Thierry Precioso - El desorden de los toldos

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Las vivencias y relaciones personales de Iván Salinas —un joven francés que huye de su lugar de origen para llegar a la España de 1977—, los tropiezos amorosos y su alcoholismo en ascenso, dan vida a la línea conductiva de esta ficción de aventuras y viajes de que se desprenden visiones críticas del mundo y de una sociedad sujeta a los preceptos y mezquindades del individualismo.
El autor, con lenguaje profuso y fértil, y a la vez íntimo, introspectivo, surcado por una voz que arrulla la poesía, con recurrentes miradas retrospectivas, nos sumerge en una Madrid laberíntica de calles infinitas, de bares convertidos en refugios para la clase trabajadora, de plazas y parques arbóreos y nostálgicos, para narrarnos un cosmos de sucesos cotidianos unidos temáticamente por los firmes hilos de la juventud, con toda su maravillosa fuerza y encanto: el deseo de experimentar constantemente cosas nuevas en el amor, en el trabajo y en la vida social, sin temores ni escrúpulos, exponiendo al mismo tiempo una percepción muy reflexiva de la existencia, la supervivencia y el inexorable miedo a la soledad.

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EL DESORDEN DE LOS TOLDOS

Thierry Precioso

Thierry Precioso El desorden de los toldos Marzo 2022 ISBN papel - фото 1

© Thierry Precioso

© El desorden de los toldos

Marzo 2022

ISBN papel: 978-84-685-6544-6

ISBN ePub: 978-84-685-6543-9

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Índice

PRIMERA PARTE

101

102

103

104

SEGUNDA PARTE

201

202

203

204

205

206

207

208

209

210

211

212

213

214

PRIMERA PARTE

101

En la noche ya plena del domingo 18 de setiembre 1977, un tren procedente de Barcelona se inmovilizó en la estación de Chamartín. Entre los pasajeros que salieron al andén estaba Iván Salinas. Un metro setenta de altura y de complexión delgada, había finalizado su servicio militar tres meses y pico antes y acababa de aprobar el bachillerato francés con una calificación regular. A la decena de metros dejó que un mozo de equipajes agarrara y pusiera su maleta y bolsa grande de cuero marrón sobre su carreta mientras le preguntaba:

—¿Quiere un taxi?

—Sí, sí, señor.

—Sígame.

El mozo empezó a avanzar rapidísimo haciendo slalom entre la multitud... Esforzándose para seguir su estela, Iván pensó: Tendrá como sesenta años.

Una escalera mecánica los subió a un vestíbulo de suelo liso blanquecino, anchísimo pero tan corto que al rebasar unas puertas de cristal que se abrían automáticamente ya se encontraban fuera, ¡qué rápido del andén hasta fuera!...

—Aquí vas a tener un taxi enseguida...

Depositó el equipaje cerca de un hueco en la valla separadora de la calzada que señalaba la cabeza de la fila de espera y el umbral para entrar en los taxis que llegaban. Delante había un hombre con impermeable y maletín. Iván sacó unas monedas. Dos faros blancos se estaban acercando...

—No conozco, ¿es suficiente?

—¡Si eso no es nada!

Iba añadiendo monedas, el hombre del maletín entraba en el taxi...

—¿Así?

—Un poco más.

Entre la calderilla, Iván notó dos monedas más grandes y pesadas...

—¿Y con esto?

—Ya vale. Mira, viene un taxi.

—Gracias, hasta luego.

El vehículo se detuvo delante del umbral. Iván abrió la puerta trasera derecha y tendió un papel pequeño.

—Buenas noches. Es la dirección a donde voy...

—Antonio Arias, muy bien. Estaremos allí en poco tiempo...

Empujó maleta y bolsa hasta detrás del taxista, se sentó en la banqueta trasera a la derecha de los dos equipajes y cerró la puerta. El coche empezó a avanzar, el motor ronroneando suave y potente... Expectante, la nariz pegada a la ventana, veía edificios con pocas ventanas iluminadas, farolas y arboles sombríos, unas ramas se mueven, quitó la marca de su vaho sobre la ventana...

—¿Está de vacaciones?

—No, vengo para estudiar.

—¿En la universidad?

—Aún no lo sé. Puede que sí, acabo de aprobar el bachillerato francés...

