Aquellas palabras eran parte del código de sobreentendidos que manejábamos: no confirmaba que se dopara, pero tampoco lo desmentía. Ese silencio saltó por los aires en la penúltima etapa. Enrique recibió una llamada. Y estuvo más de una hora hablando. Bueno, en realidad, estuvo más de una hora escuchando en silencio y con cara de preocupación. Cuando cortó, solo pudo resoplar y pasarse las manos por la cara.
—Vaya movida —fue lo primero que dijo.
—¿Se puede contar? —pregunté.
—A ti, sí. Pero al resto, ni una palabra. ¿Está claro?
Asentí, me coloqué cómodo sobre la cama y esperé en silencio a que Enrique ordenara su cabeza.
—Me ha llamado Juan Carlos. Sí, Aguado. Sé que entrenaste con él antes de Navidad. Me contó las broncas que había tenido contigo respecto a… lo que ya sabes. Juan Carlos está insoportable. Cree que nada va a cambiar y quiere estar con los buenos. Le dije que pensaba que tú estabas siendo inteligente y que él estaba siendo estúpido, sobre todo, cuando el equipo nos pide que cambiemos el chip. Así que discutió conmigo y llevamos un tiempo con una relación… tensa. Ahora, de repente, me dicen que no puede correr porque está enfermo. Le llamo y no me contesta. Y, lógicamente, empiezo a mosquearme. No es normal. Al final, me ha contestado y me ha contado la movida.
—¿Y qué ha pasado? —pregunté mientras me temía lo peor.
—Le hicieron un control por sorpresa después de Mallorca. Y ha dado 48,5% de hematocrito.
—¿Cuál es el problema?
—Pues que tiene los valores sanguíneos alterados: el hematocrito, la hemoglobina y los reticulocitos están descompensados. La fórmula australiana ha dado 127.
—El máximo son 133 o por ahí, ¿no?
—Sí, no es un tema por el que pueda ser sancionado. Ni ha pasado de 50 ni de 133. Es decir, no pisa la línea roja ni por el hematocrito ni por la fórmula australiana. Pero eso no es suficiente. Es lo jodido del tema: es una analítica descompensada. Desde ese control, los vampiros han ido dos veces a su casa para hacerle controles antiEPO por sorpresa. Y el médico, Marcelino Sacristán, le ha llamado para pedirle explicaciones.
—¿Explicaciones?
—Le ha dicho que tiene muchas analíticas suyas de otros años con 40 y 41 de hematocrito y que no se cree que ahora esté en 48,5%.
—¿Y qué dice José Luis? Es como un padre para Juan Carlos, ¿no?
—Me gusta esa expresión. Pero no olvides que no es su padre. Ni el tuyo ni el mío. Si tiene que elegir entre el equipo o un corredor, no dudará. De momento, no le contesta. Y en un mensaje le ha dicho que es un tema que el médico debe gestionar. El cabrón de Marcelino le ha contestado que lo mejor es esperar a ver la evolución y tomárselo con calma.
—¿Eso qué significa?
—Pues que le han jodido, pero no tienen los huevos de decírselo.
—Joder, no das positivo y ni siquiera superas la regla australiana… y ya estás manchado. Esto es una caza de brujas.
—Sí, pero la cuestión ahora es que debemos adaptarnos a las nuevas reglas.
—Bueno, pues a correr a pan y agua —dije intentando reafirmar mi decisión del 1 de enero.
A partir de ahí comenzamos un debate intenso sobre la función de la Unión Ciclista Internacional. Enrique y yo teníamos un torbellino de ideas y de dudas: la UCI podía usar el pasaporte para imponer sanciones y para freír a controles a los sospechosos, pero debía empezar a actuar. Cada día sin noticias, era un día de desesperanza para la gente limpia. Enrique, siempre pesimista, concluyó:
—Espérate al Tour y verás el espectáculo completo. Es la gran carrera para lo bueno y para lo malo. Muchos ciclistas hemos cambiado. Pero no todos. En cambio, los patrocinadores lo han hecho. ¡Todos! Yo no veo marcas que quieran ganar a toda costa. Es más bien justo lo contrario. En cuanto oyen la palabra positivo, cierran el chiringuito.
