Me pregunto cómo se tomará la nueva señora esta relación tan particular entre abuelo y nieto, porque no me parece que Rosa sea una mujer dispuesta a que le disputen influencia sobre su marido. Parece muy moderna y su credencial de científica introduce un elemento ajeno en una familia donde el reparto de papeles entre hombres y mujeres siempre ha estado muy definido. En ese aspecto supongo que hará buenas migas con su cuñada, que quizás deje de sentirse como un bicho raro con la incorporación de otra mujer joven y preparada. No entiendo qué pretenden ni qué necesidad tienen algunas mujeres de complicarse la vida cuando podían ser tan felices casándose y teniendo hijos como me habría gustado a mí si hubiera tenido la vida resuelta desde la cuna. Reconozco que admiro a Carmen y la quiero tanto como a su madre, aunque me cueste entender sus razones para cubrirse siempre con ese velo de insatisfacción, con el que sabe Dios qué frustraciones esconde.
***
Mario, el hijo mayor de la tía Dora, la hermana de Nino, se acerca a la mesa y saca a bailar a la novia. Iluminado, como si hubiera estado esperando la ocasión, coge del brazo a Javier y hace a Amaia una seña para que le lleve el whisky a su despacho, no sin antes preguntar a su nieto, que lo rechaza, si quiere que también a él le lleve algo. Los dos hombres se levantan ante la mirada perspicaz de Nino, que quizás se pregunte qué estará tramando el viejo, de quien no se fía porque se ha pasado media vida enredando.
—¿Dónde está Javier?
La pregunta de la novia al regresar de la pista de baile llama la atención de quienes ocupan la mesa presidencial. Nino se percata por el tono de voz de que a su nuera tampoco le ha gustado ese aparte que ha hecho Iluminado con su nieto; pone cara de fastidio porque concluye que Javier ha buscado una mujer que lo controle, una debilidad que su hijo no es capaz de corregir. Disgustado, deja sin contestar la pregunta de Rosa y desvía su atención hacia la mesa donde Carmen se divierte con sus primos. La ve reír y esto le alivia.
—¿Alguien ha visto a Javier? —repite la novia.
—Ha entrado en la casa con el abuelo —se ve obligado a responder Nino.
Rosa se sienta junto a su madre, que sin palabras parece decirle que tenga paciencia y borre de su rostro esa mueca de desagrado que se ha dibujado en sus labios. Nino calibra que esta es la oportunidad que estaba aguardando para ir a sentarse un rato con sus hermanos. Durante toda la cena ha dirigido miradas furtivas hacia el grupo bullanguero de su familia y no le cabe duda de que son los que más están disfrutando de la boda. Sus hermanos se alegraron mucho con la noticia y han llegado con el sano propósito de festejar por todo lo alto el primer casamiento que se produce en la segunda generación de la familia. Va a levantarse cuando se acercan Carmen y Mario a la mesa; Nino cree que a ambos empieza a hacerles efecto el alcohol, porque su sobrino, siempre tan serio, se muestra muy locuaz y, sin que su tío pueda saber el motivo, comienza a contarle un cotilleo sobre dos empleados de la fábrica, en la que trabaja como el resto de sus familiares. A pesar de la indiferencia que muestra Nino, Mario añade nuevos comentarios sobre quién está liado con quién y los chascos que más de uno se ha llevado. Todos ríen sus ocurrencias, contagiados de su hilaridad, y Carmen muestra hacia su padre una actitud zalamera bastante inusual en ella. Nino sabe que su hija le quiere mucho, pero, como el resto de la familia, no es nada efusiva. Estas celebraciones afloran muchos sentimientos, pero aun así no se le escapa que desde que se han sentado Carmen se ha cogido de su brazo y Mario se ha ubicado en una silla que le tapa totalmente la visión de la pista de baile. Ahora, en un gesto inesperado, Carmen se levanta y le besa la coronilla calva al tiempo que el sobrino le pide que lo acompañe a los aseos con la disculpa de que no recuerda dónde están. Este comportamiento de Mario es tan inusual que advierte a Nino de que está sucediendo algo que tratan de ocultarle. Así descubre en la pista de baile el motivo por el que quieren distraer su atención: Jon Monreal y su mujer bailan entre los invitados, mientras Ignacio, el padre de Jon, los mira sentado en una silla de ruedas.