—Ah, sí. Aquí se llama el COU. Entonces habrás estudiado mucho este año...

—No tanto, es que en enero de 1976 dejé el último curso del colegio para anticipar mi servicio militar, que terminé a finales de mayo de este año. Por eso acabo de aprobar el COU en la sesión de setiembre...

—¡Qué fenómeno!

—Bueno, me presenté en la sección literaria con matemáticas porque son muy fáciles para mí y me defiendo bastante bien en lenguas...

—¡Qué fenómeno! ¿Cuántos años tienes?

—19 años. —Curioso eso de ¡qué fenómeno!

—¿En qué cuerpo hizo la mili?

—En la marina, poco más de tres meses en la metrópolis y ocho en el ultramar...

—¿Dónde?

—En el océano Índico.

—¡Qué fenómeno!

El ancho y arbolado paseo de la Castellana estaba bien ventado y muy vacío, los follajes se movían a rachas... Fantasmal, no se ve a casi nadie... El paseo giró levemente y el vehículo se detuvo absolutamente solo delante de un semáforo en rojo en la plaza Emilio Castelar. Una chica con botas atravesó la calle, mmm, qué pantorrillas...

El taxi se paró delante del número 15 de Antonio Arias. Iván abonó el viaje y el taxista salió para llamar al séptimo A, intercambió unas palabras en el interfono y al volver le dijo:

—La señora va a bajar dentro de cinco minutos. Dice que puede esperar en el bar.

Iván entró en el bar Los Paletos, justo enfrente, que ocupaba una esquina de Antonio Arias con Sainz de Baranda. Tenía entrada en sendas calles. Estaban ordenando el local ya para el cierre y, al depositar su equipaje en un rincón:

—¿Una cerveza se puede?

—¡Claro que sí!

Al entregarle la caña, el camarero:

—¿Vas a la familia del séptimo?

—Sí, sí.

—Es muy buena gente.

Vio encenderse la luz tras el portal grande acristalado y apareció una señora con bata azul. Apuró la cerveza...

Invitándolo a pasar en el ascensor, ella:

—¿Has tenido un buen viaje?

—Sí, muy bueno.

La puerta del piso estaba entreabierta...

—Entra...

En el pasillo los esperaba la hija de la señora...

—¡Hola! ¿Qué tal el viaje?

—Bien, bien.

Tenía treinta y siete años, llevaba el pelo corto y medía apenas un metro cincuenta. La señora, con permanente rubia y yendo hacia delante:

—Te voy a mostrar tu habitación. Ya no te esperábamos hoy, ¿sabes?

Pasaron al lado del salón, a la derecha, la televisión está encendida, y torcieron a derecha...

—Mira, esta es tu habitación. La otra allí está ocupada por Elisabeth. Es estadounidense, en este momento está de viaje por Andalucía...

La habitación le pareció estrecha y larga, era aproximadamente de siete por dos metros y medio...

—Ya me voy a dormir.

—Claro, has hecho un viaje largo... ¿Pero no quieres comer algo antes?

—No, gracias, tengo suficiente con los bocadillos que comí en el tren.

El día siguiente, al abrir los ojos Iván vio las rayas luminosas entre las tablillas de las persianas, qué bien estas rayas... Se quedó en la cama estirándose con gusto, oliendo las sábanas, mmm huelen a limpio... Varias veces oyó pasos y voces, la señora y su hija se preguntaban si debían despertarlo... Con las rayas luminosas creyó visualizar una viñeta de tebeo, es la primera vez que me despierto en esta ciudad, soy un agente secreto, tengo encomendada una misión cuyo contenido desconozco, je, je... La discusión entre hija y madre se estaba redoblando:

—¡Mejor despertarlo!

—¡Pero puede que esté cansado del viaje y le venga bien quedarse acostado!

Giró noventa grados las piernas y se sentó al borde de la cama, cogió los calcetines que estaban sobre la maleta y se los puso; hizo lo mismo con calzoncillo, pantalón y camisa. Ignorando los zapatos de calzar y atar del día anterior, abrió la maleta, sacó las sandalias de piscina y las enfiló, ¡je, qué fácil!, para utilizarlas como pantuflas y, tras echar una mirada a la ventana, lo siento, rayas luminosas, se dirigió a la puerta...

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