—Pronto tenemos elecciones, ¿no intentarán que esto mejore?
—No hay nada que hacer. Intentan taparlo con los cheques bebé. El presidente ha llamado antipatriotas a los que se atrevan a utilizar la palabra crisis. Pero la realidad es que están maquillando el cadáver. Nada más. La economía está podrida.
—¿Qué alternativas hay? —pregunté.
—He hablado con los abogados y les he pedido un plan de viabilidad. Esto es lo que me proponen.
A partir de ese momento Miguel desglosó un plan de gestión de la crisis. Partía de una base clara: no había un futuro razonable para Magic Resort con la estructura actual. La idea de los abogados era eliminar una parte importante de la constructora y de la promotora, negociar con los bancos daciones en pago masivas para compensar las deudas y reforzar la desvinculación entre las diferentes empresas del holding intentando que las partes más corrompidas no se lleven por delante a las que aún podían ser saneadas. Las consecuencias para la cotización en bolsa iban a ser dramáticas, aunque ya llevaba meses cayendo. La parte de los hoteles y los apartamentos para alquilar era la única que podía tener futuro. En definitiva, el holding de la familia Pellicer era un conglomerado empresarial con dos bloques: el promotor-constructor y el hotelero. El primero parecía muerto. El segundo estaba muy enfermo. El dinero de la refinanciación del Banco de Castellón se iba a dedicar casi de forma exclusiva a la parte hotelera.
—¿Y los bancos qué dicen?
—Si debes 100 000 euros, tienes un problema. Si debes un millón, el banco y tú tenéis un problema. Pero si debes 100 millones, es el banco el que tiene un problema.
—Nosotros también lo tenemos, papá —respondió Clara.
—Hija, he sido tajante con los abogados. Los jueces nos van a mirar de arriba abajo y no quiero riesgos, aunque eso suponga perder mucho dinero. No quiero jugar con fuego. Nos refinanciaron hace poco y eso nos ha dado aire. Pero con este nivel de ventas, pronto volveremos a la situación en la que estábamos: asfixia absoluta. Vamos a acabar con una suspensión de pagos y asumo que perderemos una gran parte de la fortuna.
—Pero… —trató de interrumpir Clara a su padre.
—Te he pedido que vengas porque necesito que me ayudes. Debes viajar a Andorra y Panamá. Y hay que hacerlo ya. Tenemos que poner las cuentas en limpio. En este sobre hay una carta con las instrucciones. Necesito que la leas y lo memorices antes de destruirla. Yo no puedo ir. Tengo la lupa encima. También me gustaría que fueras acompañado por Lucas. Sería más fácil de explicar si alguien pregunta: unas vacaciones románticas con tu pareja o unas vacaciones para entrenar o lo que se te ocurra. Además, ya no trabajas para Magic Resort.
—Tengo que correr… no puedo salir de España y mucho menos para irme de vacaciones.
—Lo sé, pero esto es importante. No quiero que Clara ande sola por el mundo y menos en determinados países.
—No hay ningún problema, papá. Hablaremos con José Luis Calasanz y lo entenderá. Estoy segura.
No supe contestar. Estaba seguro de que José Luis no lo entendería. De hecho, ni siquiera yo lo entendía, por lo que no sabía muy bien cómo plantearle la cuestión. Así se lo expresé a Clara en cuanto salimos de las oficinas. Ella me sonrió y me miró con la cara de superioridad que en ocasiones lucía. Tenía un plan. Pero no lo iba a compartir conmigo.
—No te preocupes. José Luis es el menor de nuestros problemas.
Al llegar a casa, me dio un cálido beso. Había mantenido la calma frente a su padre, pero estaba al borde del colapso.
—Gracias por venir al viaje. Te necesito a mi lado.
Yo seguía pensando que era imposible que el equipo me autorizara a viajar por medio mundo en mitad de la temporada. Iba a comenzar con mis protestas. Clara se dio cuenta de cuál era mi intención. No me dejó seguir.
—Te lo repito: ¡no te preocupes! Vete preparando la pasta y yo arreglo lo demás —dijo mientras me guiñaba el ojo y cogía el móvil.
