Juan José Domenchina - Artículos selectos
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan José Domenchina - Artículos selectos» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Artículos selectos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Artículos selectos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Artículos selectos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
EL Sol o
La Voz.
Artículos selectos — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Artículos selectos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El proceso que llevó al poeta Domenchina a encontrar su voz fue lento y accidentado: tuvieron que transcurrir dos décadas y producirse una guerra y el exilio para que se consumara. El articulista, en cambio, nace ya hecho, con toda su panoplia, como Minerva de la cabeza de Júpiter. Ya formado, un buen día lo vemos aparecer de repente: el tiempo suavizará intemperancias situándolo a muchos codos sobre sí mismo, pero la impronta permanece hasta el final. Domenchina es un crítico nato, porque es un poeta nato. Y porfiado como quien responde a su propia naturaleza, sin concesiones ni expectativas de otro tipo. Sólo quien conoce además sus versos sabe que, por notable que sea su contribución crítica, es sólo el excipiente de aquellos. Él también lo sabía, y toma su labor subalterna como un sacrificio altruista. Crítica de poeta, con todo lo que eso tiene de bueno y —afortunadamente— de malo, pues nada hay tan esclarecedor como la injusticia de un poeta. No hay medias tintas en el ideario domenchiniano, firmemente establecido sobre la base de dos principios: veracidad e independencia, directrices expresas de su trabajo. Tales preceptos los puso en práctica sin atender a las consecuencias que de ellos habían de derivarse. «Y los tejidos nobles, heridos por una crítica honrada, jamás se enconan: cicatrizan rápidamente, y nunca en falso», diagnostica, con candor que enternece, en 1935, cuando ya no es ningún pipiolo. Y porque así piensa, escribe a zarpazo limpio, concienzudo, como el déspota con tirabuzones rubios que fue a los tres años de edad, cuando se empleaba en arañar con fruición el rostro de su hermana, de la niñera y las narices de Mademoiselle , socarradas por el Marie Brizard. La autonomía moral prima en su concepción del oficio; el estigma romántico le sale en eso tanto o más que en su lírica: sinceridad, individualismo —afirmación, en definitiva, de la propia conciencia, a través del recto enjuiciamiento de la obra escogida—. Naturalmente, se le reprochará todo lo contrario: resentimiento heterónimo, estimativa vicaria. Poco conocieron a Domenchina quienes lo tenían por un comparsa del neurasténico de Moguer.
La consagración en los mentideros madrileños le llega a partir de marzo de 1934, cuando, a sugerencia del propio Martín Luis Guzmán, empieza a hacer valer el seudónimo de Gerardo Rivera en el vespertino La Voz , a un ritmo de dos entregas semanales. La identidad del descontentadizo aristarco es pasto de columnistas y cenáculos. (La primera en maliciársela fue, por lo visto, Gabriela Mistral, quien se apresura a saludar entusiasmada a ese «agrio y violento» azote de La Voz , capaz de poner por escrito lo que otros no se atreven ni a pensar). A Ernestina de Champourcin, que para entonces ya sale con Domenchina, la acribillan a suspicacias. Ella lo toma a diversión, y guarda mientras puede el secreto a voces. Para Gerardo Rivera no hay autores, sino libros, y con ese imperativo de objetividad a cualquier precio afronta su —para él doloroso— cometido. Alienta vocaciones, disuade a indecisos, rebaja ínfulas sin escatimar el elogio. Unos acogen el veredicto con gratitud, otros —los más— se lo recriminan; otros aun, como Jorge Guillén, se las arreglan para navegar en ambas aguas a un tiempo. Quienes —como José García Nieto o Rafael Morales— son todavía unos jovenzuelos confesarán más tarde haber echado los dientes leyendo a Gerardo Rivera. Su prosa añeja y pedantesca solivianta los ánimos tanto o más que sus dictámenes estéticos mismos —«saetas indulgentes, inocuas», los llama—. No deja títere con cabeza. Muchos no se lo perdonarán jamás.
Incurso en hybris irremisible, en octubre de 1934 le sobreviene una crisis reumática, castigo proporcionado a su avilantez. Es la primera manifestación grave de una dolencia que lo acompañará de por vida. En el apoderamiento de su organismo por el ácido úrico ve una metáfora de la infiltración de la «ponzoña marxista» —dice él— entre las inorgánicas multitudes. En un alarde de megalomanía, se ve como España, adoleciendo al unísono «de enfermedades que conducen al anquilosamiento». Continúa, sin embargo, entregando regularmente sus artículos. Pronto tendrá donde elegir, y a principios del año siguiente reúne para Aguilar la antología Crónicas de «Gerardo Rivera» , materializada con celeridad, como su propio contenido, pues el más reciente de los cuarenta y un trabajos es de las navidades del 34. Aun así, el volumen tiene valor canónico. En febrero del 35 dedica sendos ejemplares a Juan Ramón Jiménez y Valery Larbaud —el de este último, uno de los cuatro títulos domenchinianos conservados, con dedicatoria autógrafa, en la Médiathèque de Vichy—; en abril firma el de su buen amigo Benjamín Jarnés. Esa primavera, coincidiendo con su cese en la secretaría de Azaña, alterna durante un corto plazo la reseña literaria con la colaboración ocasional en la recién estrenada Política. Colegas de la talla de Rufino Blanco-Fombona o Antonio Espina ensalzan públicamente sus dotes; aquel incluso le achaca —quién lo diría— lenidad.
