Todo esto nos revela que estamos hechos para la belleza, para la verdad, para el amor. Pongamos estas palabras con mayúscula: Belleza, Verdad, Amor. La tradición clásica ha denominado a estos valores los trascendentales. Explica Rémi Brague que los trascendentales «se encuentran en todas las categorías, no se detienen en sus límites y, por este motivo, las “trascienden”»[8].
Dejando de lado tecnicismos filosóficos, es fácil entender que son realidades que nos llevan más allá de nuestros límites: sentimos su atracción, y cuando entramos en contacto con ellos, nuestros horizontes se expanden hasta el infinito. Boileau unía estos tres trascendentales en una sola frase: Rien n’est beau que le vrai, le vrai seul est aimable (Solo lo verdadero es bello, solo es amable lo verdadero)[9]. François Cheng expresa la misma idea de modo admirable: «La bondad es el garante de la calidad de la belleza; la belleza irradia bondad y la hace deseable. Cuando la autenticidad de la belleza está garantizada por la bondad, se está en el estado supremo de la verdad»[10].
De Dios se dice que es Amor (I Jn 4, 8); Dios afirma ser la Verdad (Jn 14, 6); Dios mismo es el Autor de la belleza (Sb 13, 5). Podemos resumir todas estas realidades que nos trascienden y hacia las que nos sentimos atraídos con una palabra, “la” Palabra: Dios. Y como escribe santo Tomás de Aquino, «sólo Dios sacia»[11].
En conclusión, nuestra alma vibra, entra en sintonía, se goza con la Verdad, el Bien y la Belleza. Allí está nuestra felicidad. Recordemos la frase de san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti»[12]. Quizá Goethe no lo sabía, o lo había olvidado.
[1]AGUSTÍN, S., De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4.
[2]FIGES, O., Los europeos, Taurus, Barcelona 2020, p. 294
[3]MAEZTU, R. de, Don Quijote, Don Juan y La Celestina, Espasa-Calpe, Madrid 1981, pp. 88 y 91.
[4]KIERKEGAARD, S., O lo uno o lo otro. Un fragmento de vida, Trotta, Madrid 2007, II, pp. 176-177.
[5]Sobre esta novela, cfr. MALO, A., cit., pp. 172-177.
[6]CANTALAMESSA, R., La sobria embriaguez del Espíritu, Madrid 1999, p. 164.
[7]Hago referencia a Notre-Dame de París no solo por gusto personal. Quedé muy impresionado al leer las declaraciones de François Cheng, miembro chino-francés de la Academia de Francia, cuando contó lo que sintió al ver la catedral parisina devorada por las llamas: «Cargada de espiritualidad y de historia, está verdaderamente hecha de piedras vivas. Dicho de otra manera, está hecha de nuestra carne y de nuestra sangre, porque allí hay un corazón que jamás ha dejado de latir. ¡Que exista una cosa así es realmente extraordinario! Esa cosa donde están reunidas la belleza y la verdad es el honor de Francia, en donde el genio de Francia ha llegado a su más alto grado de realización» (CHENG, F., À Notre-Dame, Salvator, Paris 2019).
[8]BRAGUE, R., Contro il Cristianismo e l’umanismo, Cantagalli, Siena 2015, p. 304.
[9]BOILEAU, N., Epistola IX (Arte poética).
[10]CHENG, F., Cinq méditations sur la beauté, Albin Michel, Paris 2006, p. 60. Sobre los trascendentales cfr. también MIRAVALLE, J.-M. L., Defensa de la belleza, Rialp, Madrid 2020.
[11]TOMÁS DE AQUINO, S., In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15.
[12]AGUSTÍN, S., Confessiones, I, 1.
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