Me quedé sin palabras. Busqué una botella de vino, la abrí y me serví media copa de mi tinto favorito: Marqués de Cáceres. Un par de minutos más tarde, decidí que debía cumplir con las órdenes de Clara. Quería hacer un entrenamiento corto por la tarde, aunque fuera solo para soltar piernas, así que debía comer lo antes posible. Puse a hervir el agua mientras buscaba los macarrones integrales y el tomate frito. No era día de florituras. Prefería algo básico y rápido. Justo cuando eché la pasta en el agua, Clara apareció en la cocina.
—Listo.
—¿Listo?
—Sí, ya está arreglado. He hablado con José Luis y le parece bien.
—¿Con José Luis? ¿Mi jefe?
—Sí, ¿acaso no recuerdas que fuimos patrocinadores de un equipo profesional? Vaya, tú fuiste ciclista de Magic Resort, si no me falla la memoria —dijo con ironía.
—Clara, por favor…
—Tengo su número desde hace años. Le he llamado y, por supuesto, acepta cambiar tus planes. Le he prometido que no perderás la forma. Vuelves a competir en abril. Por cierto, también me ha dicho que tienes opciones de correr el Tour y que te quiere a tope para el verano.
Acababa de recibir demasiada información. Siempre que estaba con la familia Pellicer tenía el mismo sentimiento extraño: manejaban mi vida. Una sombra de enfado cruzó mi rostro. Clara lo detectó.
—No te enfades. Tú y yo somos un equipo. Yo viajé a Portugal para ayudarte y…
—Lo de recordarme lo que pasó en Portugal es un golpe bajo —protesté mientras me ponía serio de verdad.
—Cállate, por favor. Lo hice por ti y lo volvería a hacer. ¡Sin dudarlo! Ahora te pido que me ayudes, pero no quiero presionarte. Esto no es como en los viejos tiempos. Si no quieres venir, llamo a José Luis, le digo que ha sido un malentendido y sigues con tu temporada. Yo viajo sola y lo arreglo. Además, lo haré con una sonrisa y no te reprocharé nada. No quiero que digas que manejo tu vida, que no te escucho… Esa es la cara de desagrado que me ponías antes y que me estás poniendo ahora. No me gusta verla. Nuestra relación es tan importante que no quiero que se rompa. Por nada en el mundo. De verdad, no hay nada más importante…
No dejé que siguiera hablando. Le di un beso y le susurré.
—Voy contigo a Andorra, a Panamá y al final del mundo, si hace falta.
Clara abrió la carta de su padre, la leyó con mucha atención e incluso subrayó dos líneas mientras parecía recitarlas en voz baja como si de una oración se tratase. Luego, fue hasta la máquina trituradora de papel que tenía en el despacho y pasó el folio por las cuchillas hasta dejarlo convertido en virutas ilegibles. Seguí todos los gestos desde la distancia. También en silencio. Ella había sido tajante y debía respetar su criterio.
—No me preguntes. Cuanto menos sepas, mejor para ti. Voy a buscar los vuelos a Panamá —como siempre, la cabeza de Clara funcionaba a mil por hora.
El viaje a Andorra fue rápido y lleno de facilidades. En realidad, no supe muy bien qué hacíamos en el país de los Pirineos y me limité a ejercer de ciclista en busca de puertos mientras esperaba a que Clara resolviese todos los problemas en los que andaban metidos. Para mí, fue una oportunidad de conocer nuevas ascensiones, debido a que lo difícil allí era encontrar terreno llano. Ese cambio de rutina incluso me sentó bien desde el punto de vista mental.
Unos días más tarde, regresamos a España e iniciamos el viaje a Panamá, un país que nos recibió con calor y humedad. Para muchos europeos, Panamá es un pedazo de tierra pegado a un canal. Pero en realidad tiene el tamaño de Castilla y León y más bancos que niños en la provincia de Teruel. Desde el principio, comprobé que el viaje no iba a ser sencillo. O, al menos, no para mí. Un coche oficial nos esperaba en el aeropuerto, cortesía de Jorge Páez, exmarido de Clara. Sinceramente, me dolían ese tipo de detalles. Hubiera preferido que la relación entre ambos estuviera rota. Pero pronto tuve que asumir que no era así y que nunca lo iba a ser. Jamás he sido celoso, pero esa cordialidad exquisita me superaba.
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