Sara debió dejar que pasaran algunos instantes para recomponerse de aquella impresión. No encontraba una respuesta que dar y permaneció en silencio. La otra niña lo respetó y estuvieron así por largo rato, hasta que movió su mano ante los ojos de Sara, para sacarla de su letargo.
―¿Aún te cuesta aceptar que soy yo? ―Su voz, aunque sonaba más delgada que la de la joven con quien había volado, era muy parecida.
A Sara le parecía imposible que la anciana, la joven, la muchacha y esta niña fueran la misma persona. Era tan loco como haber entrado por un agujero minúsculo, estar en el interior de un árbol y encontrarse en la enorme amplitud que la rodeaba. De pronto, un pensamiento ingresó a su cabeza.
―No tengo idea en dónde estamos, pero me encantaría saber cómo haré para volver a mi casa… Mi mamá debe estar buscándome como loca.
―No te preocupes. Te dije que el tiempo aquí no pasa. Nadie notará que has salido.
―Aquí no pasará, pero en mi casa, sí…
―Sé que es difícil de aceptar, pero es así. Mientras estés aquí, allá no pasará el tiempo.
―Y si es cierto lo que dices, igual pasó tiempo entre que salí de mi casa y llegué a tu negocio en la feria. ―Apenas podía creer estar teniendo aquella irrisoria conversación.
―Mmm, eso es cierto, tienes razón. Pero igual, fue muy poco rato el que demoraste desde tu casa hasta mi puesto, y tal como te acabo de decir, desde que cruzaste el portal, el tiempo de tu mundo se congeló.
―¿Se congeló? ¿Para mí? ¿Y dices que también para ellos?
―Exactamente, también para ellos en la medida que son parte de ti. Cuando regreses, todo seguirá igual que cuando saliste; claro, con la salvedad de los pocos minutos que utilizaste para llegar a la feria y luego para volver a casa.
Mientras Sara lidiaba con su confusión, que le impedía replicar, otra inquietud se posó en su mente, pero dudó de que fuera conveniente dejarla salir, aunque por fin, su curiosidad pudo más que la cordura.
―¿Eso significa que estando aquí uno puede vivir para siempre?
―Es que aquí no se vive para… Simplemente ¡se vive!
Sara, sin saber cómo interpretar aquella respuesta, se mantuvo en silencio, reflexionando durante algunos segundos. Luego lanzó la otra pregunta que bailaba en la punta de su lengua.
―¿Por eso al otro lado del portal te veías tan vieja? ¿Porque tienes muchos años? ―Se sorprendió por la tonta conclusión que acababa de elaborar.
―¡Exacto! Veo que eres una niña muy despierta.
―¿Y para qué quisiste traerme aquí? ¿Y cómo voy a volver?
―A ver, aclaremos algunas cosas: en primer lugar, no te traje, viniste por tu propia voluntad. En segundo lugar, para regresar a tu mundo deberás hacer lo mismo que hiciste para llegar aquí.
―Pero la puerta no está.
―Exacto, no está. Pero no fue la que te trajo. Tú pasaste por ahí. Fue tu decisión.
―¿Y qué hice, entonces, según tú, para llegar hasta aquí?
―No es según yo…
―De acuerdo, está bien, fue mi decisión, pero no sé a qué te refieres con que algo me trajo… Si lo tienes tan claro, ¿puedes decirme qué fue?
―¡Fácil!
Sara levantó una ceja en señal de aumento de su curiosidad y desconcierto.
La otra niña sonreía.
―No veo qué hay de divertido. Estoy parada en medio de la nada y tú te ríes.
―¿De la nada? ―Hizo un giro desbordante de gracia apuntando con el brazo extendido―. Yo veo que alrededor hay bastante más que nada; desde luego, estoy yo―. Volvió a reír.
―Sí, está bien, no tienes para qué ofenderte. ―Intentó sonreír, aunque no logró más que exhibir un penoso esbozo―. Pero no has respondido a lo que te pregunté. ¿Puedes decirme qué me trajo, ya que te parece tan fácil?
―La curiosidad te trajo, mi querida niña.
―¿La curiosidad?
