1 ...8 9 10 12 13 14 ...20 Por otra parte, el mago naturalista y el hechicero-brujo tienen psicológicamente puntos de contacto. Para una mentalidad ingenua fue fácil creer en un fuego sagrado, en un espíritu luminoso, aunque estos procediesen de fenómenos naturales, como la utilización del petróleo, los fuegos fatuos de los osarios o el llamado «fuego de san Telmo». Siempre fue más fácil para el pueblo creer que un agua embrujada cura una enfermedad que llegar al convencimiento de las propiedades naturales de la infusión de ciertas plantas, máxime cuando los conocimientos naturales constituyen un vedado mágico. Pero, aunque el agua solamente fuese agua, hubiera obrado cierto efecto sugestivo, así como siempre creyeron notar síntomas alarmantes aquellos a los que alguien les dijo que acaban de beber un veneno. Es el gran valor de la sugestión, el arma más grande del hombre sobre el hombre. Es el poder de lo psíquico sobre lo físico cuando el ambiente es propicio; y esta arma caerá durante siglos y siglos, no solo en lasmanos del mago-curandero, sino, lo que es peor, en las del hechicero-brujo.
Por todo esto, cuando llegan los griegos a las costas ibéricas son portadores de una fe en la magia oriental, ya adulta, que se entrelaza con los sencillos ritos naturales ibéricos heredados de aquellas fiestas prehistóricas rituales de las que nos informan los dibujos rupestres a que ya nos hemos referido. Las tribus iberas, a través de la influencia más culta de los tartesos de la cuenca del Guadalquivir, ya han creado por entonces sus santuarios, a imitación de aquellos, 3 pero no han olvidado sus ingenuas prácticas de magia natural, sino que aumentarán su acervo supersticioso con los misterios de la mitología greco-asiática.
En aquella época del caduco Imperio tartésico, que había tenido por tributaria a la zona del Mediterráneo meridional ibérico, siente esa pasividad característica de la decadencia frente al brío incontrolable ya de las tribus iberas, que aceptan la instalación de colonias griegas. Por eso, la Afrodita griega, Apolo, Eros alcanzaron un puesto de honor en las costas iberas donde brilla el mismo sol mediterráneo que hace rendir culto al amor con más facilidad que a los hados tenebrosos de las selvas célticas. Por eso desde un principio en España la magia del sur tendrá una tendencia orgiástica, y en el norte, una inclinación trágica. Aquellas bailarinas gaditanas que deslumbraban a los navegantes y mercaderes fenicios, griegos, cartagineses y, finalmente, romanos fueron una oposición a las magas del noroeste, que hechizaban, no por su sensualidad, sino por el miedo. Ese mito desbordante del sur es el mismo que le llevó a aludir, al ya citado arqueólogo Salomón Reinach, al misterioso genio de la reproducción, Ratapás , que se suponía entonces que vagaba en los aires de determinados lugares, y al que ya Plinio se refirió 4 cuando afirmaba que el aire de la Bética fecundaba a las yeguas, facultad que, así mismo, atribuían al ibérico Mons Tagus sagrado. 5
Las yeguas lusitanas nos dice Plinio que son fecundadas por el viento oeste, el viento fabonius:
… este viento fecunda a todo lo que vive sobre la tierra, porque en Hispania preña hasta las yeguas… (Plinius, libro XIV).
Son aquellas yeguas del río Tagus (Tajo), que, según nos dice, engendraban aquellos potros veloces, pero de efímera vida, pues solo vivían unos tres años, y quizá les atribuyesen esa existencia breve por creerlos hijos de aquellas yeguas que, vueltas hacia el viento fabonius , se decía quedaban fecundadas al respirar sus auras, algo así como una mágica concepción artificial.
