—¡Hola, buenos días!
—Buenos días, ¿el café lo quieres solo o con leche?
—Con leche...
—Vete al salón, te lo llevo todo...
Después de haber comido las cuatro galletas del plato pequeño y blanco notó que seguía con hambre...
—Perdón, ¿hay solo estas galletas para comer?
—¡Te hace falta más! ¿Qué sueles tomar de desayuno?
La señora parecía algo desconcertada y él aventuró:
—Pan con mantequilla me vendría bien...
Las dos fueron a la cocina, y la hija:
—¡Ya te dije que en Francia suelen comer pan con mantequilla en el desayuno!
Después de haber ingurgitado cuatros lonchas de pan con mantequilla, Iván ya se sentía bien restaurado... Habían empezado a hablarle de la otra inquilina, Elisabeth, que tal vez iba a llegar...
—Ya verás, tiene un carácter muy alemán.
—¿Pero no es estadounidense?
—¡Sí, pero de origen alemán!
Alrededor de las 19:00 llegó Elisabeth. Enseguida fue a dejar su maleta con ruedas en la habitación, volvió al salón, hicieron las presentaciones y empezó a contar su viaje, que le había encantado... Solo que en Granada un chico intentó robarle el bolso. Mostró su puño cerrado y con los ojos brillantes:
—¡Me tiró al suelo, pero no solté el bolso!, ¡lo agarraba y al final, al ver gente aproximándose, tuvo que escaparse!
Poco más tarde, mientras Elisabeth tomaba una ducha, la madre sonriendo:
—Esta cuenta historias, porque si realmente la hubiera atacado un macarra, créame que habría soltado el bolso.
—Sí, de vez en cuando cuenta historias así para dejar en mal lugar a España.
Al día siguiente, Iván despertó oyendo un rumor sostenido, ¡llueve!...
Veinte minutos más tarde, los dos inquilinos desayunaban en el salón y la señora:
—Elisabeth, ¿podrías llevar a Iván a la escuela de idiomas Castelló?
—¡Sí, sin problema! Además, tenía previsto pasar por allí esta mañana...
Iván fue a su habitación, se quitó calcetines y sandalias de piscina, calzó alpargatas, luego se secarán pronto, es que le daba pereza ponerse zapatos de atar más potentes, tal vez acabarían mojándose igual. Al oír la lluvia fuerte tampoco quiso ponerse calcetines, pues iban a retener el agua, vistió el impermeable y dejó la habitación...
Saliendo, en Antonio Arias, ella:
—¿Quieres coger el autobús?
—Prefiero andar, ¿no te molesta?
—¡No, no, mejor vamos andando!
Imprimieron a su paso un ritmo bastante rápido. Elisabeth, de treinta y cuatro años, había estado por primera vez en Madrid en el 73 y desde entonces venía cada año... Con la calle Goya ya muy cerca para comprobar algo que le parecía obvio, él:
—Entonces habrás notado un cambio desde que el dictador murió.
—Sí, un cambio... a peor.
—¡Ah!, ¿sí?, ¿por qué?
—Noto menos respeto en la calle por parte de los jóvenes y hay más robos.
—Aaahhh...
Vio como el importe de cualquier curso del Instituto Castelló era demasiado alto para él.
Cuando volvían a casa, la señora:
—¿Entonces?
—Esta escuela es demasiado cara para mí.
Aunque efímera, notó una mueca de contrariedad en la comisura de sus labios...
—Bueno, tendrás que buscar otra escuela...
Después de cenar, la madre se sentó en su sillón. Las dos chicas e Iván hicieron lo mismo en el sofá y empezaron a mirar la segunda parte del telediario. Al lado de la madre quedaba libre otro sillón. Llegaron a percibir un hondo bienestar, el ruido de la lluvia contra las dos ventanas daba un valor especial al calorcito del salón y al televisor encendido... Al poco tiempo de haber empezado Florida Park, un programa de variedades bastante entretenido, él:
—Este presentador tiene un bigote bastante… ¿cómo decir...?, ¡espectacular!
