Los sistemas sociales no conocen nada más devastador que el desbocado representante de una moral absoluta. A él no le preocupa el bien que le han hecho otros alguna vez, ni el pasado en común ni los daños o ayudas que puedan resultar ahora de sus acciones. […] Es evidente que el «derecho» del absolutismo moral tiene que ser moderado con reciprocidad y beneficencia para que los sistemas sociales no se rompan (Gouldner, 2005, p. 122).
Referencias
Adloff, Frank & Steffen Mau (2005). Vom Geben und Nehmen: Zur Soziologie der Reziprozität. Frankfurt: Campus.
Adorno, Theodor W. (1969). Minima moralia. Frankfurt: Suhrkamp.
Derrida, Jacques (1991). Donner le temps. 1. La fausse monnaie. París: Galilée.
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Gouldner, Alvin (1960). The Norm of Reciprocity: A Preliminary Statement. American Sociological Review, 25(2), 161-178.
Gouldner, Alvin (2005). Etwas gegen nichts. Reziprozität und Asymmetrie. En Frank Adloff y Steffen Mau (eds.), Vom Geben und Nehmen: Zur Soziologie der Reziprozität (pp. 109-123). Frankfurt: Campus.
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Scanlon, T. M. (1998). What We Owe to Each Other. Cambridge: Harvard University Press.
Tilly, Charles (2007). Democracy. Cambridge: Cambridge University Press.
El fin del progreso1
Amy Allen
Pennsylvania State University
El título de este artículo está inspirado en las lecciones sobre el progreso de Theodor Adorno, en las que aparece como tema recurrente la afirmación de que el progreso ocurre solo cuando llega a su fin. A pesar de que las preocupaciones particulares de Adorno respecto a las afirmaciones sobre el progreso son algo diferentes a las mías —pues las suyas tienen que ver más con el horror de Auschwitz y la amenaza de la guerra nuclear—, simpatizo fundamentalmente con lo que considero la idea principal de su propuesta: es necesario deshacerse de lecturas ideológicas falsas de la historia en términos de progreso si queremos lograr un progreso moral o político en el futuro. En otras palabras, la idea clave es separar las afirmaciones sobre la posibilidad del progreso en el futuro —lo que llamo progreso como un «imperativo moral-político»— de las lecturas de la historia como un relato de progreso —lo que llamo progreso como un «hecho»—. Tal como lo veo, esta manera de pensar el progreso proporciona un correctivo importante al papel que este desempeña en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt contemporánea. La teoría crítica contemporánea tiende a adoptar una estrategia neohegeliana en términos generales para fundamentar la normatividad y, al hacerlo, arraiga su visión del progreso como un imperativo moral o político en una tesis del progreso como un hecho. Esta estrategia es vulnerable a objeciones conceptuales y políticas de las que me ocuparé a continuación. De manera crucial, sin embargo, la visión alternativa de Adorno también evita apelar a afirmaciones fundacionalistas, transhistóricas o no-históricas sobre la validez normativa para basar su concepción del progreso moral o político, la cual está orientada hacia el futuro. Como tal, también proporciona una alternativa a las estrategias neokantianas para fundamentar la normatividad, según las cuales el progreso es un concepto normativamente dependiente indexado a un derecho moral fundamental. Al hacerlo, la idea de Adorno sobre el fin del progreso se mantiene fiel a los objetivos metodológicos de la teoría crítica y está en mejores condiciones de evitar los problemas conceptuales, políticos y metodológicos que plagan las explicaciones crítico-teóricas alternativas sobre la normatividad y el progreso.
