Otra forma de abordar a los clásicos es afirmando que se ocupan de presentarnos la verdad, la belleza y el bien (o el amor). Que es lo mismo que decir que se ocupan de las categorías existenciales, lo que nos hace retornar a nuestra primera afirmación. Los clásicos nos llevan, por lo menos, a atisbar la verdad, a sentir deseos de imitar la virtud, a facilitar la apreciación de lo bello, de lo que llena el alma.
El lector más o menos experimentado podrá decir: “Pero Shakespeare habla continuamente de las pasiones humanas, que muchas veces producen consecuencias nefastas para la convivencia entre los hombres. Dante presenta imágenes grotescas, feas, aterradoras. Molière juega con la avaricia, la vanidad, el engaño”. Todo esto es cierto, como es cierto que en la vida están mezclados el trigo y la cizaña. Pero los clásicos no se regodean en mostrar el error, el mal o la fealdad, sino que los colocan en un contexto tal que el lector advierte una actitud viciosa porque se presenta en toda su validez la virtud; que algo es un error porque sus páginas nos llevan a entender la verdad sobre el hombre y el sentido de su existencia; que algo es feo en contraste con la luminosidad de la belleza. Otelo no es el elogio de los celos, sino su condenación; el Infierno de Dante nos hace anhelar el Paraíso; lo tétrico de las actitudes existenciales de la mayoría de los personajes de Cumbres borrascosas producen una repugnancia saludable para aspirar a unos sentimientos dignos de la persona humana[4].
Si los clásicos superan la barrera del tiempo, también sobrevuelan las del espacio. Chesterton acierta cuando dice que «el escritor inmortal es comúnmente el que realiza algo universal bajo una forma particular. Quiero decir que presenta lo que puede interesar a todos los hombres bajo una forma propia a un solo hombre o a un solo país»[5]. Shakespeare es inglés y universal, al igual que el español Cervantes o el ruso Dostoievski: escriben desde sus circunstancias y perspectivas culturales, pero alcanzan a decir algo a la humanidad.
La tradición de los grandes libros nos enriquece, pues abre horizontes insospechados y presenta posibilidades existenciales que no conoceríamos si no tuviéramos acceso a esos universos de ficción que reflejan la grandeza del corazón humano. Antonio Malo, en un ensayo reciente, subraya su papel clave en la formación de las personas. Partiendo del concepto aristotélico de verosimilitud, sostiene que el encuentro entre el lector y la obra literaria «consiste en una relación máximamente personal. Y cuanto más grande sea el influjo en el lector la obra se enriquece con nuevos significados. Quizá aquí reside la fascinación de las grandes obras como Don Quijote, Hamlet, Los miserables, Los hermanos Karamazov, Anna Karenina, en las que el lector se siente “obligado” a identificarse o a tomar distancias de estos universos de ficción»[6].
Los clásicos son capaces de transformar la vida de los lectores. No toda obra literaria tiene esta capacidad. Si un libro no logra transmitir humanidad, si presenta el mal como bien y el bien como mal, estamos frente a un fracaso de la comunicación literaria: por mas perfección formal que tenga, no será un auténtico clásico.
Malo propone una idea audaz, que comparto plenamente: podemos establecer una relación de amistad con algunas obras literarias. Los personajes de ficción son cuasi personas que, como los amigos fieles, nos pueden señalar el buen camino. «La acción artística, en este caso la narración o la representación, es la producción de una obra de ficción que, siendo capaz de entrar en relación con nuestra vida, actúa en nosotros como si fuera un amigo. Lo hace de modo que nos conozcamos mejor conociendo a los otros y nos hace reflexionar sobre el sentido de la vida humana —la nuestra y la de los otros— pudiendo de tal modo transformarnos»[7].
Las referencias literarias que el lector encontrará en este libro quieren ser también una invitación a tratar a los clásicos como amigos que nos pueden orientar en el camino de la vida.
