Estrella Correa - Trilogía completa Un gin-tonic, por favor

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Trilogía completa Un gin-tonic, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Toda la trilogía en un solo volumen y con contenido inédito Atrevida, sensual, divertida, emocionante. Llena de sorpresas y engaños. Todo se une en una novela donde el amor inunda cada página, nada es lo que parece y las dudas rodean a una chica que lucha por sobrevivir cada día tratando de olvidar el pasado. Dani es una mujer trabajadora enamorada del arte y que, como todos, busca ser feliz. Le encanta salir de fiesta con sus amigas a pasarlo bien y en una de esas noches confusas conoce al enigmático y atractivo Alejandro Fernández, un empresario acostumbrado a triunfar y a conseguir todo lo que desea. Ninguno de los dos espera lo que sus corazones comienzan a sentir y, desde luego, tampoco lo que les depara el futuro al obligarlos a enfrentarse a lo que verdaderamente son. ¿Podrán superar todas las pruebas que el destino les depara? ¿Serán capaces de asimilar todo lo que ocurre a su alrededor? «Un gin-tonic, por favor» es el título de la primera parte de una trilogía que te hará reír y llorar a partes iguales. Una historia diferente, en la que encontrarás, no solo amistad y erotismo, sino mucho más. ¿Quieres saber qué? Adéntrate en la vida de estos personajes y no podrás parar de leer hasta conocer el final. «Una novela para reír, llorar y, sobre todo, pasa sentir. Ilusiona saber y leer a autoras con magia en la pluma». «Una montaña rusa que no te deja respirar. Una sorpresa tras otra. Magnífica trama».

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—¿Qué haces aquí? —casi susurra, entre sorprendido y alertado. Me da la sensación de que no está contento.

«Aún lo estará menos cuando le digas todo lo que le vienes a decir».

Suspiro, pero no me da tiempo a abrir la boca, bueno, se abre completamente convirtiéndose en una gran O al escuchar lo que su secretaria dice a continuación.

—Señor Fernández, su prometida lo está esperando en su despacho —«¿cómo?». Tierra, trágame.

Su mirada intenta decirme que me tranquilice, pero sabe que no acataré esa orden. La intensidad de la fogata que ha prendido en mi interior en estos momentos estallará de forma incontrolada más pronto que tarde. Así que antes de que eso ocurra, le ordeno a mis pies que se muevan y salgan de aquí lo antes posible. Me sorprenden, pero lo hacen. Mi instinto de supervivencia se ha puesto en alerta máxima y los empuja hacia la puerta. Al pasar por su lado atrapa mi muñeca y me hace parar en seco.

—Mejor no le entretengo, señor Fernández. No quiero que su prometida tenga que esperar por mi culpa —escupo la palabra prometida con una sonrisa cínica intentando esconder el dolor que se clava en mi pecho sin poder conseguirlo.

—Dejadnos solos —ordena a las dos ex-modelos de Victoria's Secret reconvertidas en secretarias con modales exquisitos sin dejar de mirarme. Estas desaparecen al instante por el pasillo principal.

30

¿QUÉ ES LO NUESTRO?

La mente me grita que salga corriendo y no vuelva a acercarme a él. En cambio, mi corazón, roto y hecho pedazos, susurra esperanzado junto a mi oído que aún tenemos una oportunidad. Así no puede acabar lo nuestro. Aprieta con sus dedos mi muñeca sin llegar a ser violento. Me gira y me sitúa frente a él.

—No es mi prometida —su voz ruda y sincera logra serenarme un poco, pero mi parte más racional no puede creerle. Tiene que ser verdad. Olvido que soy un libro abierto para él. Sabe lo que estoy pensando. No quiero mentiras ni verdades a medias. Lo quiero todo o nada.

—Ya no —termina de aclarar.

—No necesitas darme explicaciones. Mejor dáselas a ella. Supongo que no sabe que llevas varias semanas follándome día y noche sin parar —escupo apesadumbrada.

—No hables así de nuestra relación —está enfadado. Coge mi otra muñeca con la mano libre y tira de mi cuerpo hacia él. No hay suficiente espacio entre los dos. No puedo respirar—, no mancilles lo que tenemos.

—¿Nuestra relación? No tenemos nada. Me has engañado.

Me duele, me duele el pecho y cada centímetro de mi ser. Darme cuenta de que es cierto lo que acabo de decir me hace chocar contra un muro de hormigón a doscientos kilómetros por hora. No lo puedo controlar, las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas. Alejandro levanta las manos y las seca con el dorso y yo lo permito. Acerca sus labios a ellas y las besa suavemente tratando de aplacar mi desazón. El pulso acelerado me recuerda que no tiene derecho a hacer eso. Él es el único responsable de mi estado de confusión. Agarro sus muñecas con ambas manos y tiro de ellas fuerte para evitar que vuelva a tocarme. No me cabe duda de que mi ímpetu le pilla desprevenido.

—No vuelvas a acercarte a mí. Estoy harta de tus mentiras, demasiadas en tan pocas horas.

