Estrella Correa - Trilogía completa Un gin-tonic, por favor

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Trilogía completa Un gin-tonic, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Toda la trilogía en un solo volumen y con contenido inédito Atrevida, sensual, divertida, emocionante. Llena de sorpresas y engaños. Todo se une en una novela donde el amor inunda cada página, nada es lo que parece y las dudas rodean a una chica que lucha por sobrevivir cada día tratando de olvidar el pasado. Dani es una mujer trabajadora enamorada del arte y que, como todos, busca ser feliz. Le encanta salir de fiesta con sus amigas a pasarlo bien y en una de esas noches confusas conoce al enigmático y atractivo Alejandro Fernández, un empresario acostumbrado a triunfar y a conseguir todo lo que desea. Ninguno de los dos espera lo que sus corazones comienzan a sentir y, desde luego, tampoco lo que les depara el futuro al obligarlos a enfrentarse a lo que verdaderamente son. ¿Podrán superar todas las pruebas que el destino les depara? ¿Serán capaces de asimilar todo lo que ocurre a su alrededor? «Un gin-tonic, por favor» es el título de la primera parte de una trilogía que te hará reír y llorar a partes iguales. Una historia diferente, en la que encontrarás, no solo amistad y erotismo, sino mucho más. ¿Quieres saber qué? Adéntrate en la vida de estos personajes y no podrás parar de leer hasta conocer el final. «Una novela para reír, llorar y, sobre todo, pasa sentir. Ilusiona saber y leer a autoras con magia en la pluma». «Una montaña rusa que no te deja respirar. Una sorpresa tras otra. Magnífica trama».

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31

EL AMOR TE CIEGA

Despierto abotargada y confusa. No sé qué hora marca el reloj ni dónde me encuentro exactamente. Abro primero un ojo y después otro. Conozco la lámpara de Ikea blanca modelo Illsta que cuelga del techo. Mi cuerpo descansa fatigado en el lugar seguro de mi habitación. Respiro en paz.

Me giro sobre mí misma, paso el brazo derecho bajo la almohada y me encuentro con una escena que no debería hacerme sentir la serenidad que percibo al contemplarla. No me extraña, sin embargo, que mi ánimo se relaje ante ella. Alejandro reposa dormido sobre una silla de la terraza. Debe de estar incomodísimo. Alguna vez me he quedado dormida en ella tomando el sol y me he levantado con un intenso dolor de cuello. La chaqueta cuelga del espaldar. No lleva corbata y la blusa blanca desabotonada hasta la mitad deja al descubierto su fornido y esculpido pecho. Las mangas alzadas a la altura del codo y el pelo alborotado hasta lo indecible. Ha debido manosear demasiado su cabello rebelde, un tic recurrente para él que delata su estado de nerviosismo, no lo puede controlar. La tenue luz de la mesita de noche le da un halo de erotismo que, aunque no necesita, multiplica su sensual masculinidad por mil. Me reconforta verlo tan relajado, pero no puedo olvidar lo ocurrido. Ni mi dios griego del sexo puede arreglar tal estropicio.

Abre los ojos y se encuentra con los míos. No se altera lo más mínimo ni mueve un ápice el cuerpo. No quiere espantarme, sabe que volveré a salir corriendo. Así nos llevamos varios minutos.

—¿Te encuentras bien? —no se levanta, nota mi estado de confusión—. Te has desmayado.

—Estoy bien —comienzo a recordar—. Necesito agua.

—La tienes sobre la mesilla —no se acerca a la cama para ofrecérmela, sigue sin moverse, está tan asustado como yo. Sorbo a sorbo termino con el líquido del vaso.

—¿Quieres más?

—No —lo dejo donde estaba—. No te preocupes, estoy bien. Será mejor que te vayas —no lo miro, vuelvo a tumbarme dándole la espalda porque no quiero que me vea llorar.

—Dani, tienes que escucharme —su tono ronco y suplicante me hace estremecer. Cierro los ojos y los aprieto tratando de contener el llanto.

—Vete, por favor. Déjalo estar —las lágrimas ruedan descontroladas por mis mejillas. Escucho las patas de la silla chirriar contra el suelo y a Alejandro levantarse. No lo veo, pero puedo imaginarme cómo se revuelve el pelo de forma compulsiva procurando tranquilizarse.

—Marina nunca significó nada —se detiene manteniendo su posición distante—. Lo nuestro terminó antes de conocerte —sus palabras me hieren, le dio un anillo, iban a casarse—. Cierto que estuvimos comprometidos. Comparto negocios con su padre y nos llevamos bien… Congeniábamos en la cama, para mí suficiente, y nada más. Me pareció una buena idea… —me incorporo y me siento sobre la cama con la espalda apoyada sobre el cabecero. Quiero mirarlo de frente—, hasta que te conocí a ti. Supe desde el primer momento que eras especial, que cambiarías mi vida, que podrías hacer conmigo lo que te propusieras —avanza en mi dirección y se arrodilla frente a mí sobre la cama. Siento cómo se hunde—. Eso me dio mucho miedo —su voz se quiebra—. Siempre lo he tenido todo bajo control. Dani, acariciar tu piel, besarte y poseerte es lo único que me reconforta. Tu sonrisa es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida —coge mis manos y las besa con devoción—. Comprendí qué es hacer el amor la primera vez que me acosté contigo. Fue sexo pervertido en una limusina, sí, pero nada comparable a lo que había hecho hasta aquel momento. Advertí que estaba perdido mucho antes de besarte por primera vez —roza con sus labios mis mejillas absorbiendo las lágrimas que aún ruedan por ellas hasta morir sobre las sábanas. Inspira fuerte, llena los pulmones y pega su frente sobre la mía—. Nada ni nadie podrá apartarme de ti —mueve sus labios sobre los míos de lado a lado rozándolos apenas—. Me vuelvo loco cada vez que pienso en la posibilidad de perderte —me besa y gimo sin poder remediarlo. Nuestras bocas bailan al son de mis sollozos y me rindo a él sin remedio—. Daría mi vida por ti sin pensarlo. Nunca he querido nada ni a nadie tanto como te quiero a ti.

