Gimo, gime.
Jadeo, jadea.
Grito, grita.
Gemimos, jadeamos, gritamos de puro placer.
Levanto las caderas en busca de fricción, pero las manos atadas en mi cabeza no disponen de margen para el movimiento. Gruño reclamando más contacto. Mi piel, roja de excitación, clama a voces una caricia. Mi dios griego del sexo se separa de mí y la desesperación se vuelve incontrolable. Con facilidad da la vuelta a mi cuerpo y me planta bocabajo. Abre su mano bajo mi vientre y me insta a incorporarme dejándome con el trasero levantado y las manos y las rodillas sobre el colchón. Me masajea con ambas manos, gruñe y me da un fuerte azote. Grito. La quemazón penetra hasta llegar donde el dolor se vuelve placer. Vuelve a masajearme dando calor a mi colorada piel y repite el azote, esta vez más fuerte. Fricciona la cacha que está castigando y dirige la caricia hasta la parte más oscura de mis nalgas. Me tenso al instante. No estoy segura de lo que puede ocurrir a continuación. Baja la mano hasta mi vagina, húmeda y palpitante, mete un dedo con facilidad hasta el fondo y me masturba con él. Jadeo intensamente. Tras breves minutos, lo saca y lo dirige en dirección ascendente hasta esa zona prohibida que nunca nadie ha visitado antes. Se detiene y hace círculos en la zona más sensible.
—Alex…
—Te quiero toda —introduce la punta del dedo índice poco a poco—. Relájate, no voy a hacerte daño, te gustará, confía en mí —mi cuerpo entero tiembla ante la expectativa. Introduce el dedo hasta la mitad y comienza a dar vueltas dentro. La sensación me gusta, ardo de placer de pies a cabeza. De repente, me encuentro moviéndome hacia él buscando más presión. Se arquea sobre mi espalda besándola desde la cintura hasta el cuello y susurra en mi oído.
—Lo deseo. Y tú deseas complacerme. Y el placer que te daré será explosivo y devastador. Suplicarás que lo repita pronto.
Gimo. Mi respiración desbocada y entrecortada me impide hablar. Quiero que lo haga. Soy toda suya. Puede hacer con mi cuerpo lo que desee. Asiento con la cabeza. Saca el dedo y vuelve a masajearme con deleite. Me pellizca las cachas y gruñe jadeante. Siento la punta de su polla en la entrada de mi agujero. Introduce un par de centímetros y para. Su fiero jadeo es música para mis oídos.
—Toda, Dani, eres mía —su voz ronca, sensual, salvaje y dominante consigue que me rinda a él todavía más. Introduce otro par de centímetros y jadea desesperado. Se está conteniendo para no dañarme. Le gustaría empalarme con rudeza, pero se pegaría un tiro antes de plantearse la posibilidad de hacerme daño. Entierra hasta la mitad y siento el músculo interno abrirse para acoplarse a su grosor. Un fuerte ardor crece dentro.
—Arrgg —gruño.
—Tranquila, el dolor desaparecerá rápido —para y tras breves segundos la quemazón cesa y un inconfesable placer supura por cada poro de mi piel. Me muevo hacia tras pidiéndole que penetre más. Alejandro lo hace hasta introducirse por completo. Jadea y lo acompaño. Me da un azote en la cacha derecha y un estallido delicioso me hace estremecer. Un millar de sensaciones recorre a gran velocidad mi cuerpo. Alex comienza a moverse grácilmente, sin prisa, pero sin pausa. Entra y sale. Entra y sale. Jadeo y me acompaña. Sigue con su baile, empalándome, haciéndome suya por completo, ansiando más. Entra y sale. Entra y sale. Pega su pecho a mi espalda y masajea con un dedo mi clítoris con parsimonia.
—Alex… —suplico. Gruñe—, no puedo más.
—¿Quieres correrte? —no contesto, sabe que sí—. No hasta que te lo diga.
Sigue concentrado en sus penetraciones sin olvidarse de mi hinchado clítoris. Me tenso. Aprieto los ojos con fuerza y estiro la mandíbula rechinando los dientes.
