—¿De verdad? —piensa en todas las veces que me ha tenido que rescatar. Achica los ojos enfadado, pero me atrae más a él para que note lo excitado que está.
—Está bien —claudico. De nada servirá discutir, nadie le lleva la contraria al jefe que se sale con la suya—. Tengo que ir a trabajar, no quiero volver a llegar tarde.
—Tranquila, he hablado con Álvaro. Te recogerá aquí sobre las diez, le acompañarás a una reunión —sin separarse de mí, vuelve a besarme—. Lo tienes completamente encandilado —tenso cada músculo de mi cuerpo—. Estoy empezando a ponerme celoso. Pasas con él demasiadas horas al día —baja el reguero de besos hacia mi clavícula— y sé cuánto le gustan las mujeres.
—No digas tonterías —intento parecer relajada y no darle importancia, espero que no note el ritmo disparatado de mi corazón.
—Tranquila, no se acercará a ti. Sabe que lo mataría si eso llegase a ocurrir —me mira y sonríe, yo le devuelvo forzada el gesto—. Tengo que irme, si no salgo de aquí ahora, no llegaré a la reunión —se acomoda el paquete en el pantalón—. Nos vemos esta noche en casa —me besa brevemente, se separa, pero, antes de cruzar la puerta de la habitación, se vuelve y me abraza. Con el dedo levanta mi barbilla—. Te amo más que a nada.
—Te amo —le respondo.
Miro mi reflejo en el espejo de la entrada. No me encuentro mal aunque no me siento del todo cómoda con ropa prestada. He tenido que tirar del ropero de Sara para poder arreglarme decentemente, ya que toda mi ropa junto a mis pertenencias están en casa de Alejandro, donde se supone que vivo.
«Tienes que pensar más las cosas».
—Estás guapísima —me anima Sara con voz ahogada y la nariz congestionada. Hoy no ha ido a trabajar porque le duele bastante la cabeza. Creo que está pillando la gripe, pero jamás lo reconocería. No le gusta sentirse débil.
Le he contado lo de ayer mientras me ayudaba a vestirme. Que me levanté decidida a ir a ver a Alejandro a su empresa para contarle todo, que mis planes cambiaron el sentido de mi visita al encontrarme con ropa de mujer entre sus cajones y de la gran sorpresa que me llevé al enterarme de la existencia de su ex-prometida.
—Gracias —le digo sincera.
—No es nada. En realidad la falda te queda un poco larga —sonríe.
Sí, ella es más alta que yo y se nota en la ropa, pero aún así me encuentro estupenda. Llevo un vestido corto que a mí me queda a la altura de las rodillas, con cinturón, mangas japonesas y estampado floral sobre un fondo celeste. Es precioso. Afortunadamente tenemos el mismo número de pie. Llevo unas sandalias marrones, cerradas al tobillo, de plataforma de London Rebel y un bolso shopper con acabados de ante y costuras cruzadas. Lo acompaño todo con un abrigo largo y ligero color marfil a juego con las flores del vestido. Sí, voy muy elegante a la vez que fresca. No me identifico mucho con la sobriedad, hace sentirme triste. Pero no me refiero a la ropa cuando le he dado las gracias.
—No me refiero a la ropa —me giro hacia ella, sentada en el sofá tapada con una manta—. Gracias por todo, no sé qué haría sin ti —me siento junto a sus piernas y tiro de la manta para taparla completamente. Me levanto y le doy un beso en la frente—. Podemos dejar lo de esta noche para otro día.
—¿Estás loca? Estoy bien, de verdad. Sólo se trata de un maldito resfriado. Se me pasará —llaman al portero.
—Es Álvaro. No puedo hacerlo esperar —cojo el bolso de la encimera y me dirijo hacia la puerta—. Llámame si necesitas cualquier cosa.
—Tranquila, estaré bien —me mira dulce—. ¿Lo estarás tú? —sabe que la cercanía de Álvaro me trastoca sin remedio, hay sentimientos que no logro controlar por mucho que lo intente y por muy claro que tenga lo que siento por Alejandro. La miro y le sonrío transmitiéndole tranquilidad. No sé si lo consigo. Ella hace lo mismo.
