―Eso es en tu mundo, donde la gente se muere. ―Delia dirigió los ojos hacia Sofía.
―Sí, así es. Aquí la gente no engorda ni adelgaza, tampoco tiene caries ni se le caen los dientes. En este lugar las personas somos como somos. Hay una estrecha relación entre los diferentes órganos del cuerpo y no hace cada uno lo que le da la gana. Por eso la cabeza, por ejemplo, actúa en conjunto con el estómago. Cuando estás acostumbrada a consumir alimentos que te gustan, no tiene sentido comer demás, y eso el cuerpo lo entiende muy bien… Y en cuanto a los animalitos, aquí nadie intenta domesticarlos, menos encerrarlos como si hubieran cometido algún delito. ―De improviso se puso de pie―. Bueno, creo que ya está bien de tomar chocolate. Es hora de salir.
Delia también se paró.
―De acuerdo. ―Miró a Sara, quien permanecía sentada―. ¿Vamos?
―¿A dónde iremos?
―Ya verás, con Delia queremos mostrarte algo muy entretenido.
―Está bien, si ustedes lo dicen… ―Siguió a las niñas, quienes habían comenzado a desplazarse, sorprendida porque la dirección era contraria a la puerta por la cual habían entrado.
―¿A dónde vamos? Si es a otra parte, ¿no tenemos que salir por donde entramos?
Ambas rieron. Sofía giró la cabeza.
―Anda, síguenos. Aquí las normas que rigen la realidad son diferentes a las que imperan en tu mundo, porque… aquí no hay normas. Puedes entrar para salir y salir para entrar; mantenerte adentro para estar afuera o permanecer afuera para entrar… Es muy divertido.
―Aunque algo confuso, ¿no?
―Para nada, por el contrario, basta con desearlo. Siempre hay diversas alternativas para entrar, también para salir.
―¿Solo con desearlo?
―Claro, pero por supuesto debes creer que lo que deseas es posible.
―¡Ya, dale con lo mismo!
―Bueno, así son las cosas aquí; cuando te acostumbras, las que rigen el mundo del que vienes se hacen muy ingratas; sin duda, son una verdadera pesadilla.
Caminaron un rato bordeando la laguna, hasta que comenzó a estrecharse, convirtiéndose en un ancho río. La playa, también más angosta, continuaba paralela al bosque; junto a los relucientes arbustos, árboles, palmeras y plantas se perdía a la distancia, manteniendo las claras arenas su suavidad. Sara, acostumbrada a que las de los ríos fueran negras, interrumpió su caminata y se quedó mirando en lontananza con mayor detención. De pronto, al recoger la mirada, cerca del agua enfocó un bote amarrado con una gruesa cuerda a un tronco. Tenía la idea de no haberlo visto antes, pero no lo comentó.
Delia la observó y, sin hablar, corrió haciéndole señas para que la siguiera. Apenas llegó junto a la pequeña embarcación, saltó con agilidad adentro, desde donde continuó gesticulando con sus manos.
―¡Vamos, suban!
Sofía obedeció con un salto, apoyada en el borde.
Sara se detuvo.
―¿A dónde iremos?
Sofía, entusiasmada, también manoteaba.
―¡Ya verás, sube!
―¿Y tenemos que ir en bote? ¿No puede ser volando sobre las aguas? Sería divertidísimo. Dio un pequeño salto y otro; al tercero, percibió que sus pies no volvían a pisar la arena.
Sus amigas la vieron elevarse unos pocos centímetros y rieron.
De pronto, se dio cuenta de que había avanzado y estaba a punto de chocar con las relucientes tablas amarillas que conformaban el casco. Asustada, sin saber cómo, se dejó caer en la arena y rodando casi un metro, quedó pegada a la embarcación.
Sofía la miró desde arriba.
―Veo que te has entusiasmado con la idea de volar… Podríamos ir volando, pero será mucho más entretenido hacerlo en este bote.
―Pero está sobre la arena. ¿Esperan que se mueva solo?
Las voces de las niñas que estaban en el interior sonaron al unísono.
―¡Anda, ven, sube de una vez por todas! Deja de ver un problema en cada cosa que debes resolver. Verás cómo creer que algo es posible, lo hace posible.