1. El progreso en la teoría crítica (descripción general)
Los teóricos críticos de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, especialmente Walter Benjamin y Theodor Adorno, eran famosos por su extremo escepticismo con respecto al discurso del progreso. En su novena tesis sobre la filosofía de la historia, Benjamin describe lo que llamamos progreso como una mera catástrofe continua que lanza escombros a los pies del ángel de la historia (2007). De manera similar, en sus conferencias sobre la filosofía de la historia, Adorno señala que la catástrofe de Auschwitz «hace que todo lo que se dice sobre el progreso hacia la libertad parezca ridículo» y hace también que la «mentalidad afirmativa» que habla de ese modo parezca «la mera afirmación de una mente que es incapaz de mirar el horror en los rostros y, de esa forma, lo perpetúa» (2006, p. 7). En su escepticismo hacia el discurso del progreso, a Benjamin y Adorno se unieron otros dos grandes pensadores políticos del siglo XX, los cuales merecen ser llamados teóricos críticos en el sentido más amplio del término: Hannah Arendt y Michel Foucault. Estas críticas teóricas del progreso, que tendían a centrarse en la naturaleza altamente metafísica de la filosofía de la historia que sustentó tales afirmaciones, coincidieron con la crítica política del progreso en el trabajo de teóricos poscoloniales y decoloniales como Frantz Fanon, C. L. R. James, Aime Césaire y otros, quienes descubrieron el papel altamente ideológico que las afirmaciones sobre el progreso y el desarrollo han desempeñado en la justificación de proyectos de imperialismo y colonialismo.
De hecho, el coro de voces que criticó la idea de progreso en el siglo XX fue tan fuerte que uno podría pensar que el concepto ha sido relegado al basurero de la historia. Y, sin embargo, la idea de progreso ha reaparecido de manera silenciosa en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Comenzando por Jürgen Habermas, los teóricos críticos han reformulado el concepto de progreso en una vena más posmetafísica, deflacionaria, diferenciada y pragmática, en un esfuerzo por desligarlo de la filosofía tradicional de la historia en la que estaba insertado previamente. También han intentado responder a la crítica política del progreso como intrínsecamente eurocéntrico o imperialista (McCarthy, 2009). En este trabajo examinaré algunas de las principales estrategias que los teóricos críticos han empleado para repensar el progreso, sostendré que dichas estrategias aún son vulnerables a objeciones conceptuales y políticas, y, luego, bosquejaré una alternativa adorniana.
Las recientes reformulaciones del concepto de progreso están motivadas, al menos en parte, por la idea de que la teoría crítica de alguna manera depende crucialmente de la idea de progreso y que uno no puede ser un teórico crítico sin estar comprometido con alguna noción del mismo. Antes de revisar las recientes reformulaciones de este concepto en la teoría crítica, quiero esbozar las razones generales que se han apoyado en esta afirmación y decir algo más sobre lo que entiendo por progreso.
Primero, progreso. Se puede hablar de progreso con respecto a muchos objetivos o puntos de referencia diferentes. Dado cualquier objetivo o fin particular que yo pueda tener, puedo comprenderme a mí misma tanto acercándome como distanciándome del mismo. En ese sentido, puedo decir que estoy progresando en mi entrenamiento para correr una maratón, o en terminar el manuscrito de un libro, y todo lo que se necesita para dar sentido a tales afirmaciones es una noción clara del estándar mediante el cual se mide el progreso. El discurso tradicional del progreso histórico, tal como surgió en la tradición de la Ilustración europea, tendía a hacer una afirmación mucho más amplia sobre el avance general de la humanidad desde una condición primitiva o bárbara a un estado más desarrollado, avanzado, ilustrado o civilizado. Como Reinhart Koselleck nos recuerda, el término progreso, tal como fue utilizado por Kant, «trajo clara y hábilmente la multiplicidad de significados científicos, tecnológicos e industriales del progreso, y finalmente también los significados que involucran la moralidad social e incluso la totalidad de la historia, bajo un concepto común» (2002, p. 229). Las nociones tradicionales de progreso, como la de Kant, dependen, por lo tanto, de una idea metafísica robusta de la totalidad de la historia y al menos postulan un punto de vista a partir del cual dicha totalidad puede ser comprendida.
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