Estas alucinaciones, estos juegos de la imaginación, fueron muy frecuentes en la Antigüedad, como una de las prácticas más corrientes de los magos; como ejemplo, la exhibición que hicieron los magos egipcios cuando Moisés se presentó al faraón. Dice el Antiguo Testamento que Moisés y su hermano Aarón se presentaron al faraón (Ramsés II) para pedirle de parte de Dios que dejara salir a los hebreos por espacio de tres días para ofrecer sacrificios en el desierto, pero como el faraón se negase a ello y pidiese algún prodigio como prueba, tomó Aarón su vara, la echó en el suelo y esta se convirtió en una culebra. Pero entonces:
Y llamó Faraón a los sabios y a los hechiceros, y ellos también por encantamientos egipcíacos y ciertos secretos hicieron lo mismo. Y echaron cada uno sus varas, que se convirtieron en dragones; mas la vara de Aarón devoró las varas de ellos. 8
Moisés, que condena la superstición, las influencias de otros pueblos idólatras, que repudia brujos y adivinos, se ve obligado en ciertos momentos, como dice Michael Molho, «a hacer las veces como de mago». 9
Es tan grande en todos los pueblos del Próximo Oriente esta creencia en lo prodigioso que toda personalidad religiosa, cuando actúa como jefe, debe ratificar su prestigio de cuando en cuando a los ojos del vulgo, y demostrar su poder sobre las cosas, sobre los animales, sobre los demonios y sobre los elementos de la naturaleza. En todos los pueblos de la Antigüedad, y especialmente en los del Próximo Oriente, es muy difícil desvincular de las religiones el contenido mágico. Pues son precisamente esos elementos de persistencia mágica lo que más atrae en cada religión a sus respectivos pueblos.
En lo que respecta al pueblo judío, cita Michael Molho como ejemplo cuando el rey Saúl, aquel que combatió brujos y magos, en vísperas de una guerra contra los filisteos, ante el temor de una derrota, acude a una mujer que practica la brujería clandestinamente para que invoque los manes del profeta Samuel y le consulte sobre el resultado de la próxima guerra. Por lo que afirma el citado autor, aunque los profetas hicieron todo lo posible por desterrar las supersticiones y las vanas creencias, como la adivinación, «no obstante puede decirse que, al menos en este campo, los profetas fueron vencidos en la Antigüedad tanto como los filósofos en Atenas. Los judíos y los griegos, para no citar más que dos pueblos civilizados de la Antigüedad, continuaron recurriendo, en los momentos de angustia, a los oráculos y a las prácticas de magia». 10
De todo el Próximo Oriente de la Antigüedad, prolífico en escuelas de magia, es en Persia donde se puede buscar el genuino tipo del mago. Allí los magos constituían una de las tribus de Media dominadas por los persas y una clase social independiente. Se dividía en varias clases, con deberes y privilegios distintos. La primera categoría la constituían los sabios propiamente dichos, entre los que destacaba el Magua-pat o mago jefe. Eran estos los destinados al culto, los cuales recibían una educación especial y hacían una vida austera. Este culto era el del Sol, la Luna, la Tierra y los Vientos, aunque más tarde los magos tuvieron que adaptarse a la incorporación de las creencias monoteístas impuestas por Zoroastro y respetar las normas de perfección moral del Zend Avesta, que no pudieron por menos de amañar e interpretar a su modo de tal forma que las versiones que han llegado hasta nosotros son interpretaciones de ellos. Hicieron todo lo posible por imponer al pueblo persa sus prácticas idolátricas medas de adoración a los elementos, quizá para mantenerlo bajo su control supersticioso.
Otra segunda categoría de magos en Persia era la de los hechiceros interpretadores de sueños. Pero no debe olvidarse que no todos los magos persas ejercían el sacerdocio, aunque todos los sacerdotes eran magos por antonomasia.
Los magos medos dominaban a Persia a pesar de ser una tribu sojuzgada. Tenían bajo su influencia al rey y a las autoridades. Nadie se decidía a emprender algo sin consultar a los magos, ni había acontecimiento cuyo significado no fuese interpretado por ellos.