La señora, sonriendo:
—Sí, es verdad. A mí no me gustaría que uno de mis hijos llevase un bigote así, pero es un buen profesional.
El animador televisivo presentaba a cada cantante antes de su actuación, mujeres y hombres elegantemente vestidos en mesas constituían el público de plató, en cada mesa redonda con mantel blanco había un ramo de flores y una vela encendida.
Un día después, al terminar de desayunar, Iván salía de casa y la señora:
—¡A ver si hay suerte!
—Sí, gracias.
Desestimó el ascensor... Al salir a Antonio Arias sintió alegría por la lluvia, que caía bastante fuerte, tengo toda la mañana. Se había puesto sus zapatos más potentes, que cubrían hasta los tobillos. Al llegar a Narváez decidió, mejor cruzar el Retiro que ir por el metro, continuar recto. Atravesada Menéndez Pelayo, entró en el parque; delante tenía árboles y un paseo ancho con poquísima gente, me gusta este vacío, sobre todo jubilados. Se paró en la barra del primer quiosco-bar al borde del estanque y pidió un café solo... Al lado, un anciano fumaba un cigarrillo mientras contemplaba la intemperie, qué simpático sonríe viendo la lluvia...
—¡La que está cayendo, ja, ja!
—¡Sí, señor!
—Tiene un pequeño acento. ¿De dónde es?
Minutos más tarde, al haber alcanzado la calle Alcalá, vio cuatro jóvenes con material escolar.
—¿¡Perdón!?...
—¿Sí?...
—¿Sabéis de una escuela de idiomas?
—Hay muchas academias...
—¿Y una en particular?...
Empezaron a consultarse y al cabo de unos instantes, uno:
—Lo mejor para ti sería ir al Instituto Oficial de Idiomas, lo único es que está bastante lejos, tienes que coger el metro dirección a la Moncloa y al salir, al final, ya estarás bastante cerca. No sé cómo se llama la calle, pero da a la avenida de Filipinas.
Señalando una salida de metro a una quincena de metros:
—¿Entro en este metro, aquí?
—No, esta es la estación de Banco de España y tendrías que hacer un cambio. Mejor vete a la estación de Sol, que no está lejos. Mira, sigues hacia delante, vas a ver otra estación, la de Sevilla, en la que tampoco vas a entrar… pero siguiendo siempre recto, delante, un poco más lejos ya tendrás la estación de Sol con línea directa hasta la estación de la Moncloa. Queda como a quinientos metros de aquí...
—¡Muchas gracias!
A la vez que los otros tres, el chico que había dado la explicación para llegar a Sol, con voz más fuerte:
—¡¡DE NADA, CHAVAL!!
Mucho más tarde, en Antonio Arias, después de haber cenado los cuatro, cómodos en el sofá y el sillón empezaron a mirar una película que se desarrollaba durante los años cincuenta en un pueblo caribeño de México.
Una chica mantenía una charla apasionada con un hombre bastante mayor que ella. En la playa, más allá, a poco más de un centenar de metros, se veía una plataforma petrolífera en el mar, y la señora:
—¿Entonces, te vas a inscribir en el Instituto Oficial de Idiomas?
—Puede que sí, pero quiero esperar un poco. Tal vez encuentro algo mejor.
—¡Cuidado de no quedarte sin nada!
Al día siguiente, a las 21:00 apenas pasadas, la señora, su hija e Iván estaban comiendo unos macarrones con tomate frito. Elisabeth había salido a cenar con unos amigos. Apareció en la pantalla Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y líder de la oposición, que se paró para contestar a los periodistas. Con un tono bastante monocorde empezó a desgranar unas garantías que había conseguido para la clase trabajadora en vista de unos hipotéticos pactos de la Moncloa... Apenas desapareció Pedro Sánchez, la señora:
—Voy a votar a este...
—¡Ah, sí! ¿Y por qué?
—Es joven y necesitamos cambio. Por ejemplo, hace falta una ley de divorcio, ¡es de cajón!...
—Sí, apoya el divorcio, sin embargo, es viuda, tiene razón. Si yo fuera español también lo votaría, pero me sorprende su tono tan monocorde, el pobre...
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