Los dos hicieron un asentimiento, que se vio interrumpido por la nerviosa voz de la hija del duque:
—Ha venido para ayudarnos con la bestia del lago.
—Nos honra con su presencia, maestra Triefar —dijo el duque, ofreciendo una sonrisa más comedida que la de su hija.
—El placer es mío, querida —intervino la duquesa, sujetando al animal contra su pecho. Este, adormilado, bostezó sin ganas—. Desde luego. No todos los días tiene una el placer de conocer a una persona de su talento. —Y se giró hacia el duque—. Me alegro mucho de verte, mi compañero, pero el viaje ha sido largo y me gustaría descansar un poco.
—Por supuesto, Mia. Durante la cena podremos charlar de los viejos tiempos. —Y le tomó la mano para besársela.
—Mejor hablaremos de los nuevos. Son mucho más —miró a Alissa antes de proseguir— interesantes. —Se movió alrededor de la mesa sin soltar al animal y se acercó a las chicas antes de volver a hablar—. Un placer, señora. Espero que pueda unirse a nosotros durante la cena. Una aventurera como usted podría hacer las delicias de una vieja aburrida como yo.
—Será un placer, excelencia.
—Y podría también deleitarnos con una de sus canciones. Según dicen, es una de las mejores liristas del mundo. —Y le tocó un hombro con la mano.
—Oh, yo también lo había oído —intervino Hai sin poder reprimirse.
—Es una exageración, me temo, pero estaré encantada de tocar algo si me lo permiten.
La duquesa le dedicó una sonrisa como respuesta, hizo un gesto con la cabeza a Hai Dec y salió de la sala.
—Por favor, maestra Triefar —habló por fin el duque—, tomad asiento junto a mí. —Y señaló la silla que había ocupado la duquesa hasta hacía unos minutos.
La mentalista obedeció mientras la joven que la había acompañado hasta allí ocupaba una butaca al otro lado de la mesa.
—Habéis hecho un largo camino para acudir en nuestra ayuda, noble aincara —dijo una vez se hubieron acomodado los tres, empleando aquella palabra con la que los sureños solían referirse a los mentalistas.
—Lo cierto es que soy una persona muy viajera y siempre he querido visitar las tierras de Campohundido. Además, el señor Ardah es un gran amante del sur de Ilargia —dijo con cautela, consciente de haber omitido la palabra reino. Era peligroso emplear aquella palabra con un duque o alguno de sus leales—. Vivió aquí durante algunos años en su juventud. Cuando llegó a sus oídos que había una criatura asolando a los pueblos en las orillas del Nithuyen, no se lo pensó dos veces y me hizo acudir, excelencia.
—Me alegro, me alegro. La verdad es que esa criatura representa un problema enorme para la economía de la región —dijo haciendo que uno de los siervos que aguardaban de pie se acercara—. Supongo que el viaje habrá sido largo y agotador. ¿Puedo ofreceros algo de comer? ¿O una bebida quizás?
—Estoy bien. Muchas gracias, su excelencia —rechazó la oferta viendo como aquel li-men-ti con hoyuelos en las mejillas se alejaba haciendo una pequeña reverencia.
—Lo que tienes que entender —se metió de lleno en el asunto—, Alissa, es que el lago nos permite vivir aquí —dijo Hai Dec evitando cualquier formalismo mientras su padre despedía al siervo—. En Layaba tenemos muy poca lluvia, los vientos del oeste no consiguen abastecernos y los del este son demasiado calmados y se pierden en el laberinto de la Herradura, se secan tras ascender al Knasal. El agua, para nuestros animales, para los viñedos y arrozales, incluso para los olivos cuando hay sequía, toda la sacamos del Nit. Y ahora apenas…
—¿Cuándo apareció? —preguntó la bruja ante el silencio en el que se sumió la joven. Pero esta vez fue el duque quien, tomando el relevo de su hija, habló.