Hasta tal extremo llegaba su dominio, que Cambises, hijo de Ciro, había sido desposeído del trono por un asalto al poder de los magos dirigido por el jefe mago Gaumata. Para ello, Gaumata había conseguido hacerse pasar por Smerdis, el otro hijo de Ciro, no sabemos si valiéndose de sus artes mágicas. El caso es que Gaumata logró el apoyo de varios nobles, y con la fuerza político-supersticiosa de su legión de magos llegó a ceñirse la corona. Pero, si bien fue un alarde del poder de los magos, fue un error político de Gaumata, pues, mientras ejercieron su dominio por influjo supersticioso, consiguieron ser en la sombra los auténticos dominadores del pueblo y de la nobleza; pero el asalto al poder material, al social y militar desbordó su carácter mágico y subyugador, que los hacía ser obedecidos y respetados. Con el salto descarado al poder perdieron la fuerza de la taumaturgia y el dominio sobre las conciencias, al presentarse como dominadores vulgares.
La reacción era de esperar. Y solo llevaba Gaumata unos meses en el poder cuando Darío dio un golpe de Estado y mató con su propia espada a Gaumata, y, ayudado por seis nobles persas, acabó con los magos más destacados. Acto seguido Darío convocó al pueblo y puso de manifiesto las trapacerías de los magos. La reacción del pueblo puede suponerse: los persas recorrieron puñal en mano la ciudad y degollaron a cuantos magos consiguieron encontrar. Aquella degollina pasó a la historia, y se conmemoró desde entonces todos los años como un día solemne con el nombre de «fiesta de la matanza de los magos».
Estos chispazos de reacción fueron el riesgo que siempre tuvieron que correr los magos, lo mismo en Persia que, por ejemplo, en Egipto, mucho antes, cuando los guerreros se sublevaron contra el predominio de la teocracia y fundaron la primera dinastía faraónica, y también muchos siglos después, cuando Amenhotep IV intentó una revolución espiritual que acabase con la coacción supersticiosa del sacerdocio, aunque bien es verdad que fracasó prácticamente, pues, con Tut-Ank-Amon, las escuelas sacerdotales volvieron a ocupar su prestigio y los sacerdotes egipcios su puesto preeminente, gobernando a través del faraón y de los personajes de la Corte.
Siempre tuvo el problema de la magia en general dos aspectos en todos los pueblos de la Antigüedad: el mágico-filosófico, de repercusiones culturales, ejercido por sacerdotes y magos poseedores de conocimientos superiores al ambiente, y el aspecto embaucador, de repercusiones sociales, ejercido por hechiceros como explotadores del miedo ancestral de los hombres. Pero casi siempre el sacerdote tuvo mucho de mago, y el mago mucho de hechicero. Cada uno de estos dos aspectos adquiere un valor predominante según los pueblos del Próximo Oriente, y pasan a Europa con distinto vigor, adaptados a la idiosincrasia de cada país.
1 Véase Dioses, tumbas y sabios , Barcelona.
2 Herodoto, Los nueve libros de historia .
3 Maspero, Histoire ancienne des peuples d’Orient , libro II, cap. IV.
4 Maspero, op. cit ., libro II, cap. VI.
5 Pleyte, Etudes égyptologiques , tomo I, traducido del papiro de Leyden.
6 Moret, Ritual del culto diario . Maspero, Charlas de Egipto . Capart, Tebas . G. R. Tabouis, La vida privada de Tut-Ank-Amon .
7 Papiro egipcio de las Aventuras del faraón Knofuit y los magos .
8 Éxodo, cap. VII, núms. 11 y 12, taducción de P. Scio, quien añade en una nota que «San Justino, Tertuliano, San Jerónimo y otros Padres niegan que fueran verdaderas serpientes, alegando que esto excede las facultades y virtud del demonio, y que solamente puede ser obra del Creador. Y así explican este lugar diciendo que por medio de sus hechizos y embaimientos deslumbraron los ojos de los que allí estaban, haciéndoles ver solamente unas imágenes o apariencias de serpientes y que creyeran que ello no era ilusión. Pero san Agustín, santo Tomás y otros intérpretes sienten comúnmente que fueron verdaderas serpientes y que los magos, ayudados del demonio, pudieron hacer que en un momento desapareciesen las varas, que habían arrojado en el suelo, y que viniesen de otra parte serpientes verdaderas».
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