—Es verdad que no encandila mucho, pero es serio y además, cuando pienso en mi hijo...
—¿No estará muerto?
—¡¡Nooo!!, pero cuando era estudiante de ingeniería manifestó por las libertades y fue detenido. Entonces lo echaron de la universidad y tuvo que ir a estudiar a Alemania durante unos años...
—¿Tiene dos hijos?
—No, tengo tres. Tengo otro chico. El mayor, la verdad es que hace un trabajo que no me gusta...
—¿Qué trabajo hace?
—Trabaja para la policía, pero vestido de civil.
—Aaahhh...
—Sí, circula todo el día en coche y observa. Sabe que no me gusta y nunca hablamos de su trabajo...
—Entonces, políticamente sus dos hijos no deben coincidir...
—Sí, no coinciden para nada. Ahora bien, ¡cuando su hermano fue detenido, movió cielo y tierra para que saliera cuanto antes de la cárcel!
El día siguiente, el viernes 23 de setiembre, Iván llevaba una decena de minutos despierto disfrutando de la cama cuando la señora, llamando a la puerta:
—¡Iván, ya son las 7:05!
—Gracias, ahora voy.
Se vistió en un plis plas y entró en la cocina:
—¡Buenos días!
Se sentó al otro lado de la mesa, como a un metro de la señora en bata azul clara que estaba junto a la pared cogiendo la cafetera.
—¿Café con leche?
—Sí.
Iván untó una rebanada de pan, la mojó y emprendió a comerla con cierto ardor... Al ver escapar un poco de líquido por una comisura de su boca, ella sonrió. Después de la cuarta rebanada apuró lo que quedaba de café con leche... Abrió la puerta, y la señora:
—Que tengas suerte.
Aún era de noche y se puso a andar con paso rápido, tenía como primer objetivo la estación de metro de Goya. Ya muy cerca de la estación, en la misma acera izquierda, vio la luz débil de un quiosco-bar metálico acristalado. Entró y pidió un café solo... El olor de su café aún indemne, la oscuridad con la luminosidad parca y dispersa del alumbrado más las voces de la pareja de ancianos del local que charlaban con tres barrenderos, le agradaban, el pequeño vaso cálido en mi mano es un tesoro...
En la taquilla preguntó si había algún pase mensual, la taquillera le dijo que para eso necesitaba fotos y algunas cosas más que no entendió del todo porque el cristal amortiguaba la voz; ella repitió y añadió que en vez de pase mensual podía comprar un carnet con diez billetes. Primero, él no entendió, luego no oyó bien el precio, que por quinta o sexta vez hizo que le repitiera. También se lio porque no encontraba el bolsillo donde tenía dinero... Al recibir el carnet de diez billetes sintió un subidón de calor al ver que se había formado una cola tan larga que no se veía su final en la escalera más arriba, ¡qué cola he provocado! ¡Debo desaparecer enseguida!...
Ya retornando de la Facultad de Letras, al salir del autobús en la Moncloa, decidió andar en el soleado... Cerca de las 14:45, al abrirle la puerta, la señora:
—¿Qué tal? ¿Ya tienes algo?
—Sí, ya está, me voy a inscribir en Estudios Hispánicos para Extranjeros en la Facultad de Letras de la Universidad Complutense. El lunes haré los trámites...
Tomado el postre, Elisabeth salió enseguida e Iván se tumbó en el sofá... La dueña llegó con tres cafés y galletas en la bandeja, súper: ahora tocan dos horas sin hacer nada, notó un grupo de nubecitas soleadas. Masticando la primera galleta contempló el humo del café que subía en espiral hasta evanescerse entre el polvo que flotaba en el rayo de sol, bella extrañeza... Al bajar la mirada volvió a oír a hija y madre conversando, ¡sí, ha empezado un día radicalmente distinto al de hace un instante!...