—No estamos del todo seguros. Hará cosa de unos cuatro meses desaparecieron varias reses que pastaban al norte, cerca del camino real. No le dimos mucha importancia. Los ladrones de ganado han atacado varias veces nuestras tierras en lo que va de año. Y las bestias Jain de las llanuras también suelen moverse bastante hacia el sur y acercarse a beber al lago. Pero lo raro en este caso es que la sangre, el rastro, llevaba al agua. Esto nos puso sobre aviso, pero el primer avistamiento de la bestia fue durante la preparación del Nithuaren, las fiestas del lago.
—El Nithuaren es la ofrenda anual al lago —aclaró la muchacha—. Se celebra un mercado junto al agua, al otro lado de la muralla. Y hacemos decenas de barquitos con las ramas que encontramos en la orilla y los… los dejamos ir, con pequeñas antorchas —dijo con una sonrisa, soñadora—. Verlo es precioso… Pero este año, cuando estábamos preparándolo, una enorme bestia…
No pudo seguir y miró a su padre.
—Un cocodrilo. Blanco. Tan alto como dos hombres. Surgió del agua y se llevó a una de las niñas Xuyen. Pobre familia. Primero unas fiebres acabaron con Mai, y ahora…
Durante el silencio que se extendió, Alissa examinó a aquel hombre que se sentaba frente a ella. Viat Dec tenía tanto en común con su padre como poco con su hija. Achaparrado, de mandíbula cuadrada y cabello abundante del color de las nubes de tormenta, parecía que la estatua de la plaza de Layaba había cobrado vida. Solo compartía con su hija los estrechos ojos limen-ti, que siempre parecían sospechar. Llevaba una camisa larga con el puño de los Dec bordado en el pecho, sobre el corazón, y allí donde terminaban las mangas se dejaban entrever algunas marcas de tinta. Alissa sabía que los seguidores de la primera y última encarnación de la justicia, los La-gi-hos, se tatuaban las enseñanzas de su libro sagrado, del Bor-i-lek. Aquello era más un estilo de vida que una religión y, si bien adoraban a un Dios como los Hijos o los Siervos, los La-gi-hos no creían en un más allá y trataban de ser la mejor versión de sí mismos sin esperar una recompensa. Por ello seguían a rajatabla una serie de preceptos como el ayuno durante uno de cada diez días, la contemplación y el estudio de la naturaleza. No podían beber alcohol ni comer carne de bestias salvajes y no se les permitía tener más de dos hijos. Su dogma establecía que el equilibrio era el fin mismo de la vida y que en él se encontraba la felicidad.
—¿Un cocodrilo? —dijo al fin.
—Sí, una de esas bestias que viven en la parte calmada del Bington, río abajo, cerca de Arniasus —prosiguió el duque—. A veces alguna remonta el cauce y… Pero no, no era uno de esos. No con ese tamaño. Ese mismo día movilizamos todas las barcas para buscarlo, pero no apareció.
—Padre —los interrumpió un joven que había llegado sin hacer mucho ruido—, necesito hablar con vos.
Era una versión masculina de su hermana, unos cinco años más joven. Llevaba unos ropajes similares a los de su padre, pero era más alto que él, y parecía nervioso.
—Mi hijo —lo presentó extendiendo la mano—, Yim. Hijo, esta es la maestra Triefar, que ha venido a ayudarnos con nuestro problema.
Después de las cortesías habituales, el joven volvió su atención al duque.
—Necesito hablar con usted. Se trata de un asunto urgente —le dijo con los brazos encogidos y apretándose las manos.
—Dame unos minutos y, cuando termine con Alissa, te mandaré llamar —soltó tajante, desviando su atención hacia la mentalista.
Después de despedirlo con la mano, el joven dudó y se marchó más nervioso de lo que había llegado.
—Mi hermano Yim es muy joven, y su templanza no ha madurado —dijo la chica con una ligera sonrisa—. Por favor padre, continúe.
—No conseguimos encontrarlo —prosiguió—, pero… —y soltó todo el aire de golpe— los que lo vieron lo describieron como un joven de piel oscura, un kuokere, que surgió del agua. No nadaba. Al parecer salió como si un pescador lo elevara muy despacio, con una cuerda, en medio del lago… Se convirtió en un calamar de Fern completamente negro que se tragó una barca con tres hombres.
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