Jorge Quintana - Pedaleando en el purgatorio

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La segunda parte de
Pedaleando en el infierno, la novela en la que Jorge Quintana se mete en la piel de un ciclista profesional de los años 2000. Pedaleando en el purgatorio narra la evolución y madurez de Lucas Castro, el ciclista que protagonizó
Pedaleando en el infierno. Lucas se ha asentado en la categoría profesional, pero vive inmerso en un mundo convulso: para empezar, el ciclismo está cambiando por completo gracias a la instauración del pasaporte biológico y los controles fuera de competición. Además, la economía española se desmorona con la misma velocidad con la que explota la burbuja inmobiliaria. Es hora de que Lucas tome la decisión definitiva en su carrera y en su vida. Es hora de que asuma las consecuencias de esa decisión.

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Para mí, la Challenge supuso el regreso al calendario de primer nivel. En 2007 había competido en Portugal y me había desvinculado de España y de las estrellas del pelotón corriendo pruebas pequeñas y casi siempre al otro lado de la frontera. Ahora volvía a ver caras de ciclistas famosos. Lo que no cambiaba era la velocidad: en todos lados se va rápido.

En Mallorca me limité a cumplir el expediente y trabajar para mis compañeros, especialmente para un velocista que había incorporado José Luis Calasanz y en el que tenía mucha ilusión depositada: Kenny Strauss. Mi tarea era sencilla: subir y bajar bidones y dejarle en manos de los rodadores en los kilómetros finales. Allí se peleó contra Steegmans o Brown. Lo hizo bien, pero jamás tuvo opciones reales de victoria.

La carrera también estuvo marcada por una escena tan surrealista como el ciclismo de aquellos años. Un día, y en mitad de una etapa sin demasiada chicha, vivimos la escapada estéril pero rabiosa de Alberto Contador y su reivindicación ante la cámara de televisión con una frase que ha pasado a la historia: «Astana, al Tour». Aquello fue un terremoto. Los organizadores, ASO, habían decidido que el vencedor del Tour de 2007 no iba a tener la opción de defender su título al vetar a su equipo para la edición de 2008 y el madrileño había contestado atacando. Contador había ganado el Tour 07 con Discovery Channel. Pero para la siguiente campaña se había marchado al Astana. Ese equipo había protagonizado un doble escándalo en el Tour de 2007, con el positivo de sus dos estrellas: Alexandr Vinokourov y Andrey Kashechkin. Y ASO demostraba que no estaba dispuesto a olvidar de forma tan rápida, aunque vinieran con otras figuras. Fue una manera potente de reafirmar una idea sencilla: el ciclismo no podía soportar más escándalos.

Mi mente estaba muy lejos de esos problemas. Leí la nota oficial del Consejo Superior de Deportes contra la organización del Tour y no dejé de sonreír. Yo quería limitarme a correr en bici y disfrutar. Nada más. Nada menos. Para mí, todo volvía a ser emocionante en ese mes de febrero como jamás debió haber dejado de ser. La decisión de no volver a doparme había conseguido quitarme de encima el peso de los nervios y el estrés.

Tras la Challenge, fui hasta el aeropuerto de Son Moix con Vicent López. Era uno de los masajistas más veteranos y castellonense como yo, así que por norma general íbamos a viajar juntos muchas veces. Vicent solo daba masajes a las estrellas del Gigaset, así que no había podido sentarme en su tabla de masaje y tampoco él me conocía mucho. Sin embargo, era extrovertido y resultaba imposible aburrirse a su lado. Además, cultivar las relaciones con los auxiliares es uno de los puntos que un ciclista debe anotar en su agenda. Yo lo sabía.

—El jefe está contento contigo —me dijo Vicent en cuanto nos sentamos en el avión y nos abrochamos el cinturón.

—¿José Luis? —pregunté yo.

—Sí, claro. Está contento desde que te fichó. Ya nos avisó de que eres diferente. Para empezar, tienes un nivel superior al nuestro. Y eso está bien. Necesitamos… sangre nueva, aunque ahora esté feo decirlo —comentó mientras se reía.

—Sí, lo de la sangre mejor no lo tocamos.

—José Luis pasa por un momento complicado. Hay ciclistas que no quieren cambiar. Y está viviendo broncas. Por eso está contento con tíos como tú, que habéis venido a sumar. Yo le digo que nosotros somos otra generación, apenas fuimos a la escuela y jamás aprendimos idiomas. En cambio, tú… eres un cerebrito.