A las 18 y pico horas salió a la calle... Las calles se han llenado con bastante juventud... Atravesó el parque el Retiro... Llegó a la Puerta del Sol, le gustó su jaleo automovilístico y la muchedumbre en sus estrechas aceras... Después de dar varias vueltas, se desorientó, qué bien, estoy perdido y queda una eternidad para la cena... Tiraba por un lado, después por otro, eligiendo calles por intuición... La noche caía y empezó a sentir cierta preocupación... Se encontraba en la acera frente a una plaza con unos arbolitos, no quiero que se enfade la señora. Una tras otra, se cruzó con cuatro personas mayores; una quinta se acercaba, era una chica con una carpeta pegada contra el pecho, a tres metros. Él alzó la mano:
—¡Perdón, por favor!...
Ella se inmovilizó. Debía llevarle dos o tres años...
—¿Sí?...
—Quiero ir a la Puerta del Sol...
—Pues no está tan lejos. ¡Ven!, te voy a indicar el camino...
—Sí. —¡Este «ven»!...
Ella volvía sobre sus pasos; él andaba a su derecha...
—¿Qué plaza es esta?
—Esta es la plaza Tirso de Molina
—¿Eres madrileña?
Sonrió por su curiosidad.
—Bueno, estudio aquí pero soy de Galicia.
—¡Aahh! —Qué mirada....
En la esquina de Doctor Cortezo le tiró ligeramente de la manga:
—¿Ves? Allí arriba, al final de esta calle, está la plaza Jacinto Benavente...
—Sí —¡¡no me sueltes!!—, entiendo.
—Bien, la cruzas y ya verás delante, un poco más abajo, la Puerta del Sol. ¿Vale?
Diez días más tarde, el lunes 3 de octubre, empezaron las clases de Iván en la Facultad de Letras de la Complutense. El horario era de las 8:00 a las 14:00 los lunes, miércoles y jueves, y de las 8:00 a las 13:00 los martes y viernes, con cinco minutos de intermedio entre las clases, a las 9:00, 11:00 y 13:00; y un cuarto de hora a las 10:00 y a las 12:00.
En el descanso de las 10:00 bajó a la cafetería con Hilaire, un haitiano. La cafetería, en la planta baja, era casi cuadrada, con lados de una veintena de metros. Pidieron dos cafés solos en la larguísima barra en el lado nordeste; las ventanas en el lado sureste dejaban entrar mucha luminosidad. Los cristales pequeños, a unos dos metros por encima de los cristalones opacos blancuzcos, eran lisos. En la prolongación de la barra, hacia el sureste, un batiente abierto de la puerta desvelaba un tramo de jardín...
—¿¡Entonces eres francés!?
—Se nota por mi acento, ¿verdad?
—Sí, es verdad, ¡eh, eh!...
Hablaban en francés. Hilaire, de veintiocho años, llevaba una camisa blanca tipo cubana con alforzas verticales que debidamente caía fuera del pantalón. Medía casi un metro ochenta y su semblante expresaba cordialidad. Recordó haberlo visto saludar a dos otros negros:
—¿Eres el único haitiano de la clase?
—No, somos tres.
Dos días más tarde, el miércoles 5 de octubre, a las 8:55, el profesor acababa de dar una clase de Historia del Pensamiento Español y los alumnos salían del aula para la corta pausa... Junto a la pared, a cuatro metros, Iván notó a una japonesa, semblante pulposo simpático, que estaba con dos chicas y un chico, japoneses todos. Tapando su boca retuvo un brote de risa y al momento soñó...
Un día después, alrededor de las 10:00, durante un instante Iván dejó de escuchar a sus colegas de mesa al reparar en esa misma japonesa. Estaba a una decena de metros y con un gesto furtivo repuso una mecha de su cabello liso y negrísimo tras la oreja, qué gesto más majo... Fueron a la segunda planta para una clase de Historia de España, él se situó al lado de un japonés, lo que no era difícil ya que entre el centenar largo de alumnos, los más de cuarenta japoneses conformaban el grupo más numeroso seguido por los alemanes, los franceses, los estadounidenses y los italianos. Aún no había llegado el profesor y empezaron a charlar. Se llamaba Norio, tenía veinte años y era de Kobe...
—¿Dónde está?
—Está cerca de Osaka, al sur de Honshu, la isla principal. Es un puerto muy importante...
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