Cuando las tres estuvieron en el interior, Sara continuaba pensando que el bote se encontraba enterrado varios centímetros en la arena, amarrado por una soga a un grueso palo. Supuso que jugarían a ir navegando, lo que le pareció mucho menos atractivo que volar, cuyo encanto aumentaba sobremanera al hacerlo en posición vertical, y en especial porque había logrado cierto dominio.
―Pero esto es una fomedad. Mucho más entretenido es volar. ¿Acaso pretenden hacer como si nos moviéramos? ¿Eso es lo entretenido? ¿Es un chiste?
Sofía alzó los brazos al cielo como si implorara.
―No, no es un chiste, porque de gracioso no tiene nada. Ya está bueno que te vayas acostumbrando a que aquí las cosas son diferentes.
Sara se giró para observarlas y de inmediato regresó la mirada hacia la playa. Atónita, vio que las blancas arenas se alejaban. Volvió los ojos hacia el otro lado y comprobó lo que sus confundidos sentidos le decían: esa orilla se acercaba a medida que el bote aumentaba su velocidad sobre las aguas.
¡Pero estábamos sobre la arena…!
Una vez más sus amigas se largaron a reír. Sofía indicó hacia la playa.
―¿Te parece que aún estamos ahí? ¡Por supuesto que no! Como puedes darte cuenta, estamos navegando.
Sara vio en el dedo de Sofía el brillo de un anillo, pero estaba demasiado encantada con todo lo que sucedía alrededor como para detenerse en ello.
―No, si me doy cuenta, realmente aquí todo lo que sucede es increíblemente raro.
―Nada de raro, aquí todo está ordenado como corresponde; donde está disperso es en el mundo en que vives.
―¿A dónde me llevan?
Esta vez dirigió la mirada hacia Delia.
―Nosotras no te llevamos, eres tú la que vas con nosotras.
―Pero son ustedes las de la magia.
―¿Te parece? Nadie te ha obligado, eres tú quien con tu curiosidad nos sigue. Deja de responsabilizarnos por tus acciones.
―Está bien, Sofía me dijo lo mismo, así que no les discutiré, pero ¿a dónde vamos? ―Notó que el viento movía con gracia el cabello de sus amigas y tomó con las manos el suyo. Entonces, dejó salir una prolongada carcajada―. Aunque en realidad, ¿qué importa? ¡Esto es magnífico!
El bote se internó río abajo. Sorprendió a Sara que, en ese lugar, donde todo respondía con rebeldía ante lo que para ella era la lógica y lo esperado, no fuera río arriba, y sonrió.
Aquel pensamiento no pasó desapercibido para Sofía.
―Por supuesto que podríamos ir en contra de la corriente si quisiéramos ―indicó con su dedo índice hacia el lago que se alejaba con rapidez―, pero ninguna de las tres lo desea.
Sara se dijo que no tenía idea de lo que deseaba en ese momento, pero le daba lo mismo. La aventura que estaba viviendo en esa embarcación que parecía tener cerebro propio, era fascinante.
El bote se acercó a la ladera de un cerro que se perdía hacia arriba, avanzó otro poco y de pronto apareció una pequeña playa que conducía hacia un inmenso roquedal. Desembarcaron y ascendieron entre las rocas, muchas recubiertas con una tupida vegetación. Más allá, apareció una gran caverna. Sara se detuvo a la entrada, algo temerosa; aunque no se veía oscura, dudó de cuán segura sería, incrustada en el cerro. Sofía lo hizo un par de metros más adelante, ya en el interior.
―¡Ven, síguenos!
Sara comprendió que no le quedaba más remedio que obedecer. Entró con precaución. Al fondo, vio que había varias cuevas bastante más oscuras.
―No temas, son seguras.
Se internaron por la primera. A pesar de haber dejado atrás la luz del día y caminar por un sendero con varios recovecos, la oscuridad no era total. Pronto Sara supo por qué: llegaron a un amplio claro. Llevó los ojos hacia arriba. Estaban rodeadas por un enorme muro muy irregular que parecía incrustado en el cielo.
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