Juan José Domenchina - Artículos selectos

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Este volumen recupera la figura de Juan José Domenchina a través de una antología de los artículos de crítica literaria que escribió para las principales revistas culturales y periódicos de la época, como
EL Sol o
La Voz.

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En 1946, Centauro reimprime las Crónicas de «Gerardo Rivera». Como publicada en el mismo año se da una segunda edición también de las Nuevas crónicas , cuya existencia no nos consta. Durante el bienio siguiente, entrega a Las Españas varios ensayos memorables: sus semblanzas de Antonio Machado y Miguel de Unamuno; su homenaje a Cervantes. En el verano de 1950, aparece en Mañana la serie «La actual poesía española en España», donde da salida a parte de los abundantes materiales que lleva reunidos durante años para su antología del medio siglo. No era la vía ni el público, pero no hay otros. Domenchina es, aunque a nadie le importe, el más ferviente seguidor de las jóvenes hornadas allende los mares. Entre 1954 y 1955 pierde en pocos meses a su hermana, tras inacabable y penosísima agonía, y a su madre. Rotos los últimos anclajes con el pasado, intenta desesperadamente volver a España. Es su única ilusión. Por medio de amigos y familiares políticos afectos al régimen toca todas las teclas, pero la Dirección General de Seguridad le deniega el permiso. Las navidades siguientes las pasa sumido en un enésimo estado depresivo. En 1956 Juan Ramón Jiménez obtiene el Nobel en circunstancias personales no menos calamitosas, y Domenchina le dedica en Hoy una trilogía magistral. El crítico, como el poeta, ha alcanzado su plenitud.

El año de 1957, al igual que el anterior, se le va en ensoñaciones retrospectivas y en completar El extrañado , su testamento poético, largamente gestado. En 1958, se hace cargo de la sección literaria en Tiempo . Una vez más, es Martín Luis Guzmán, fundador y director del semanario, quien tira de su viejo Gerardo Rivera: nadie hizo nunca tanto por promover a un crítico contra viento y marea, rebasando épocas y continentes. Hasta donde sabemos, la contribución se inicia el 9 de junio en premonitoria clave elegíaca, con una necrología de Juan Ramón Jiménez, y se documenta hasta la enfermedad última del autor. A la posteridad corresponde —si a bien lo tiene— dilucidar entre el sinfín de reseñas aparecidas en esos meses la posible autoría de un Domenchina a todas luces con prisa, que ya ni de adjudicárselas se ocupa. En nuestros cálculos, la cifra se aproxima a la centena, como queriendo emular —al menos en el número— la época dorada de La Voz . Pero las fuerzas tocan a su fin y en la mayoría de los casos no dan lugar más que al apunte rápido sobre una intuición o premisa a esas alturas ya transitada. A despecho de las apariencias, para entonces ya no escribe Domenchina espoleado por la actualidad, como en el remoto Madrid de preguerra, ni por la necesidad, como en sus primeros años de exilio, sino por algo todavía más perentorio. «Un libro ejemplar», «Una técnica centrífuga» y «¿Va de cuento?» se titulan sus últimos trabajos atribuibles y salen el 27 de abril de 1959, cuando le quedan seis meses exactos de vida. Son comentarios a la traducción de Rabiela de Rojas de Piecing Together the Past de V. Gordon Childe, a La justicia de enero de Sergio Galindo y a Los ojos de Tláloc de Laura Madrigal.

Fue corajudo y bueno, lo leyó todo, murió de España. Descanse en paz, Domenchina.

CRITERIOS DE EDICIÓN

ESTA ES LA PRIMERA antología de artículos domenchinianos que ve la luz desde 1946, cuando se dieron a la estampa en México las Crónicas de «Gerardo Rivera» . Es también la primera que atiende a la trayectoria completa del autor y con un criterio independiente del suyo o de los azares de una guerra. De los más de cuatrocientos que hemos podido allegar en nuestra pesquisa hemerográfica, ofrecemos aquí noventa. Los omitidos lo son por razones de economía, no de calidad: no hay caídas notables en el Domenchina articulista, uniformidad tanto más meritoria en una labor dictada por las premuras del género. No tiene, pues, el lector en sus manos al mejor Domenchina, ni tampoco al peor, aunque sí a un Domenchina reducido aproximadamente a un quinto de su verdadero tamaño. Conviene recordarlo a la hora de comparar magnitudes y establecer jerarquías: no era posible en este caso la selección sin menoscabo. En los excluidos no hay página que, por un motivo u otro, no fuera acreedora a hallarse entre estas con pleno derecho.