—Cariño, no te juzgaría si decidieras perdonarlo y darle otra oportunidad.
—Lo sé, no es eso. Hace mucho que logré perdonarlo. No entiendo por qué no consigo sacarlo definitivamente de mi corazón —abro la puerta buscando aire fresco.
—Quizás no lo logres nunca, pero eso no significa que no ames a Alejandro.
—No dudo de mi amor por él. Es tan fuerte que a veces me hace daño.
—¿Qué te preocupa entonces?
—Que no sea suficiente —suspiro, salgo y cierro la puerta. Me dejo caer sobre la madera y respiro varias veces buscando las fuerzas que necesito para enfrentarme a la persona que me está esperando abajo.
Salgo a la calle y el corazón se me acelera sin poder controlarlo. Álvaro está apoyado sobre el capó del coche. Lleva un traje de chaqueta oscuro con blusa blanca sin corbata y un par de botones sin abrochar. Elegante y sofisticado a la vez que despreocupado y relajado. Unas gafas de sol Ray-Ban cubren sus maravillosos ojos negros, esos que un día me enamoraron y me hicieron perder la cabeza. Su fuerte y trabajado cuerpo rezuma masculinidad y su porte transmite confianza y seguridad, tan bello que no puedo apartar la mirada de él. Por mucho tiempo que haya pasado, no puedo negarme a mí misma lo que mi corazón siente cuando se encuentra a mi lado. Un día lo fue todo para mí. Tanto que casi me pierdo buscándolo. Se acerca decidido.
—Estás preciosa —se detiene a un metro de mí.
—Gracias —procuro no darle importancia—. ¿A dónde vamos? —comenzamos a caminar hacia el coche. No contesta, me abre la puerta caballeroso y entro. Cierra, rodea el auto y se sienta junto a mí despreocupado. El conductor arranca el todoterreno negro con los cristales tintados y se incorpora al tráfico.
—Tengo una sorpresa para ti —me mira.
—No me gustan las sorpresas —giro la cabeza y atrapa mi mirada. Me pongo tensa.
—Tranquila, es laboral —conoce mi cuerpo perfectamente. Suspiro.
Después de veinte minutos de camino con un tráfico demasiado denso, el conductor para frente a un edificio antiguo cerca del centro. Nos bajamos y lo admiro cautivada por su belleza. Ladrillos rojos, grandes ventanales de cristal envejecido formando pequeños rectángulos y un gran portón de hierro flanqueando la entrada. Álvaro se adelanta y abre la puerta.
—Pasa —se inclina haciendo una reverencia y sonríe. Ordeno a mis piernas que caminen y entro seguida de Álvaro que cierra la puerta tras de sí. El interior es todavía más impresionante que el exterior. Sorprende una inmensa sala completamente vacía con techos de cuatro metros de altura. La luz natural penetra por los grandes ventanales.
—¿Te gusta? —pregunta ilusionado.
—Es maravilloso —no me salen las palabras.
—Albergó una antigua fábrica de zapatos —sonríe mientras yo lo miro confundida—. Cuando volvamos de París, este local estará listo y acondicionado para la nueva galería. Quería que lo vieras antes de que empezaran las obras. Sé cuánto te gustan los edificios antiguos.
—¿Por qué haces esto? —no sé si estoy enfadada o confundida, o ambas cosas tal vez.
—Soy un hombre de negocios. Creo que puedo ganar mucho dinero con él. Tiene muchas posibilidades. Cualquier empresa de prestigio en esta ciudad hará cola para celebrar sus eventos aquí —dice seguro de sí mismo, pero sabe que no me refiero a eso. Se da cuenta. Y se pone serio—. Te prometí que no te tocaría si te quedabas y no lo haré, pero no puedo hacer nada respecto a lo que siento por ti y no pienso luchar contra ello. Estoy cansado —da un paso hacia donde me encuentro—. Dime que no sientes nada por mí —la profundidad de sus ojos me confunden.
—Sabes que no puedo. Ya te lo he dicho.
—Entonces no me iré. A no ser que me lo pidas fervientemente —camina otro paso acortando nuestras distancias. En ese momento alguien me salva de morir ahogada en el mar de sentimientos contradictorios que me crea Álvaro. Hace acto de presencia Isabelle.
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