aquella época del esplendor de Roma, no solo en esta ciudad, sino en Atenas, conceptuada como el centro cultural más grande, y llegó a ser envidiado por otros sabios, que lo acusaron de mago, acusación de la que supo defenderse Lucio Apuleyo con aquella vehemente elocuencia que le había conquistado en Roma el cargo de sacerdote del Colegio de Osiris; y no nos debe extrañar ver al Osiris egipcio en Roma, pues no hay que olvidar que en aquella época Roma era el cosmopolitismo religioso más grande del mundo, donde las prácticas religiosas y mágicas de Caldea, Egipto, Asiria, Persia, etc., tenían favorable acogida.
Hablando de Apuleyo y de sus obras, dice Bonilla y San Martín que «dos Padres de la Iglesia le consideraron, por boca de Lactancio, de Marcelino y de san Agustín, como un taumaturgo, como un mágico y como un defensor del paganismo, en nombre del cual le atribuyen milagros que los gentiles oponían a los de Cristo. A esta fama pueden haber contribuido tanto la acusación de la familia de Pudentilla, 4 como los viajes de Apuleyo a Oriente y su innegable afición a los misterios. Para nosotros, en el terreno de la filosofía, Apuleyo es un neoplatónico, no sin ciertos visos de originalidad». 5
Por eso parecen tener un valor autobiográfico aquellas palabras que Apuleyo pone en boca del protagonista de su Metamorfosis o el Asno de Oro , cuando dice: «Yo, cuando oí el nombre de la Magia, como estaba deseoso de la saber, tanto me escondí de la cautela o arte de Panfilia, que antes yo mismo me ofrecí de mi propia gana a su disciplina y magisterio, queriendo de un salto lanzarme en el profundo de aquella ciencia». 6
Esta Panfilia, que tanta fama tiene de hechicera, es la mujer de Milón, en cuya casa había ido a hospedarse Lucio Apuleyo, él mismo como protagonista, cuando emprendió el viaje hacia Tesalia, la famosa tierra por aquellas artes mágicas que Apuleyo deseaba conocer. Por eso, cuando oyó la advertencia de que Panfilia era una terrible maga de cuyas malas artes debía guardarse no solo no se atemorizó, sino que juzgó feliz oportunidad para conocer en casa de su huésped las misteriosas artes de las que la mujer de Milón era, sin duda, maestra.
En casa de Milón y Panfilia había una criada, Fotis, que compartió sus amores con Lucio Apuleyo, y esta gran confianza la hizo revelar a su amante el secreto mágico de su señora y proporcionarle la oportunidad de ver, a través de la grieta de una puerta, las prácticas hechiceras de ella:
… primeramente ella se desnudó de todas sus vestiduras, y abierta una arquilla pequeña, sacó muchas bujetas, de las cuales quitaba la tapadera de una, y sacando de ella cierto ungüento y fregado bien entre las palmas de las manos, ella se untó desde las uñas de los pies hasta encima de los cabellos, y diciendo estas palabras entre sí al candil, empieza a sacudir todos sus miembros, en los cuales, así temblando, comienzan poco a poco a salir plumas, y luego crecen los cuchillos de las alas; la nariz se endureció y encorvó; las uñas también se encorvaron; así se tornó búho, el cual comenzó a cantar aquel triste canto que ellos hacen y por experimentarse comenzó a alzarse un poco de tierra, y luego un poco más alto, hasta que con las alas cogió vuelo y salió fuera volando. 7
Lucio vio , como acabamos de leer, o creyó ver tan asombrosa transformación, pues él mismo deja abierta la puerta a las posibilidades alucinatorias al afirmar que cuando él vio aquella transformación, «aunque no estaba encantado o hechizado, estaba atónito y fuera de sí al ver tal hazaña, y me parecíaque otra cosa era yo y que no era Lucio. De esta manera, fuera de sí, como loco, soñaba estando despierto, y por ver si velaba, me frotaba los ojos con fuerza. Finalmente, tornado en mi seso…».
Bien claro lo dice: «soñaba estando despierto». Esta es la base de casi todos los procesos mágicos, en los que veremos utilizar la alucinación, el hipnotismo y la sugestión a través de siglos y siglos. Y lo peor es que no hay cosa más difícil que convencer a un alucinado, a un individuo víctima de la sugestión, de que ha sido engañado por sus propias representaciones mentales bajo la influencia de un ambiente adecuado. Si no fuera así, no existiría el problema del fanatismo, ante el que se estrellaron siempre los razonamientos más claros, porque al fanatizado le molesta a priori poner sus convicciones en tela de juicio. Para todo individuo vulgar, lo que él cree es lo cierto y lo que él piensa es la verdad. Por eso, para el hechicero y la bruja, lo difícil es llegar a ese nível de sugestión, llegar, si es posible, a la alucinación del individuo, momento en el que todo lo demás viene solo: tendrán desde entonces en el sugestionado no solo un creyente en los prodigios mágicos, sino un intransigente defensor de aquello que él juzga realidades y que ya pertenecen a su propio acervo mental; las cree, las acepta, son ya realidades que han pasado a pertenecer a la propia conciencia del sujeto, el cual las defiende, no por ciertas en un sentido absoluto, sino por suyas.
Apuleyo se equivoca de ungüento al querer copiar torpemente las prácticas de la bruja, y queda transformado en asno. Ya sabemos que todo esto es una ficción literaria; pero se basa en creencias de entonces, es una fiel descripción del ambiente de temor, de curiosidad y de misterio creado por respeto a las brujas, que han sabido manejar la gran palanca humana del miedo. Apuleyo recibía una lección a su osadía al querer descubrir los secretos mágicos; esto es, indudablemente, un símbolo. Aquí el mal no tenía más trascendencia que para él mismo; pero lo peor es que estaba popularmente admitido en la creencia general de griegos y romanos que las brujas eran capaces de metamorfosear a los hombres en ciertos animales carnívoros, los famosos lupus fieri a que aluden Virgilio, Plinio, Petronio y otros, y esta creencia degeneraba en un verdadero terror de las gentes inocentes, que miraban recelosas en la soledad del campo la amenaza constante de estos seres malignos y monstruosos. Convicción que veremos llegar a la Edad Media con las consecuencias trágicas que constituyeron procesos tan formales como si en realidad se tratase de hechos verídicos.
Las brujas, como la del mito de Apuleyo, eran temidas no solo por sus poderes supuestos, sino también porque se valían para sus ungüentos de sustancias en las que se incluían a veces ingredientes humanos. Y así leemos también en El Asno de Oro que en el transcurso de su viaje a Tesalia, al ver Lucio que se le acababa el dinero, buscaba el medio de remediar su pobreza, cuando, al pasar por el mercado, vio a un viejo que ofrecía salario por guardar un muerto, y como preguntase, extrañado, si acaso huían los muertos allí para que necesitasen ser guardados, le contestaron:
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