Lo amo. Cada poro de mi piel grita su nombre y sólo un deseo recorre mi cuerpo y mi mente. Rompo en un llanto silencioso.

—Esta mañana… encontré lencería de otra mujer en la cómoda —no sé ni lo que digo. Me mira confuso y al momento siguiente tuerce la boca en una sensual sonrisa.

—Es tuya, la compré para ti —susurra junto a mi boca.

—Tengo que contarte algo —balbuceo, después de todo, le debo sinceridad. Vuelve a agarrar mi cara entre sus manos y me mira fijamente.

—Sshh —me hace callar y mordisquea mi labio inferior— necesito estar dentro de ti. Déjame sentirte —suplica desesperado. No contempla la idea de que pueda negarle nada y, por supuesto, no lo hago. Ha leído mi mente y mi corazón. Como siempre, sabe qué necesito en cada momento.

Aquella noche hicimos el amor. Amor en grande, en letras mayúsculas, subrayadas y en negrita. Fue sexo, sí. Sexo puro, sensual, pervertido y desesperado. Fuimos dos amantes anhelando fundirnos en uno. Sin saciarnos, sin reparar en el final de nuestra locura. Dándolo todo y recibiendo más. Alejandro estuvo más tiempo dentro que fuera de mí. Sin duda fue la experiencia más intensa que había experimentado. Como si lo único que necesitáramos para seguir cuerdos fuera estar totalmente unidos. Nuestros cuerpos, sensibles y ardientes, luchaban por no separarse hasta la extenuación. No me di cuenta en ese momento, después comprendí el miedo que trasmitía cada suspiro, gemido y jadeo que salía de su sensual boca. Estuvo conmigo sin dejarme caer, acompañando mi placer de silenciosas súplicas. Arropando mi cuerpo bajo el suyo, luchando para que aquello no acabara. Pude ver alguna solitaria lágrima rodar por su mejilla, como si las emociones que sentía dentro de mí le hicieran daño hasta dejarlo sin respiración. Pocas horas después, lo ocurrido aquella noche cobró un maléfico y doloroso sentido. Pero jamás me arrepentiré de lo que le di y de lo que recibí, de las sensaciones que sentí, desconocidas hasta el momento, y de lo que creamos sin proponérnoslo. El recuerdo de la más intensa locura que nos acompañará toda la vida.

Me despierto como me he quedado dormida, con los tatuados brazos de Alejandro rodeando fuerte mi cintura, mi espalda contra su pecho y su virilidad descansando semi-erecta dentro de mi cavidad. Los primeros rayos de sol atraviesan la ventana bañando nuestros desnudos cuerpos. Sólo necesito moverme un poco pretendiendo zafarme de su opresión para que su miembro se hinche ocupándolo todo, llenándome. Un calor abrasador recorre mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta la garganta. Vuelvo a moverme y gimo sin poder contenerme. Siento la dureza de su larga y gruesa verga dentro de mí. Vuelvo a repetir el movimiento buscando mi placer. Sin esperarlo, Alejandro embiste con una fuerte estocada y me lanza hacia delante. Reacciono con un grito seco, no me lo esperaba. Agarra fuerte mis caderas, me atrae hacia sí y me empala sin piedad una vez más.

—Buenos días, preciosa —muerde mi cuello para luego lamerlo y besarlo—. ¿Estabas aprovechándote de mí? —vuelve a clavarse enérgico en mí. Gimo y asiento con la cabeza retadora y divertida—. Mi niña mala. Ahora me toca a mí.

Sale de mi cuerpo dejándome completamente desamparada, me coloca bocarriba, coge la corbata del bolsillo de los pantalones de su traje que yacen en el suelo junto a la cama y sube de nuevo arrodillándose en el colchón. Agarra mis manos, las une haciendo un nudo con la prenda y sube mis brazos por encima de mi cabeza con rapidez y destreza ordenándome que no me mueva. La soltura de sus movimientos evidencia que no es la primera vez que lo hace. Aprieta el lazo y el dolor de la seda en mi sensible y sobre estimulada piel conecta directamente con la parte más oscura y baja de mi pelvis. Jadeo. La mirada de Alejandro, lasciva y lujuriosa, atrapa la mía y penetra en ella dejándome totalmente expuesta. Mi cuerpo, dócil y sumiso, le rinde pleitesía y se ofrece sin condiciones. Masajea con sus robustas manos mis rodillas y a continuación me abre las piernas dejando por completo a la vista mi húmeda y empapada vagina. Su carnal y devota mirada se clava en ella mientras que con los dientes se muerde el labio inferior pausadamente. Se está recreando. Mi respiración acelerada mueve mis pechos rítmicamente clamando atención. Se da cuenta y arquea la espalda acercando su boca a ellos dándoles lo que ansiaban. Los mordisquea y lame sin compasión.

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