La tercera parte describe la evolución de esas fiestas a la luz de los cambios de paradigmas de las élites, que inciden en aquellas y que dejan entrever la compleja inserción de la ciudad en la nación colombiana desde el siglo XIX hasta entrado el siglo XXI.
Los sucesos narrados en este libro relacionan los acontecimientos locales ocurridos en Cartagena de Indias en el marco de la coyuntura amplia de las revoluciones hispanoamericanas. Escrito en tiempos del bicentenario de las independencias de esta región americana, creemos que la presente obra puede ser útil para la comprensión del papel que desempeñaron las fiestas populares en la formación nacional y sobre cómo el tratamiento de lo simbólico al inicio del periodo republicano no puede ser entendido sino como un proceso complejo de resignificaciones, apropiaciones y, por supuesto, continuidades. Como proyecto de investigación es una bifurcación del artículo “Del arte de prohibir, desterrar y discriminar: Cartagena y sus disímiles narrativas de desarrollo y pobreza”, que aparece como prefacio del libro Los desterrados del paraíso: Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias, en el que se hace referencia, precisamente, a las históricas prohibiciones que han acompañado la vida cultural de esa ciudad desde muy temprano, desde la llegada de los colonizadores europeos hasta nuestros días; prohibiciones que pueden observarse de manera continua en su abordaje festivo y de manera particular en las conmemoraciones de la independencia 3.
*Una nota sobre fuentes literarias: a lo largo del presente ensayo el lector se encontrará con citas provenientes de autores del Siglo de Oro español, así como de escritores contemporáneos que han situado parte de su producción literaria en el área del Gran Caribe (Gabriel García Márquez, Roberto Burgos Cantor, Daniel Lemaitre y Alejo Carpentier). El uso que se hace de estas aquí no pretende otorgarles la fuerza demostrativa de una fuente de época, comprensible por el hecho de que muchos de los autores no estuvieron presentes, e incluso, ni siquiera vivían cuando tuvieron lugar los hechos mencionados aquí. Sin embargo, se reconoce que el escritor está inmerso en un medio social que, en efecto, responde a las transformaciones y pervivencias propias de cualquier grupo humano. Por esto, las prácticas festivas y culturales descritas con la elaboración suficiente pueden representar un importante insumo para cualquier investigación. Para profundizar en las virtudes y retos que implica el uso de fuentes literarias como fuente histórica véase Eduardo Posada, La novela como historia (Bogotá: Taurus, 2018), en especial los capítulos 2 y 3.
1 Los orígenes de los carnavales son imprecisos. Aunque según la visión dominante se remontan a las fiestas griegas y romanas dedicadas a los dioses, hoy empieza a asegurarse la existencia de costumbres previas en la ribera del Nilo, siempre asociadas a la agricultura. Los saturnales, en la Europa antigua, dedicados al dios de la agricultura, derivaron en el concepto latino de carnaval, como periodo previo a la Cuaresma del mundo cristiano. Se ha considerado que en el Caribe y en Cartagena de Indias la celebración del carnaval durante las mismas fechas del europeo fue introducida por los peninsulares. Se trata de una fiesta pagana, aunque con influencia religiosa; un combate entre lo sacro y lo pagano. Durante varios días se celebran festejos, ritos, espectáculos, torneos y juntas, juegos y apuestas. Es el tiempo para el disfraz, la máscara, la música, la danza, la ironía, la risa y la parodia. Da la idea de un mundo por fuera de lo reglado, del Estado y la Iglesia; un mundo dual o un mundo al revés. La costumbre europea de los carnavales, al introducirse en el Caribe durante la colonia, encuentra otros contextos, otro entorno social y cultural que los transforma, gracias a los aportes de las culturas americanas y africanas. En el Gran Caribe se acostumbra celebrar carnavales en distintos puntos de su geografía, que tienen raíces europeas disímiles (españolas, portuguesas, francesas, inglesas, holandesas), pero que mantienen entre ellos ciertas similitudes gracias a esas “huellas de africanía” —a la manera de Nina S. de Friedemann— impresas sobre los territorios por los esclavizados africanos y sus descendientes, provenientes de lo que los europeos llamaron naciones africanas. En el Caribe colombiano, y en Cartagena en particular, al no haber sido totalmente exterminada la población indígena, a pesar de la violencia ejercida contra ella y las enfermedades, también es posible encontrar las huellas de las culturas americanas. De esta forma, en el Caribe colombiano podríamos referirnos a un carnaval —o carnavales— criollo y mestizo a partir de culturas de tres continentes: Europa, África y América. Así, podrían reconocerse como fiestas euro-afro-americanas, concepto que hemos tomado de una conversación con la historiadora Adriana Maya (Bogotá, 2019).
2 El concepto de rizoma, empleado aquí para comprender los fenómenos culturales de Cartagena, abreva en la obra Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002). Para estos autores, el rizoma constituye una antigenealogía, no responde a un modelo estructural específico, enreda múltiples matrices, no obedece a una raíz única, pone en juego una diversidad de signos, es abierto y siempre cambiante, nunca cerrado o único, implica direcciones que cambian, lo caracterizan “entradas” y también “salidas” múltiples, impensadas, y sabe cambiar su propia naturaleza en el tiempo (13-18).
3 Alberto Abello y Francisco Flórez (editores), Los desterrados del paraíso: Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias (Bogotá: Maremágnum, 2015).
1 Los hechos festivos ocurridos en Cartagena de Indias en 1808
En octubre de 1784 el procurador general de Cartagena de Indias propuso al cabildo gravar los juegos que se realizaban durante las festividades de Nuestra Señora de la Candelaria para aumentar los propios (las rentas) de la ciudad. No se conoce la reacción de los regidores a la solicitud, pero sí se sabe que Joaquín Mosquera y Figueroa, asesor del gobernador Roque de Quiroga, manifestó su oposición a esa iniciativa argumentado que
[…] las fiestas que se hacen cada año en el Cerro y Pie de la Popa, del modo y con las amplitudes que se ejecutan, permitiendo todo género de juegos de suerte y envite sin restricción de alguno, como es notorio en que entran personas de todas las clases, con inclusión de esclavos, e hijos de familias, a todas horas del día y de la noche de que se originan tantos inconvenientes como se deja considerar, en sentir del asesor deben reformarse por ser contra las más estrechas y vigorosas prohibiciones de las leyes, reduciéndolas a lo que debe permitirse al público para su justa recreación y desahogo, consiguientemente gradúa de inadmisible la solicitud del procurador general pues no deben aumentarse los propios a costa de la corrupción del pueblo […] 4.
Casi un cuarto de siglo después, el 31 de enero de 1808, dos días antes de la celebración de la fiesta religiosa 5, una multitud expectante compuesta por pardos, mulatos y otros “libres de todos los colores” 6se agolpó frente a los toldos que se habían instalado en la falda del Cerro de la Popa a las afueras de la ciudad 7, con el propósito de participar de los boliches y juegos de azar que allí se estaban preparando. El plano de la Plaza de Cartagena elaborado por Manuel de Anguiano en 1805 ilustra el territorio comprendido entre la ciudad amurallada y el Cerro de la Popa.
No se trataba de un acontecimiento exclusivamente “plebeyo” 8; por el contrario, se destacaba la presencia de varios menores miembros de familias notables e, incluso, de algunos religiosos que realizaban su ministerio en el claustro ubicado en la parte alta del cerro 9.
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