―¿Proceso?
―Claro, lo olvidaba, nunca has mirado la vida como un proceso.
―Pero no tengo mucho tiempo, por no decir que muy poco; sabes que pronto debo irme, antes de que me echen de menos.
―Eso, ya sabes que no es un problema; recuerda que mientras estés aquí el tiempo no pasará, para ti ni para los tuyos, es justo de lo que hemos estado hablando, ¿no te parece?
Sara, aunque nada de convencida y aún más desconcertada, afirmó con algunos movimientos lentos de su cabeza.
―Y ahora, ¿qué hacemos… señorita Sabiduría? No pensarás que nos quedemos adentro de este tronco para siempre, por muy exquisito que sea tu té. ―Dio un último sorbo.
―¿Quieres más?
―Está bien, pero también quiero que respondas a mi pregunta. ―Había llevado los ojos hacia su nueva amiga y los devolvió a la mesa, en espera de una respuesta. Sorprendida, observó que otra aromática taza humeaba ante sí.
―¿Cómo lo haces… y tan rápido?
―No soy yo quien lo hace. Aquí las cosas se presentan tan simples como son en realidad… ¿Quieres una taza de buen té? Pues bien, ahí está para ti; ¿deseas unos panecillos? Pues bien, basta con creer que pueden aparecer.
―Pero jamás creí que el té pudiera aparecer así, de esta manera tan peculiar, increíble; no, más bien mágica.
―Tú no, Sara, y por mucho que lo desearas, no creo que hoy lo consiguieras, pero yo sí. Porque no solo creo que es posible, sino que estoy segura.
Se produjo un silencio que permitió a Sara preguntarse si acaso en aquellas palabras habría otra señal con respecto a eso de no envejecer… Su reflexión se interrumpió con otro pensamiento: le quedaba demasiado grande aquello de no envejecer. Sonrió ante las imágenes que se presentaron en su cabeza.
―Sería fantástico que mi mamá y mi papá no envejecieran y continuaran conmigo para siempre… Tú, ¿tienes mamá? ―Se sonrojó.
―No tienes por qué avergonzarte, es una pregunta justa. ¡Por supuesto que la tengo! ¿O de dónde crees que vengo? Y por supuesto, también papá. Pero aquí no es necesario que me anden cuidando con obsesión como ocurre en tu mundo.
Dejó de mirarla durante algunos segundos para una vez más echar una ojeada al lugar. Al regresar los ojos hacia ella, enmudeció. Pasó largo rato hasta que Sofía interrumpió su silencio.
―¡Ven, sígueme!
Sara caminó tras ella sintiendo torpes los pies. Le costaba entender que adentro de un tronco, por muy pequeñas que fueran ―lo que por mucho que intentaba tampoco lograba comprender―, se pudieran desplazar a sus anchas; más bien, a las anchas de Sofía.
―Ven, saldremos de mi casa, quiero presentarte a alguien.
―¿Salir? ―Observó una vez más alrededor, esta vez en busca de una puerta, pero solo había blancos muros curvos, decorados con diversas imágenes pintadas directo en la superficie, muy coloridas―. ¿Me puedes decir cómo?
―No seas incrédula, así no avanzarás mucho.
―¿Me quieres presentar a alguien?
―Sí, es una amiga muy linda, te gustará mucho.
―¿Y por dónde saldremos? ¿Volaremos de nuevo? ―Apenas creía en haber dicho aquellas palabras cargadas de confianza.
Sofía la miró de soslayo, esbozó una sonrisa e indicó con su dedo.
―Ven por aquí.
Sara observó que ante ellas había una puerta del mismo color del muro, abierta de par en par. Llamó su atención no haberla visto antes. Era pequeña, pero calculó que agachándose pasarían sin dificultad. El vano permitía que entrara la luz natural del otro lado.
―Pero…
―¿Otra vez me dirás, “¡oh, no estaba! ?”. ―Dejó salir una carcajada que sobresaltó a Sara, quien con los pómulos enrojecidos guardó silencio.
Sofía caminó decidida hacia la luminosidad.
―¡Ven, sígueme!
