9 Michael Molho, Usos y costumbres de los sefardíes de Salónica , cap. VIII («La magia en la antigüedad judía»), Madrid/Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1950.
10 Op. cit ., p. 274.
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LA INFILTRACIÓN ORIENTAL EN LA MAGIA GRECORROMANA
En la Antigüedad clásica, tanto en Grecia como en Roma, llegó un momento en que la religión, más o menos adornada por la mitológica ficción de los poetas, fue desechada por los misterios , en mayor o menor grado oficialmente protegidos por el Estado, como los oráculos, 1 y estos a su vez fueron perdiendo interés público, desplazados por los prodigios de la otra magia heterodoxa, incorporada por los brujos y brujas extranjeros que aseguraban conocer los secretos de la magia goética, importada del Próximo Oriente, capaz, según ellos, no solo de augurar, sino de fabricar mágicos filtros amorosos, de cambiar el curso de los acontecimientos mediante sortilegios y hasta llegar al prodigio de las transformaciones en las que se decían maestras las famosas brujas de Tesalia.
En relación con los sortilegios para el amor, no hay ejemplo quizá mejor que refleje la influencia greco-asiática en el ambiente romano que aquellas églogas de Virgilio, tan semejantes a un verdadero curso de hechicería, cuando aquella mujer, toda pasión, vibra en mágicos sortilegios para retener a su amado Dafnis:
Como la arcilla se endurece y la cera se funde, todo a un mismo fuego, así puede nuestro amor producir un mismo efecto en Dafnis. Espolvorea la harina sagrada y enciende con betún los resecos laureles, Dafnis el malvado, me abrasa, y yo quemo este laurel donde estoy viendo a Dafnis.
Es la base del mismo procedimiento que veremos más tarde utilizar en plena Edad Media y el Renacimiento, cuando la bruja funde en el fuego la efigie del enamorado, pues cree, por una falsa asociación mental, que su corazón se fundirá de amor sin poderlo él remediar. Por la misma falsa asociación de ideas, estas brujas buscarán objetos personales de la persona que pretenden hechizar para que la semejanza con la efigie sea más efectiva. No son tampoco ideas nuevas en el campo de la hechicería, porque en las citadas églogas de Virgilio leemos:
He aquí los despojos que el pérfido me dejó como prendas queridas de su ternura; las pongo en el mismo umbral y te las confío, ¡oh, tierra! Esas prendas tienen que devolverme a Dafnis.
Traed a mi lado a Dafnis, ¡oh, mágicas palabras!
Y respecto a los filtros , aquellos famosos hechizos que veremos siglos después hacerse pagar a buen precio por las brujas medievales, son evidentes sus antecedentes clásicos igualmente griegos y latinos, pero de influencia más bien oriental. Así leemos en la citada obra del famoso poeta latino:
Fue el propio Meris quien me dio estas plantas y estos venenos cogidos en el Ponto. Hay en el Ponto mucho de ambas cosas. Yo vi una vez a Meris, gracias a ellas, convertirse en lobo y adentrarse en los bosques, y más de una vez también le vi evocar las almas desde el fondo de los sepulcros y trasladar las cosechas de un campo a otro.
Traedme a mi lado a Dafnis, ¡oh, mágicas palabras! Llévate las cenizas, ¡oh, Amarilis!, y échalas por encima de tu cabeza a la corriente del arroyo, sin que te vuelvas a mirarlas. Trataré de alcanzar por este medio a Dafnis; a él no le preocupan ni los dioses ni las frases de encantamiento. 2
Respecto a las famosas brujas de Tesalia, nos habla de ellas, entre otros, el gran poeta cordobés Lucano, aquel cuya victoria poética sobre Nerón le costó abrirse las venas allá por el año 65 de nuestra era.
Lucano, en su Farsalia , nos describe aquellas tierras de Tesalia, pródigas en misteriosas hierbas y en magas diabólicas, algo así como la patria por excelencia de la brujería:
Allí el jugo de hierbas y de flores
en voluntades suele repugnantes
súbitos infundir tiernos amores
y excitar repugnancia en dos amantes;
juventud y vejez, hielos y ardores
truecan, y extremos aman tan distantes,
que en la mudanza extraña satisfecho,
de afectos que ignoró se espanta el pecho.
Terribles fieras a terror provoca
el verso que murmura docta maga;
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Allí el canto y el clamor pluvias conspira,
y tempestades vierte, aunque sereno
signo se oponga, y Júpiter se admira,
que oye ensayar sin su noticia el trueno,
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Contrapone veloz barco o navío
al soplo, que allí reina el movimiento,
y encorva en repugnante desafío
la vela con sus convejos contra el viento;
la voz compele, que el arroyo o río
vuelva el curso a adquirir su nacimiento,
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Lucano nos sitúa en aquella tierra invadida por los ejércitos romanos antagonistas, cuando Sexto, deseoso de conocer el final de la contienda, busca a una maga que le saque de su incertidumbre. Y he aquí a una bruja de Tesalia en funciones que dice:
Cadáveres me ofrece la sangrienta
campaña de Tesalia a Epiro unida;
de estos haré que alguno viva y sienta
que expiró fácil de moderna herida,
porque a su pecho organizar consienta
la voz en fiel oráculo entendida.
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Tal cadáver allí busca y prepara,
que el pulmón y garganta sin herida
reserve, y pueda articular voz clara,
cuando el conjuro su respuesta pida;
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Las espumas allí del can rabioso mezcla,
y la espina de la enjuta hiena;
las entrañas del lince, el portentoso
pez que el rumbo de la nave enfrena;
la víbora engendrada en el precioso
seno del ostro, y de la seca arena
de Libia la cerasta, el preferido
lapis que abriga el águila en su nido.
La médula del ciervo, que serpientes pace;
el arabio váculo; los ojos
del dragón y del fénix las ardientes
cenizas de aromáticos despojos:
tales aplica, y nuevos ingredientes
a aquellos miembros cárdenos y rojos;
mil hierbas junta, que infectó nocivas
con susurrantes labios y salivas.
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Luego pronuncia expresas impiedades,
y en versos dice enfáticos e inmundos:
«Furias estigias, lúgubres deidades,
vos que en horrores imperáis profundos;
Caos, inventor de un mundo y mil edades,
siempre anhelante a devorar mil mundos;
Elíseo, cuya paz y heroicas palmas
no aspiran a gozar mágicas almas.
Hécate, a mis encantos medianera;
Cervero, que del pasto aumentas hambre;
Átropos, que veloz tu segur fiera
a tantas vidas truncará el estambre;
Carón, que vadear tu barca espera
de innumerables sombras denso enjambre;
de todos pido que mi voz se entienda,
si os lo merece mi piedad horrenda».
Dijo, y retrajo la espumeante boca
y bruta faz que a lo inferior torcía;
cuando mira el espíritu que invoca,
entre follajes de la estancia umbría:
temblar lo ve, cuyo terror provoca
el ya olvidado cuerpo en que vivía;
duda y recela trémulo y ambiguo,
de nuevo al claustro incorporarse antiguo.
Teme su cárcel, huye toda herida
que le dio paso al respirar rasgada;
rehúsa tales puertas, que salida
siempre son de las almas, nunca entrada.
¡Oh, mísero, que ausente de la vida
te la infunden violenta y duplicada,
cuando tu libre inteligencia advierte
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