—Cariño, estás aquí —se escucha esa voz estridente desde el quicio de la puerta del despacho de Alejandro. Aprovecho que gira la cabeza en esa dirección y salgo corriendo de allí lo más rápido que mis temblorosas piernas y los tacones de ocho centímetros consienten. Ni siquiera vuelvo a mirarlo. No sé si viene detrás o se ha quedado con la que dice ser su prometida. Prefiero no quedarme a comprobarlo. Sólo quiero salir de allí, llegar a casa y, definitivamente, emborracharme para atenuar el dolor que me aprisiona el pecho. Tal vez no sea la mejor manera ni la más recomendable, pero es la más rápida que conozco. La terapia tardaría demasiado tiempo.

Entro en mi apartamento llorando a mares. Se está haciendo demasiado normal en mi vida lo de llorar en un taxi. Eso no dice nada bueno de mí, al menos no cuenta que me esté pasando nada bueno.

Cuando he salido del edificio, el aire ha llenado mis pulmones y refrescado mi extenuada mente. En lo que ha tardado el ascensor en llegar al vestíbulo, no he parado de darle vueltas a todo lo ocurrido en las últimas tres horas. Cómo ha podido cambiar tanto la visión que tengo de Alejandro en tan poco tiempo. La ropa interior de otra mujer en sus cajones, su prometida esperándolo en el despacho. Afortunadamente he logrado parar un taxi y entrar en él justo antes de que el retorcido cabrón enchaquetado (he decidido volver a llamarlo así tras los últimos acontecimientos) lograra agarrarme del brazo. Cuando he escuchado su voz, rota y desesperada, llamarme desalentado desde la gran puerta de cristal que da acceso al hall, he temido que mi cuerpo me traicionara y cediera a transigir que se acercara a mí.

Le he pedido al taxista, entre sollozos, que se largara lo antes posible de allí y, como buen profesional, ha acelerado dejando a Alejandro tirando de los mechones de su pelo con desespero.

Voy directamente a la cocina. Me sirvo un gin–tonic bien cargado y casi me lo he bebido de un trago antes de entrar en mi antigua habitación. Me siento en la cama y miro alrededor. Está casi vacía, mis pocas pertenencias se encuentran en casa de Alejandro. Tengo que buscar la manera de traerlas sin tener que verle la cara. Le diré a Roberto y a Sara que se ocupen de ello.

Tiro el bolso sobre la cama y el móvil sale despedido. Lo he apagado justo después de montarme en el taxi, no paraba de sonar y me tenía verdaderamente irritada. ¿De verdad cree que voy a hablar con él? Me tiro de espaldas en la cama y cierro los ojos. Todo ha ido demasiado deprisa. Me monté en una noria por inercia hace tres semanas y se ha quedado parada conmigo dentro de un cubículo de un metro cuadrado a treinta metros de altura. Tengo que bajar y salir de él lo antes posible y volver a mi antigua vida. Es un primer paso. Me alejaré de Alejandro, buscaré un nuevo trabajo y no tendré nada que ver ni con él ni con Álvaro, otro gran problema que me causa dolor de cabeza y que, además de todo, es su hermano.

Me levanto decidida y vuelvo a la cocina, relleno mi copa y me dirijo al salón. Dejo caer mi cuerpo sobre el mullido sofá y enciendo la tele, pero una idea cobra vida en mi acelerada mente. Enciendo el ordenador de Sara que está sobre la mesa y busco el nombre de Marina de la Rosa en Google . Como sospechaba, es hija de un rico empresario de Barcelona. Tiene treinta y dos años aunque aparenta muchos menos a pesar de su forma de vestir, ridículamente elegante. Escribo el nombre de Alejandro Fernández al lado del suyo y pulso intro . Un segundo después tengo varias entradas con fotos de los dos sonriendo en lo que parecen cócteles y fiestas. Una de ellas llama mi atención. Marina enseña un anillo a las cámaras con la mano levantada mientras Alejandro la besa en la mejilla. Leo el pie de foto y casi me hace vomitar: "Marina de la Rosa luce orgullosa su anillo. La inminente boda será todo un acontecimiento".

«Vaya, a ella sí le ha dado un anillo». Me martirizo. Nada de esto tiene sentido. ¿Por qué quiere que me case con él si está prometido con otra? De un trago termino con la segunda copa. Cierro el ordenador, ya he tenido suficiente. Con esto tengo para martirizarme durante un mes o dos.

«Cuenta mejor en años».

Arrgg.

Me pongo otra copa y el alcohol que ya corre por mis venas comienza a surtir efecto. Las extremidades se relajan y un hormigueo recorre mi nuca. La valentía propia del estado de embriaguez, esa que te empuja a hacer tonterías sin medir las consecuencias, me está dando toquecitos en la espalda para que encienda el móvil. Voy a la habitación, lo cojo de encima de la cama e introduzco el pin. Me siento esta vez en el suelo con la espalda apoyada sobre el sofá y el aparatito del diablo empieza a vibrar en mi mano. Lo miro. Quince llamadas perdidas y algunos mensajes menos de WhatsApp .

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