―Sí, tal como lo escuchas. Primero la que te produjo mi local bien cuidado y los hermosos productos exhibidos, luego la viejecita con que te encontraste. Después, no pudiste resistirte ante la curiosidad que te ocasionó la extensión del local que te había parecido tan pequeñito, tampoco a la curiosidad que te produjo la puerta y saber qué habría al otro lado… ¿Sigo? Porque me parece que encontrar un parque de entretenciones donde supuestamente habría cualquier cosa menos eso, también te provocó una enorme curiosidad, así como volar de pie, estar dentro de un árbol y las dimensiones de este lugar, y creo que no estarías conforme con volver a tu mundo y perderte lo que aquí pueda ocurrir.
―¿A mi mundo?
―Sí, a tu mundo, ¿o me vas a decir que aún no te das cuenta de que este lugar es del todo diferente?
Sara meditó por un breve momento motivada por aquellas palabras.
―Es verdad, tienes razón, es como si estuviéramos en otra dimensión.
―Y lo estamos.
―Y respondiendo a lo otro, también tienes razón: fue la curiosidad la que me trajo.
―Entonces, para regresar, bastaría con que sintieras curiosidad por volver.
―¿Curiosidad por volver? ¿Y cómo logro eso?
―Como puedes ver, es algo difícil. ¿Qué podría despertar tu curiosidad hacia un mundo tan plano y fácil de adivinar? Puedes tener un golpe de intranquilidad al haberlo dejado, algo de miedo también sería razonable, y ansiedad, pero ¿curiosidad? Por supuesto que no, imposible que despierte en ti una curiosidad como la que genera este lugar y lo que aquí seguirá pasando, ¿qué curiosidad podrías sentir por lo que pueda suceder allá, en tu mundo? Quieras o no, mientras más busques encontrar qué te produce curiosidad, mayor sentirás su lejanía.
Sara intentó sentir curiosidad por lo que pudiera ocurrir en su casa, su calle o con sus padres, pero no dio resultado. Sabía muy bien qué sucedería con su mamá y su papá cuando se enteraran de su desaparición, eso, en caso de que lo hicieran, pues como había dicho la ex vieja, si en efecto el tiempo se había detenido, no tendría por qué temer. De repente la atención de su mente cambió de dirección. La estaba cansando pensar en la ex vieja como ex vieja.
―¿Me puedes decir cómo te llamas? Porque me está aburriendo pensar en ti como ex vieja… o como la joven del parque, o la muchacha con quien volamos.
La niña sonrió.
―Está bien, pero no tienes por qué enojarte. Aquí nadie hace ni dice cosas sin importancia, porque ¡todo es importante! Me alegra saber que te interesa mi nombre. Es Sofía… y así como el tuyo tiene un hermoso significado, el mío también.
―Es un bonito nombre, pero no sé qué significa.
―Sofía significa estar dotada de buen juicio, y es de origen divino. Proviene de la diosa griega de la sabiduría.
―Entonces, cuando veníamos, ¿las reverencias de la gente estaban dedicadas a ti?
―Y a ti, mi querida niña; como puedes ver, tenían un hermoso doble motivo.
―¿Dices que sus reverencias iban dedicadas a las dos?
―Y también a las demás personas que pasaban, todas las merecían… Pero estabas tan ocupada en tu situación particular que de seguro no te fijaste de que no éramos las únicas.
―Yo no hice ninguna reverencia.
―No importa que creas no haberlas hecho. Lo importante es que ellas te vieron hacerlas. Sintieron una gran cantidad de respeto provenir de ti, porque era lo que querían sentir. En este mundo, la gente ama y respeta a los demás, es una de las razones de por qué no envejecen. Basta con llamarte de alguna manera para que tu valor sea infinito.
―¿Hay muchas más razones para no envejecer?
―Así es, pero si quieres acceder a las maravillas de esta fascinante dimensión, deberás descubrirlas tú, cada una a su tiempo… ―Observó la expresión que se formaba en el rostro de Sara―. Y no insistas en saberlas antes ―una vez más ofreció su tierna sonrisa―. Nada ganarías con que las enumerara; por el contrario, eso, en lugar de ayudar, perjudicaría tu proceso.
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