—Ve tú solo, Mario, que ya eres mayor para que te acompañe al servicio. Y tú, hija, no hace falta que tapes con zalamerías impostadas lo que no me gusta ver.
La novia y su madre, que se han acercado a ellos, se quedan perplejas sin saber a qué responde la desabrida contestación de Nino. Rosa piensa que posiblemente sea ese tipo de desplantes los que molestan a Javier y lo han alejado de su padre. Carmen se queda cortada y a Mario no se le ocurre otra cosa que hacer mutis por el foro y dirigirse al baño disgustado por el fracaso del plan que su prima y él habían montado cuando se enteraron de que los Monreal iban a acudir al baile después del banquete al que no habían sido invitados. Nino se da cuenta de su brusquedad.
—Disculpad —dice—. Son los nervios de la boda. ¡Mario! —grita al sobrino que se aleja—. Espera un momento, no hemos brindado con vosotros por los novios. Es un día muy importante para la familia y quiero que todo el mundo vea que los González somos capaces de superar nuestras desgracias.
—No tienes de qué disculparte, Nino —se adelanta la madre de la novia levantando su copa—. Entiendo lo que sentís y que en un día tan feliz las ausencias son más dolorosas. Rosa y yo también echamos de menos a su padre, a pesar de que hace años que soy viuda.
Los otros cuatro dan por buenas las palabras de la mujer, muy oportunas, aunque alejadas de lo que realmente ha sucedido en la cabeza de Nino.
Han pasado siete meses desde la boda de Javier y Rosa y casi año y medio de la muerte de mamá; estoy de nuevo en Saldisetxea para recoger la casa, que es lo que se hace cuando alguien fallece, pero no sé bien por dónde empezar. Otra vez, en tan poco tiempo, este ritual de despedida que nos lleva a repasar la vida del difunto y nos descubre facetas olvidadas de esa persona. En cada cajón, en cada armario, en cada estantería nos asaltan los recuerdos. Encuentro cosas de mamá y de los abuelos de las que ya me había olvidado: escritos y antiguos libros de contabilidad de la acería, cuyas páginas repletas de números constituyen por sí solas una historia de ambición, decepciones y fracasos que nunca llegaré a entender. Estoy cansada de duelos y necesito que esta muerte ponga fin por mucho tiempo a la mala racha.
He acordado con Javier que me quedaría con estos papeles. Me extraña que a él no le interese guardar la historia de la familia, quizás es que está muy afectado por el fallecimiento del abuelo y no quiere avivar recuerdos. Yo también lo quería y por eso llaman mi atención los vestigios que hablan de su faceta como empresario, tan denostada por papá. Me intriga comprobar cuánto hay de verdad y cuánto de inquina personal en el juicio tan negativo que tiene del abuelo y hasta qué punto habla movido por la rivalidad que hubo entre ellos. Una disputa soterrada por el liderazgo de la familia que no ha cesado hasta ahora porque ninguno de los dos aceptaba que el otro impusiera su criterio.
En estos viejos libros de contabilidad, a los que hasta ahora no había tenido acceso, puede que encuentre lo que sucedió con la acería, un asunto del que, cuando le preguntaba al abuelo, este solo respondía suspirando: «Hija, la vida está llena de contratiempos». Era muy reservado para sus asuntos; claro que debe de ser cosa de familia porque yo también echo el candado para que nadie se meta en mis cosas. También es cierto que debía de considerar que eran temas que no interesaban a una adolescente. Si preguntaba a mamá, se limitaba a decir que eso eran cosas de hombres y que las mujeres nunca podríamos entender. Llegadas a este punto me daba por vencida, furiosa porque me incluyera en ese papel secundario que ella había asumido con tanta complacencia. Además, la alternativa de seguir hablando solía conducir nuestra conversación hacia una agria polémica que nos causaba a las dos un gran malestar. Ambas teníamos experiencia en mantener duras controversias, que al final desataban su enfado, con el consabido intercambio de reproches, y luego, cuando se convencía de que no iba a razonar como ella quería, echaba mano de un exasperante victimismo. Si papá trataba de mediar en la disputa era peor, porque entonces mamá, en vez de presentar batalla, se encerraba en un mutismo que duraba varios días.
Читать дальше