Todos son artículos de crítica literaria; el comentarista político que ocasionalmente fue Domenchina no está aquí representado («Demolición de ruinas», aunque publicado en Política , es una reflexión sobre la novela). El primero, «Poesía residuaria», de 1931, para cuya lectura se requiere «un diccionario de fisiología e higiene» —en palabras de Juan Ramón transmitidas por Guerrero Ruiz—, es también el más temprano que conocemos. Entre él y el último, fechado poco antes de morir (1959), median veintiocho años y las vicisitudes referidas. Los textos se disponen en orden cronológico —quizá el que a menos incongruencias se presta—, y cubren cuatro áreas de desigual amplitud en el espectro de intereses del autor: la primera es la especulación teórica, a la que Domenchina tiende de modo intermitente, especie de ideario asistemático del oficio cuyos principios se aplican en las otras tres. Estas abarcan los tres ámbitos geográficos que, a vista de pájaro, podemos trazar en sus inquietudes literarias: letras españolas —y en particular, aunque no sólo, poesía española contemporánea—; literaturas europeas —con la previsible hegemonía francesa—, y literatura hispanoamericana, por decirlo con un hiperónimo forzado por escasas excepciones (Rómulo Gallegos, el Rubén Darío de Arturo Marasso, la Vida de Martín Fierro de José María Salaverría), pero que con mayor justicia habría que denominar mexicana. Puestos a hacer bloques, mientras que la reseña dedicada a Salaverría —vasco que escribe sobre literatura argentina— puede englobarse en este último, al español corresponderán seguramente las crónicas acerca de la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932) de Federico de Onís —casi toda versa sobre el núcleo ibérico—, la de Gil Vicente, ceñida a sus poesías castellanas, e incluso la de la cosmopolita y políglota Elisabeth Mulder, que escribe en español. Aun sin contar tales casos fronterizos, la visible desproporción numérica entre los trabajos dedicados a la literatura española y el resto se agrandaría aún más si consideráramos la totalidad y no sólo los aquí reunidos.

Posible factor de distorsión es haber tenido que sacrificar en aras de la variedad algunos espléndidos acerca de figuras como Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Azaña o Gabriel Miró, que merecieron la atención constante de Domenchina. Otras exclusiones notables obedecen a causas distintas: ningún ensayo específico se recoge por ejemplo acerca de Antonio Machado, uno de los dii maiores de Domenchina, pues todos los hemos reunido recientemente en el volumen Semblanzas machadianas (Santander, Colección 22 de Febrero, 2009). Prescindimos además de aquellos que, a pesar de su carácter periodístico, sobrepasan en extensión el promedio: es el caso de las series dedicadas a personalidades no menos relevantes que Machado en su vida y obra, como Juan Ramón Jiménez o el propio Azaña, según vimos. Lo mismo sucede con su mencionado estudio de la poesía española peninsular de posguerra, publicado por entregas en un diario mexicano a principios de los años cincuenta, y que constituye por sí solo un opúsculo. Tampoco tienen cabida en esta selección trabajos cuya autoría no consta de modo explícito por haber salido anónimos en revistas codirigidas temporalmente por Domenchina, como las mexicanas Romance o Tiempo , salvo aquellos en que disponemos del «original» mecanografiado («Cinco poetas» y «T. S. Eliot y “Mr. Eliot”», ms. 22.263/1 Biblioteca Nacional de Madrid), de una copia con variantes autógrafas («El poeta y el hombre», ms. 22.266/6 BNM) o de un testimonio epistolar que avala la atribución («¿Se puede pecar de verídico?», ms. 22.269/91 BNM; «Es un poeta janicéfalo», ms. 22.269/103 BNM). En el resto, aun cuando poseamos firmes indicios estilísticos de su autenticidad, hemos preferido actuar con cautela. La cifra de escritos que se encuentran en esa situación sobrepasa el centenar, y podría aumentarse todavía.

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