A otro río hispánico, el Tambre (Tamáricus , como lo llama Plinio), le atribuyeron propiedades mágicas, pues sus fuentes sirvieron de augurio, porque estaban secas durante unos quince días y luego volvían a manar, de tal forma que aquella persona que iba a verlas, si las encontraba secas, debía tenerlo por mal presagio. Y cita Plinio ingenuamente un ejemplo en que se refiere a la muerte, acaecida en Hispania, de un amigo suyo seguidamente al vaticinio del Tambre:
Así acaeció recientemente con Lartius Licinius, legatas propraetor , que murió al cabo de siete días.
Cita Plinio también diversas hierbas de Hispania, señalando sus valores medicinales, pero a las que a veces atribuye también propiedades mágicas, como ocurre con la famosa Vettonica , que, además de servir para hacer un vino y un vinagre que tonificaban el estómago y aclaraban la vista, se la suponía capaz de proteger contra todo género de maleficios a aquella casa donde estuviese sembrada.
1 En la antiquísima civilización descubierta por Leo Frobenius, una de las misteriosas y antiquísimas civilizaciones que Ortega y Gasset llama «las atlántidas, las culturas sumergidas o evaporadas», y puede considerarse como una expansión colonial de la cultura tarteso-etrusca hacia el siglo XVI o XVII a. C. Leo Frobenius, Und Afrika sprach , Leipzig, 1911; Die atlantische Götterlehre , Jena, 1929. Adolfo Schulten, Tartessos , Madrid, 1945. Ortega y Gasset, Las Atlántidas , Buenos Aires, 1951.
2 W. Wundt, Psicología de los pueblos .
3 En los santuarios, además de rendir culto a la estrella matutina, a la Luna y al Sol, también se practicaba adoración a veces hacia ciertas potencias oscuras, pues el navegante griego de Masalia que realizó el famoso periplo (Avieno) vio un templo en la desembocadura del río Tinto que él interpretó como la diosa del Infierno. Pero los tartesos poseían una organización social dentro de un estado monárquico, unas leyes escritas, unos poemas que se remontaban a seis mil años atrás, según decían los griegos, y un arte que los coloca como una civilización ya decadente cuando las anárquicas tribus iberas aceptaron la instalación en sus costas de las colonias griegas.
4 Caius Plinius Secundus, erudito romano que tuvo el cargo de procurador en la Hispania Citerior, dejó a su sobrino Plinius el Joven una magnífica biblioteca llena de anotaciones cuando murió, en el año 79, víctima de la erupción del Vesubio que destruyó Pompeya y Herculano.
5 Respecto a estas supersticiones primitivas iberas, dice el marqués de Cerralbo que más nos ha de asombrar que subsistan en algunos puntos hasta el siglo XVI, según cita el Bulletin de la Société Prehistorique Française , respecto a un decreto del Parlamento de Grenoble, del siglo XVI, condenando la creencia de atribuir a los vientos facultades procreadoras. Dicha creencia, según informó a la Société Prehistorique Française el doctor Marignan, aún subsiste hoy en el Bajo Languedoc. «Así mismo, aún queda –dice el marqués de Cerralbo– en algunos lugares de España la costumbre de apedrear los remolinos de viento las mujeres, aunque se haya perdido en el olvido la superstición fecundante que dio origen a esta costumbre».
3
LA INFLUENCIA GRIEGA EN LA MAGIA DEL MUNDO ANTIGUO
Antes que Plinio, se ocupó de Occidente el famoso geógrafo griego Estrabón, hacia el año 25 a. C., el cual recorrió gran parte del mundo de la Antigüedad entonces conocido, y nos informa del Herakleion gaditano, el más famoso templo de la Antigüedad en el Mediterráneo occidental, enclavado en Gadir (Cádiz) y fundado por los fenicios tirios como templo a Melkart por la época de la guerra de Troya, allá por el siglo XII a. C. Era vieja tradición que en dicho templo se hallaban los restos de Herakles, y había dos columnas de bronce con extrañas inscripciones, que unos dijeron ser la cuenta de los famosos trabajos de Hércules, y Estrabón afirmó que eran una simple relación de gastos y no una inscripción sagrada, como se dijo; pero bien pudo ser un monumento alegórico a la diosa del mar de los tartesos, divinidad común a las civilizaciones atlánticas africanas.
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