Delia continuó y entró por otra caverna, seguida por Sofía que movía su mano en señal de continuar.
―¡Ven, Sara, síguenos!
―Pero esto es impresionante, jamás hubiera pensado que en alguna parte del mundo existiera un lugar como este.
―Sí, pero sigamos. Ya verás qué entretenido es a donde vamos.
Luego de andar durante quince minutos, llegaron a otro claro.
Ante los ojos de Sara, que una vez más se abrieron como platos, apareció un enorme parque de diversiones, similar al que la había recibido luego de cruzar el portal con la viejecita. Más bien era igual.
Sofía corrió.
―¡Vamos al tren fantasma! ―Se acercó a una pared pintarrajeada con figuras de alegres colores, entró riendo por un vano oval y desapareció en la oscuridad.
Delia y Sara la siguieron y abordaron un carro montado sobre dos rieles, en el que Sofía esperaba. Apenas se sentaron y abrocharon los cinturones, partió con un gran impulso que las hizo sentirlo en sus estómagos. Con rapidez tomó una velocidad sorprendente y arremetió contra un muro de piedras. A punto de chocar, giró con violencia en noventa grados y una calavera gigante bajó ante ellas con la boca abierta y las tragó sin misericordia. Los gritos de las niñas retumbaban en las paredes mientras el carro avanzaba por los rieles como si se hubiese desbocado envuelto en una oscuridad absoluta. Sin previo aviso tomó una cerrada curva y de inmediato otra similar en sentido contrario; del cielo se descolgó una telaraña enorme y aterradas la sintieron pegarse a sus caras, acompañada de un rugido atronador.
Sara percibía los fuertes latidos de su corazón que parecía a punto de escapar por la boca.
No alcanzaron a reponerse del último susto y ante ellas se descolgó un esqueleto que lanzaba rayos verdes por las cuencas de sus ojos. El carro se zamarreó, las manos de las niñas apretaron con mayor fuerza un fierro que les permitía aferrarse y otro brusco giro hizo que casi volaran por los aires mientras los gritos se entremezclaban con sus histéricas risas. Así, enfrentadas a diversas escenas terroríficas, continuaron durante un rato, hasta que salieron a la luz. Delia fue la primera en abandonar el carro.
―¡Vengan, vamos ahora a buscar otra entretención!...
Luego de entrar a una serie de juegos, Sofía se detuvo.
―Tengo sed, vamos por un refresco. ―Ante sus ojos apareció una choza rodeada de mesitas con sillas, donde departían diversas familias.
―Están todas ocupadas. ―La voz de Sara sonaba a frustración.
―¿Olvidas dónde estamos?
―Observó divertida que Sofía se encontraba sentada ante una mesa en cuya cubierta había tres gaseosas y dos sillas más. Cada niña cogió una botella.
Aunque el sol se había ocultado, la agradable claridad no disminuía; a pesar de eso, Sara se sintió intranquila.
―Creo que es hora de volver a mi casa.
Sofía dejó de beber su refresco.
―Si lo deseas con tanto fervor, no puedo hacer nada. ―Mientras se ponía de pie, indicó con su dedo índice.
Sara apenas creyó lo que sus ojos veían. El tiovivo había desaparecido, en su lugar estaba el portal. Caminó hacia este y antes de cruzarlo llevó los ojos hacia sus amigas. Sofía avanzaba en sentido contrario, seguida por Delia. No demoraron en desaparecer entre un gentío que surgió de repente.
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