Los días y las crónicas van cayendo inexorables. España y Domenchina llegan al año crucial —el que empieza con la muerte de Valle-Inclán y acaba con la de Unamuno—. En enero de 1936, la exquisita Signo le publica sus Poesías completas (1915-1934) , con prólogo y epílogo de Jiménez. No se puede pedir más. De nuevo para Aguilar, con quien ha firmado contrato de exclusiva, edita la poesía de Espronceda, revelando una aptitud que no imagina en qué medida lo va a ocupar en lo sucesivo. Forma parte del jurado que concede el premio Lyceum a Gabriel Celaya. En marzo lo nombran delegado del Gobierno en el Instituto del Libro Español, sección del Ministerio de Instrucción Pública. A finales de ese mes, varios escritores de su generación —Alberti, Altolaguirre, Bergamín, Cernuda, García Lorca, Guillén, Neruda, Serrano Plaja— arremeten en tromba contra él en el Heraldo de Madrid. Tiempos felices, en que el rompeolas de todas las Españas todavía está para lances versallescos. El detonante es un comentario de pasada suyo a la edición de san Juan de la Cruz que Pedro Salinas acaba de sacar en la propia Signo: «tan gustoso y presuroso florilegio es obra del profesor y poeta Pedro Salinas, autor asimismo de la apresurada y ligera nota preliminar que le sirve de atrio». Eso es todo. Inquina personal o seudónima —y no literalidad estricta—, creen ver en esas dos líneas los firmantes de la protesta. Y a esas horas, en las calles de Madrid ya hay quien anda a tiro limpio y puñaladas ventilando otras inquinas. Felices tiempos. Vista la entidad del casus belli , habrá que pensar que se trata más que nada de un pretexto, y que las ofensas, reales o imaginadas, venían de atrás. Todos tendrían o creerían tener motivos para acometer a un Gerardo Rivera que de casi todos había hablado ya, sin pelos en la lengua —y en más de un caso, con no poca generosidad de juicio—. Alguno se sumaría al grupo por solidaridad, espíritu gregario, o sencillamente por compromiso. Ignoramos cuál de ellos pudo ser el instigador; no parece que lo fuera Guillén, pues existe una carta en la que Altolaguirre le solicita su adhesión. El propio Salinas no debió de estar muy conforme con la iniciativa, y habría tratado de impedirla, según confiesa a Katherine Whitmore en una confidencia epistolar. A saber si era ese su parecer sincero o si lo sería por el contrario el que manifiesta también por carta a la verdadera mitad de su alma. De dominio público es hoy su correspondencia con Jorge Guillén y quién es su persistente bestia negra.
Domenchina entra al trapo; sus adversarios replican de inmediato beligerantes, cargando las tintas. El episodio tuvo algún colofón privado, y una posible consecuencia pública: que el 6 de mayo, al cabo de poco más de un mes, se celebrara en el Hotel Ritz un banquete en honor de Domenchina, con asistencia de las fuerzas vivas y el patrocinio de varios de los más influyentes escritores e intelectuales del momento. Aunque los organizadores no lo declaran expresamente, tal vez fuese en desagravio por la polvareda. El relamido texto de la invitación —que ahorramos al lector— no tiene desperdicio, y da la medida de hasta qué extremo el autor podía suscitar opiniones antipódicas. La lista de los convocantes sí merece recordarse: Azorín, Ricardo Baeza, Enrique Díez-Canedo, Antonio Espina, Juan de la Encina, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Manuel Machado, Gregorio Marañón, José Moreno Villa. Significativos son su edad y relieve; más aún, la nómina de los asistentes al acto que, con dimensiones de verdadero acontecimiento, congregó, junto con varios miembros del Gobierno, a numerosas personalidades de la vida cultural del país, y contó con el apoyo de otros muchos ausentes. No nos queda más remedio que reproducirla, según La Voz del 7 de mayo de 1936, página 2, porque si no se ve no se cree:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Artículos selectos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Artículos selectos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Artículos selectos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.