—¿Broncas? —pregunté esquivando los elogios fiel a mi filosofía de que el elogio debilita.

—Eso es algo que pronto comprenderás. Aquí los trapos se lavan dentro. Es más, José Luis no le dice la verdad ni al médico. Pero no te equivoques: no es un mentiroso. Simplemente, es reservado. No quiere escándalos ni, por supuesto, enfrentamientos personales. Prefiere que todo se resuelva de forma pacífica, sin que llegue a oídos de nadie. Y si se enfada con alguien, opta por apartarlo, darle carreras de segundo nivel y a final de año, no ofrecerle una renovación. Pero siempre con palabras de apoyo. Es importante que entiendas esta filosofía. Si te adaptas, puedes echar toda tu vida en Gigaset.

—Entonces me parece que tengo equipo para el resto de mi vida.

—Eso pensé cuando te vi entrar en el hotel. Viniste a saludar a todos los auxiliares.

—Pero eso es lo normal, ¿no?

—Ahora ya no sabemos qué es lo normal, Lucas. Los jóvenes muestran poco respeto. Hazme caso: entiende dónde estás. Solo así durarás en este negocio. Estamos en un momento en el que tenemos a muchos intentando decirle a José Luis cómo gestionar su negocio.

—Eso es ridículo. Él sabe mejor que nosotros cómo se…

—No tengas ninguna duda. Es indeciso hasta lo patológico y pregunta incluso a la señora de la limpieza… pero no es un síntoma de debilidad. Es, únicamente, que le gusta escuchar mientras en su mente va formándose la decisión. Nunca tiene prisa. Sabe que no es el más listo e intenta dedicarle más tiempo que los demás. Pero de todos los mánager de España, te garantizo que es el único que estará aquí dentro de diez años, tendrá un buen patrocinador y contará con buenos ciclistas.

—¿Por qué lo tienes tan claro?

—Tiene dos virtudes que escasean: paciencia y prudencia. No necesitas más para hacerte viejo en este trabajo.

CAPÍTULO III

La Vuelta a la Comunidad Valenciana fue mi segunda carrera en 2008. Para esa cita, el equipo decidió apostar por el madrileño Enrique Jiménez. Era el líder de Gigaset y uno de los escasos españoles de relumbrón que había salido indemne de la Operación Puerto. Su nombre jamás había aparecido en la prensa vinculado a Eufemiano Fuentes ni a ningún otro doctor de mala reputación. Además, había sabido quedarse en un discreto segundo plano mediático mientras acumulaba puestos de honor, lo que encajaba en la filosofía del equipo.

José Luis Calasanz decidió que compartiéramos habitación durante toda la carrera, ya que su habitual compañero de cuarto, Juan Carlos Aguado, se había puesto enfermo a última hora y no iba a correr. Y así me convertí en el escudero de Enrique. Por mi condición de valenciano, conocía bien las carreteras y los finales en alto, por lo que dediqué los cinco días a dejarme la vida por ayudarle. No pudimos pasar de un meritorio quinto puesto. No estaba mal, pero tampoco nos permitía sacar pecho. Aún no habíamos ganado una carrera en 2008 y eso a pesar de ser uno de los equipos grandes del pelotón. ¿Nervios? Aún no. Pero una inquietud asomaba en la mente de todos: ¿qué estarán haciendo los demás?

La barrera de los controles todos los días y a todas horas ya había generado un serio conflicto en la concentración de un equipo ProTour italiano. Los médicos de la UCI se habían presentado por la noche y nadie supo explicar lo sucedido a continuación. Decenas de rumores surgieron alrededor de un test que no pasaron todos los corredores, lo que incitó las maledicencias. En el fondo, los controles fuera de competición lo cambiaban todo. Durante años estábamos acostumbrados a doparnos en casa en los períodos sin competición y acudir a las carreras con los efectos visibles, pero con las sustancias eliminadas. A partir de la nueva ley, tocaba cambiar. Pero no había consenso. Gigaset quería limpieza, y yo también.

Enrique Jiménez me demostró que teníamos una forma similar de ver el ciclismo e incluso la vida. Y esa visión partía de la prudencia. Por eso llevaba tantos años en Gigaset. No quiso desvelar sus cartas haciendo uso de una discreción que yo también había empleado en el pasado.

—Somos un deporte de bocachanclas. Aquí hace falta gente discreta y prudente. Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal. E incluso lo que está regular. No hace falta airearlo y hay que acabar con los que disfrutan meando en la piscina y haciéndolo desde el trampolín.

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