—Ojalá no aciertes. Voy a rezar para que tengamos un Tour tranquilo —le contesté.
—No es un tema de fe. Es mucho peor. Lucas, la estupidez humana no tiene límites.
El 1 de marzo de 2008 saltó la noticia. Sucedió alrededor de las nueve de la mañana y, al principio, fue únicamente un titular, tal vez llamativo, eso sí: «El paro se dispara». Luego llegaron los detalles del tsunami al que se enfrentaba la sociedad española y las alarmas empezaron a sonar: era el mayor incremento en el número de parados en los últimos 25 años. A pesar del dato, el gobierno seguía negando la existencia de una crisis económica en el país. Es más, ni siquiera empleaba esa palabra. Estaba prohibida y parecía como si, fruto de un pensamiento mágico, el hecho de no pronunciar el término borrase la realidad. No era así.
Al llegar a casa me esperaban caras largas. Cada semana era peor que la anterior, pero mejor que la posterior. Esa noche Clara me pidió que, al día siguiente, la acompañase a las oficinas de Magic Resort. Miguel quería hablar con ella y le había pedido que yo también acudiese. Así que fuimos hasta allí. Al circular por los pasillos de la empresa, me di cuenta de que algo no funcionaba. Apenas había movimiento. Todos los empleados estaban cruzados de brazos o, como mucho, mirando las pantallas del ordenador y accionando de forma robótica el ratón. Ese silencio era catastrófico. Si entras en una empresa como Magic Resort y no escuchas decenas de conversaciones de comerciales vendiendo o alquilando apartamentos… es que algo va muy mal.
Miguel parecía haber envejecido otros diez años. Lucía unas ojeras espantosas e incluso tenía los ojos completamente rojos, fruto de la cantidad de horas que se había pasado frente a los documentos excel intentando cuadrar los números de sus empresas. Para la cita, nos había preparado una presentación en la pantalla de la sala de juntas. No había nadie más. Solo nosotros y los gráficos. Con cautela, fue pasando las diapositivas dejándonos el tiempo justo para que las digiriésemos. Todas se explicaban por sí mismas. No necesitaban de aclaraciones. Los datos no eran malos. Eran aterradores. En noviembre, diciembre y enero se habían vendido dos apartamentos. Tenían más de 200 acabados sin comprador, otros 150 en la fase final de construcción y otros 150 con la estructura finalizada, sin contar los más de 1000 que se habían planificado sobre el papel y para los que se había empezado la labor de movimiento de tierras después de realizar todo el trabajo de diseño con sus correspondientes proyectos de los arquitectos. ¡Y todo ello cuando solo habían vendido dos en el último trimestre! Aquello no era un pinchazo. Era un reventón.
—¿Estos son los números? ¿Se han vendido dos en tres meses? —pregunté como resumen ante lo que acabábamos de ver. Sinceramente, no me podía creer esas cifras.
—No, en realidad, son peores. De los que vendimos en verano, diez compradores nos han pedido que les devolvamos el dinero porque no pueden pagar los plazos. Evidentemente, les hemos dicho que no hay nada que hablar y que han firmado un contrato de arras para lo bueno y para lo malo. Uno ya nos ha remitido un burofax para decirnos que renuncia al contrato y que pierde el dinero dado a cuenta, así que en realidad no hemos vendido dos. Hemos vendido dos y nos han devuelto uno. Creo que alguno más seguirá el mismo camino y perderá la entrada para evitarse la deuda. Como comprenderéis, así es imposible mantener una empresa.
—¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó una Clara que estaba cada vez más preocupada ante el tono de su padre.
—Podemos bajar precios. Pero no es un problema de Magic Resort. Es global. Mirad los datos del paro en febrero. ¿Quién piensa en comprarse una casa en la playa cuando hay despidos generalizados? El que no ha perdido su trabajo tiene miedo de perderlo. Me han dicho que Don Piso lleva tiempo sin pagar y está al borde de la quiebra. Tienen 400 oficinas inmobiliarias y es posible que no lleguen al verano. Sinceramente, os he llamado para deciros que… me siento perdido.
Читать дальше