«Un libro es una suerte de mundo abreviado, si se me permite robar la metáfora destinada de antiguo al ser humano. Porque, si en el principio existía el Verbo —el Logos—, y el Verbo se hizo carne, la palabra es metáfora del hombre, y el libro, su morada más apta»[8]. Y el Logos —Jesucristo— eligió la forma narrativa para comunicarnos su verdad. Los textos citados —de autores reconocidos universalmente como clásicos— manifiestan, por un lado, que existe una naturaleza humana que aspira a la plenitud. Por otro, que las grandes verdades del hombre encuentran su cumplimiento en aquel que dijo de sí mismo que era «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
Deseo acabar con un agradecimiento al Prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, que está en el origen de este libro. En enero de 2018 publicó una carta pastoral sobre la libertad[9], que muchas veces he llevado a mi meditación personal. A principios de 2021 tuve que impartir un curso breve para universitarios y profesionales basado en ese texto. A medida que preparaba las lecciones, fue surgiendo casi espontáneamente el libro. Confieso que lo hice gustosamente, movido por el deseo de hacer lo más comprensible posible este misterio del amor de Dios por los hombres: el don maravilloso de la libertad.
Roma-Dublín, abril 2021
[1]DREHER, R., How Dante can save your Life, Regan Arts, New York 2015, pp, 53-54.
[2]Entrevista de Antonio Spadaro al Papa Francisco, en La Civiltà Cattolica, 2013, III, p.472.
[3]BORGES, J. L., Sobre los clásicos, en Otras inquisiciones, Debolsillo, Buenos Aires 1994, p. 124.
[4]Antonio Malo considera —siguiendo a Aristóteles—, que la representación del mal, cuando se lo presenta en cuanto tal, tiene una función catártica o de purificación. «Aunque la trama de la tragedia no es real ni el mal es verdadero, su representación no nos aleja de la realidad del mal. Lo simboliza en lo que tiene de más profundo: su presencia en el corazón humano y sus catastróficas consecuencias en la vida de las personas, de las familias y de la sociedad en general. Esta referencia estética al mal consiente la catarsis, la purificación que la fascinación del mal ejerce sobre nosotros» (MALO, A., Svelare il Mistero. Filosofia e narrazione a confronto, EDUSC, Roma 2021, p. 102).
[5]CHESTERTON, G. K., Dickens, Ediciones Argentinas Cóndor, Buenos Aires 1930, p. 366.
[6]MALO, A., Svelare il mistero, cit., p. 115.
[7]MALO, A., Svelare il mistero, cit., p. 244. Ethel Junco de Calabrese subraya el papel clave de los cuentos infantiles para la formación de la personalidad desde los primeros años. También podemos hablar de cuentos infantiles “clásicos”, en los que se pueden aprender de modo intuitivo los grandes valores de la existencia humana. Cfr. JUNCO DE CALABRESE, E., Presencia de lo sagrado en el cuento maravilloso, Eunsa, Pamplona 2020.
[8]BARNÉS, A., Elogio del libro de papel, Rialp, Madrid 2014, p. 18.
[9]OCÁRIZ, F., Carta pastoral, 9-I-2018.
1.
EN BUSCA DE LA FELICIDAD
TODOS HEMOS IMAGINADO alguna vez el “contenido” de la felicidad. Quizá de chicos la asociábamos con materialidades como chocolates o helados que no se acababan nunca. O, más adelante, con unas vacaciones sin término en una isla del Pacífico. O con ser coronado con laureles en la academia, mientras escuchamos los aplausos de la multitud. Otros albergarán imágenes más espirituales, pero quien más, quien menos, todos tenemos una cierta imagen de su contenido. También experimentamos continuamente frustraciones: lo que pensábamos que nos iba a hacer felices no fue suficiente, y nos quedamos con una sensación de vacío, o al menos, de medio lleno: un “sí, estuvo bien, pero no era para tanto”. Por otro lado, ¡cuánta gente infeliz vemos a nuestro alrededor! A veces, nosotros mismos nos sentimos insatisfechos. ¿Es posible la felicidad? ¿No será un autoengaño para dormir sueños tranquilos y no traumatizarnos con la dura realidad?
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