—Córrete, preciosa. Córrete para mí —la orden da el pistoletazo de salida a mi rendición. Mi cuerpo explota en un mar de sensaciones. Los poros se abren mientras que mi vagina se contrae espasmódicamente. Alrededor todo da vueltas, el oxígeno se acumula en el cerebro descomponiendo las moléculas de mi organismo. Mi lánguido y extenuado cuerpo consigue quedarse en la misma posición porque los fuertes brazos de mi dios lo sostienen. Siento cómo se derrama dentro de mí, lubricando esa zona virgen hasta ahora. Calienta cada rincón y lo hace suyo para siempre. Definitivamente sí. Quiero tropezar de nuevo en esta piedra y pronto.
Mi cuerpo desmembrado, extenuado, cae sobre el colchón y el de Alejandro se desploma sobre él aplastándolo por completo. Nuestros jadeos y gemidos aún resuenan en la habitación. Su respiración acelerada me agita. Aún sigue dentro de mí. Apoya la mano izquierda junto a mi cabeza y se impulsa hacia arriba separando su pecho de mi espalda. Con la derecha coge su miembro y lo saca centímetro a centímetro hasta extraerlo completamente. Siento un leve escozor. Se tumba a mi lado dando un ronco gruñido. Rodea mi cintura con sus brazos y me atrae hacia sí. Besa mi hombro con devoción y mete la cabeza en el hueco de mi cuello.
—¿Te sientes bien? —susurra sensual, pero con un cierto tono de preocupación en su voz. No pregunta por cortesía, realmente necesita saber que me encuentro cómoda con lo que acaba de pasar.
Giro mi cuerpo y lo acoplo al suyo. Lo miro y sonrío controlando mi todavía agitada respiración. Lo beso despacio. Unimos nuestros labios húmedos y calientes.
—Podemos repetirlo cuando quieras —me aparto lo suficiente para verle la cara. Una inmensa sonrisa cubre su rostro. Me quedo dormida con los labios de Alejandro regando mi piel.
32
DESPUÉS HABLAMOS
Unos calientes labios besan mi hombro izquierdo. Susurra a mi oído que me despierte. Abro los ojos y los rayos de sol atraviesan completamente el ventanal de mi habitación. Parpadeo varias veces para ayudar a mis pupilas a que se amolden a la luz. Veo a Alejandro completamente vestido con un traje de tres piezas azul oscuro, una blusa blanca y corbata gris perla. Se me corta la respiración. Está impresionante.
—¿Qué hora es? —me siento sobre la cama y cojo el café que me ofrece.
—Las ocho y media.
—¿Qué haces aquí a estas horas todavía? —debería estar trabajando, no es normal en él que no esté ya dirigiendo el mundo. Me pongo de pie y dejo la taza sobre la mesita de noche.
—Tenemos que hablar. Tengo una reunión muy importante dentro de media hora. Después de eso, te lo contaré todo —se acerca a mí y me abraza—. Por favor, prométeme que intentarás entenderme —la voz le tiembla por momentos, prueba de que en estos momentos no es el hombre decidido, fuerte, dominante y seguro que suele ser.
—Me estás asustando —lo miro a los ojos.
—No tienes por qué —roza mis labios con los suyos de lado a lado—. No lo suportaré —dice para sí.
—¿Qué ocurre? —poso el dorso de mis manos sobre sus mejillas.
—Sólo quería despedirme de ti —sus palabras me hieren.
—No me voy a ningún sitio —cierra los ojos azules y los abre convertidos en gris perla. Algo le lacera el corazón. Me besa con devoción.
—Esta noche hablamos, te lo prometo. No más secretos.
Esta última frase me recuerda dos cosas. Una, que he quedado para salir con Sara, y dos, que yo también guardo un secreto que me gustaría compartir con él.
—Yo también tengo que contarte algo, pero esta noche no puedo. Le prometí a Sara que saldría con ella —Alejandro tensa la mandíbula y me acerca más a él.
—Está bien. Carlos os recogerá, os llevará a cenar donde le indiquéis. Después al club y, te esperará para llevarte a casa. No importa la hora a la que llegues, te estaré esperando.
—Te lo agradezco, pero no hace falta que nos contrates una niñera, sabemos cuidarnos solas —tuerzo la boca exasperada.
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