Capítulo 4
Delia
El sol estaba en su punto más alto. La variedad y nitidez de verdes que pintaban las plantas y el profundo colorido de las flores eran asombrosos. También el tamaño de Sara, quien sentía haber vuelto a su estado normal. Apenas pestañeaba. De pronto, percibió su cuerpo muy liviano y los pies como si hubieran desaparecido. Los miró y, aunque ahí estaban, se habían despegado unos centímetros del suelo, igual que los de su nueva amiga. Recordó que hacía poco, cuando tenía apariencia de muchacha, habían pasado por lo mismo. Acudió a su mente la idea de poder volar en posición casi vertical e imaginó a Mary Poppins colgada de su paraguas descendiendo frente a la casa de los niños Banks; de inmediato evocó el árbol de Sofía viniéndosele encima, el pequeño hoyo redondeado casi a la perfección por el que entraron… Sonrió. Deslumbrada, al mismo tiempo se sentía cómoda, y durante algunos momentos todas aquellas escenas le parecieron tan naturales como caminar por una calle empedrada y entrar por una puerta de roble.
Sofía la sacó de sus reflexiones.
―Veo que vas mejorando… ¡Sígueme!
―¿Tú crees…? Bueno, si te refieres a que me estoy acostumbrando, no sé, aunque parece que lo estoy haciendo desde hace mucho rato… Ya sé, me dirás que hace mucho rato no existe para nosotras porque aquí no pasa el tiempo.
―No, yo no he dicho exactamente eso. Aquí sí existe el paso del tiempo, pero no como en tu mundo. Por supuesto que transcurre, de lo contrario no podríamos ir a ninguna parte, pero lo hace de forma diferente. En tu mundo hay pasado y futuro, y una especie rara de presente que pareciera no existir más que como una intersección; aquí, en cambio, es mucho más entretenido, pues solo hay presente. Y ese presente sí transcurre, y en él pasan cosas, pero no hay anclas que sujeten a situaciones que ocurrieron ni otras que podrían suceder, en parte por eso las personas no nos andamos decepcionando a cada rato. Por eso, en gran medida, vez a la gente feliz.
―¿Sabes?, no entiendo bien lo que me estás diciendo. ¿Cómo una niña como tú puede hablar de cosas tan raras? ―Recordó a la viejecita y a la joven. Eran mayores y podían saber más, pero su amiga, muy por Sofía que se llamara, no tenía por qué andar diciendo cosas tan extrañas, aunque si al mismo tiempo era niña, mayor y anciana… Sacudió la cabeza y esbozó algo parecido a una sonrisa; sus pensamientos revoloteaban tratando de ordenarse, pero por el contrario su confusión aumentó.
―Solo quiero decir que en parte por eso aquí la gente anda feliz, y no importa que no entiendas bien lo que digo, porque en la práctica sí lo entiendes…
Sara la miró con curiosidad, pero no interrumpió.
―Digo que en la práctica lo entiendes, porque en varias ocasiones te vi pasear junto a tu papá y observé la expresión de abatimiento que mostraba tu cara al mirar a los niños pobres trabajando. Seguro que al mismo tiempo pensabas en tu vida y tantas cosas que te ponían contenta.
―Sí, es que parece que están obligados a hacerlo y se ven tan tristes.
―Exacto, en cambio aquí eso no ocurre.
―¿No trabajan algunos niños?
―No, y nadie lo hace, o sea no para ganar su sustento. No necesitan hacerlo.
―¿Y hay quiénes lo hacen por gusto?
―Por supuesto, aquí también hay artistas, por ejemplo. Y personas a las que les encanta ocuparse de alguna actividad y ayudar a la gente en diversos ámbitos de la vida… pero no para recibir un pago por ello… ¡Aquí es! ¡Llegamos!
―¿Tan pronto?
―¿Tan pronto para qué?
―Es que llegamos muy rápido.
―Pero ¿cómo puedes saber que es pronto si no sabías a dónde veníamos? Además, ese tipo de pensamientos envuelven la consciencia con un grueso velo y el tiempo pasa más rápido de lo que debe.
―El tiempo… ¿Cómo es eso?
―Sí, el tiempo. Cuando piensas como lo acabas de hacer, se esfuma el presente; como ocurre cuando el agua se convierte en vapor, el presente se transforma en lo que tu mundo llama futuro.
Читать дальше