Jacques Fontanille - Prácticas semióticas
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La primera, frecuentada durante largo tiempo por facilidad, ha consistido en afirmar, contra la ampliación del campo de los objetos de análisis, el límite impuesto por el objeto de la disciplina; y de ese modo, a falta de algo mejor, todo se convierte en «texto»: la ciudad es un texto, la historia es un texto, el perfume es un texto, el mundo sensible es un texto… 6. En otros términos, se plantea la cuestión de saber si toda manifestación semiótica realizada debe pasar por un procedimiento de «textualización»: esa reformulación, aunque más sutil y más abierta, no escapa sin embargo al reproche de abuso metafórico que pesaba ya con toda evidencia sobre la precedente.
La segunda, que viene delineándose desde hace más de una decena de años, consiste al contrario en apoyarse en la ampliación del campo de los objetos de análisis para cuestionar los límites del objeto de la disciplina. Porque esa ampliación de los campos de investigación va acompañada paralelamente de un nuevo despliegue de la perspectiva epistemológica de la semiótica, que se esfuerza hoy día, especialmente bajo la doble presión de las investigaciones semio-cognitivas y de las búsquedas socio-semióticas, por colocar cada «semiótica-objeto» en la perspectiva de la experiencia que proporciona o de la que proviene, y en la prolongación de las prácticas de las que es producto o soporte. La experiencia y la práctica proporcionan en consecuencia un horizonte de referencia y de control metodológico, que guía la constitución del objeto de análisis pertinente, y que participa en la determinación de los límites del dominio apropiado a los objetivos del análisis. Resulta de eso que, incluso cuando el objeto puesto en la mira fuese de naturaleza textual, la práctica y la experiencia serían también convocadas, por lo menos para caracterizar la enunciación, y deben igualmente ser tomadas en cuenta por el análisis semiótico.
En ese sentido, la semiótica, cualquiera que sea el paradigma teórico en el que se inscriba, es una disciplina de investigación que procede por integración. Lo cual significa que en el curso del procedimiento que conduce del objeto puesto en la mira al objeto circunscrito para ser analizado, este último ha integrado todos los elementos necesarios para su interpretación, y ese procedimiento mismo aglomera conjuntos sincréticos, compuestos de varios modos de expresión diferentes. Cuando Jean-Marie Floch se interesa por el diseño visual de un gran chef cocinero 7, integra a la vez el logo, la tipografía de los menús, la composición visual de los platos, la selección de los ingredientes y algunos elementos del paisaje de la región de Aubrac. Cuando Jacques Theureau 8describe una situación de trabajo y un operador en actividad, «integra», igualmente, en el objeto de análisis, los actos, las relaciones entre actores, las consignas y los usos, la estructura de las máquinas y de las interfaces de los programas informáticos.
Greimas hacía notar en un desarrollo de la entrada «Semiótica» del Diccionario I 9, que las semióticas-objetos que uno escoge para el análisis no coinciden obligatoriamente con las semióticas construidas que de ellas resultan: estas últimas revelan que pueden ser o más estrechas o más amplias que las primeras. En suma, con relación a una semiótica-objeto dada, la semiótica construida puede aparecer como «intensa» (concentrada y focalizada) o como «extensa» (ampliada y englobante). Por lo que se refiere a los objetos materiales, por ejemplo, podemos encontrar tanto la versión «intensa» (el objeto formal como soporte de inscripciones o de huellas) como la versión «extensa» (el objeto material como un actor entre otros de una práctica semiótica): la versión «intensa» apunta hacia el nivel de pertinencia inferior, porque focaliza las condiciones de inscripción del texto, mientras que la versión «extensa» apunta hacia el nivel de pertinencia superior, el de la práctica englobante.
Por tanto, de lo que hay que esforzarse por dar cuenta es de la relación que se establece entre las semióticas construidas «intensas» y «extensas», identificando y articulando sus niveles de pertinencia respectivos. Como ocurre en la mayor parte de las ciencias en movimiento, el objeto de análisis no es en la semiótica predefinido por los desgloses disciplinarios académicos, sino construido por la práctica del análisis y por la teoría que la guía. Y por esa razón la extensión de los objetos de análisis no contradice el principio de inmanencia.
Por lo demás, sea en los límites del texto, sea en las exploraciones extra-textuales, el principio de inmanencia ha revelado una gran potencia teórica, porque la restricción que impone al análisis es una de las condiciones necesarias de la modelización y, por consiguiente, del enriquecimiento de la propuesta teórica global: sin el principio de inmanencia, no hubiera habido teoría narrativa, sino una simple lógica de la acción aplicada a motivos narrativos; sin el principio de inmanencia, no hubiera habido teoría de las pasiones, sino una simple impostación de explicaciones psicoanalíticas; sin el principio de inmanencia, no habría semiótica de lo sensible, sino solamente una reproducción o una adaptación de los análisis fenomenológicos.
El principio de inmanencia, pues, no solamente impone un límite al campo del análisis, sino que constriñe también el conjunto de los procedimientos de modelización. A ese respecto, diversas opciones están abiertas: uno puede considerar, en una versión «objetal» y «estática», que las articulaciones significantes están en cierto modo depositadas en el objeto, en sus estructuras, en sus formas, y que el análisis consiste en descubrirlas y en explicitarlas en meta-lenguaje; uno puede también pensar en una versión «subjetal» y «dinámica», y que las articulaciones significantes son hechas únicamente por el analista, quien las proyecta sobre el objeto. Una y otra versión son insatisfactorias, y no resulta útil retomar aquí toda la gama de objeciones y de críticas; ya tendremos ocasión más adelante de reactivar algunas de ellas.
Globalmente, ninguna de esas opciones permite comprender cómo un «modelo» puede extraerse de la práctica interpretativa, cómo las estructuras propias de un objeto pueden encontrar los modelos que conlleva el analista mismo. En suma, no permiten comprender en qué puede interferir el análisis concreto con la teoría y con los modelos establecidos, de qué manera puede confirmarlos o debilitarlos, o incluso modificarlos. Es necesario, pues, imaginar una tercera opción, capaz de dar cuenta de ese «encuentro» que debe producirse en los límites del análisis inmanente.
Como complemento del principio de inmanencia, se perfila una hipótesis fuerte y productiva, según la cual la praxis semiótica (la enunciación «en acto») desarrolla por sí misma una actividad de esquematización 10, una «meta-semiótica interna» 11siempre en construcción, a través de la cual podemos «captar» el sentido. Se supone que el análisis se ajusta al modus operandi de la producción del objeto significante, que en él encuentra y allí «se amolda» a sus direcciones y a sus articulaciones de tal modo que pueda reconstruir la estructura y explicitarla en un meta-lenguaje. Sin esta hipótesis, el análisis inmanente sería en gran medida insignificante, oscilando entre la proyección de modelos preestablecidos y fijados, y pretendidas estructuras depositadas en el objeto. En suma, si no superamos, al menos implícitamente, que el texto, en su enunciación, «propone» algún modelo que construir, en interacción con la actividad de interpretación y con los modelos de los que ella misma es portadora, el análisis solo se encontraría consigo mismo, y se contemplaría indefinidamente sin ninguna ganancia heurística.
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