—Déjame salir —intento parecer categórica.
—No. Hasta que me prometas que no dimitirás.
—No puedo prometerte eso —descruza los brazos, camina un paso hacia mí y me asusto lo suficiente como para que lo haya notado.
—Tranquila, no voy a tocarte… si no quieres—. Me relajo sólo un poco. Después de todo, su palabra no vale demasiado para mí.
—Quédate. Prometo no acercarme a ti. No te tocaré, no lucharé por volver a tener lo que un día tuvimos.
Su última frase me aflige. No sé por qué, pero ha tenido eco en mí. No quiero que luche por lo que un día tuvimos, pero me ha recordado lo que significamos hace tiempo el uno para el otro y me entristece pensar lo que pudo ser y lo que no será jamás. Levanta el brazo derecho para tocarme con la mano, pero se da cuenta de lo que acaba de hacer y vuelve a bajarlo.
—No lo dejes todo. Mereces recoger lo que has sembrado. Ya decidirás qué hacer cuando esta exposición se disuelva.
Lleva razón, pero arriesgo demasiado. No sólo me preocupa mi relación con Alejandro. También mi salud mental. Me costó años recuperarme del Huracán Álvaro. No quiero volver a aquello. Ahora soy más fuerte. He aprendido a sobrevivir, pero el temor a que todo se vuelva a repetir es demasiado fuerte.
—Necesito pensarlo —cierro los ojos y suspiro.
—Como quieras —se resigna.
Sobre la mesa dejo la carpeta que aún tenía abrazada a mi cuerpo, y que me ha servido como improvisado e imaginario escudo ante Álvaro, y camino hacia la puerta. Paso por su lado y una pregunta me frena en seco.
—¿Le quieres? —nuestros cuerpos están situados uno al lado del otro, mirando en distintas direcciones. Nuestros brazos se rozan sin llegar a tocarse. No nos miramos.
—Sí —no titubeo, es lo que siento.
—¿Como me quisiste a mí? —no contesto.
No sabría responder a esa pregunta. El amor es complicado y confuso. No se trata de a quién se quiere más sino cómo se quiere. De todas formas, no merece que le conteste. Me abandonó a mi suerte. Y ni siquiera se preocupó por mi estado cuando sufrí el aborto espontáneo. No me quiso y no le debo nada. Ni siquiera la respuesta a esa pregunta. Suspiro.
—Eres muy injusto —digo mirando al suelo.
—Lo sé, pero dime la forma de olvidarlo todo, de apartarme de ti ahora que te he encontrado, y lo haré.
—No puedo. Yo jamás logré olvidarte, pero no significa que no lo tenga superado. Te he recordado cada día durante todos estos años —suspiro—, pero aprendí a vivir con ello y conseguí que no me hiciera daño.
—Me destroza verte con él —confiesa. El dolor se refleja en su voz.
—Podrás soportarlo. Haz lo mismo que la última vez. Vete sin mirar atrás.
Salgo de la oficina a la calle y tomo una gran bocanada de aire fresco impregnado de humedad. Me asalta un único pensamiento. Hablar con Alejandro y contarle lo antes posible qué representó Álvaro en mi vida. No quiero mentiras entre nosotros. Prefiero la verdad mil veces aunque sea cruel y conlleve problemas. Y estoy segura que los conllevará. Alejandro es un hombre difícil, además de posesivo, dominante, celoso, terco y desconfiado. No estoy segura de cómo se tomará que su hermano y yo estuviésemos enamorados durante cuatro años, que me dejara embarazada y se largara, y de que haya esperado tanto para contárselo. No entenderá por qué no lo hice en cuanto lo vi el primer día. Que fue… anteayer. Parece que hace mucho más tiempo.
Entro en casa de Alejandro. Claudia está en la cocina empezando a preparar la cena. Sólo son las seis y media, pero lo deja todo dispuesto cada día antes de irse a las ocho.
—Buenos tardes, señorita Sánchez. ¿Desea comer algo?
—Buenas tardes, Claudia. No, gracias. ¿Está Alejandro? —digo camino de su despacho.
—El señor todavía no ha llegado —grita un poco para que pueda escucharla. Paro y giro sobre mis cansados pies. Entro en la cocina.
—¿No ha llamado? —miro el móvil y compruebo que no tengo llamadas ni mensajes de mi dios. No me extraño demasiado. Aún es temprano para una persona tan ocupada como él.
—No, lo siento.
Me quito la ropa y decido darme un baño relajante con espuma. La inmensa bañera de mármol estilo bathtub me llama a gritos. Tras mi tranquilo y largo baño de espuma y aceites de varias esencias diferentes me visto con unos pantalones de algodón corto blancos y una camiseta de Alejandro de mangas largas gris que me llega hasta las rodillas, y vuelvo a la cocina. Claudia está terminando de hacer la cena y recogiendo todo los enseres que ha utilizado.
—¿Desea cenar?
—No, gracias. Esperaré a Alex.
Me despido de ella hasta mañana y decido tumbarme sobre el sofá del salón y leer la novela que me tiene entusiasmada mientras mi ocupado novio decide si es buena hora o no para aparecer por casa y estar junto a mí.
Despierto y todo está oscuro y en silencio. Me incorporo y me siento al borde del sofá. Miro el reloj y compruebo que son más de las once y media. Instintivamente levanto la cabeza en dirección al despacho, pero no veo luz tras la puerta. De todas formas decido cerciorarme, me incorporo y camino descalza hasta allí. Empujo la puerta entornada y la oscuridad y sobriedad del lugar me rodean. Me siento en el gran sillón de cuero marrón chocolate. Agarro el borde de la mesa con las manos e impulso la silla junto con mi cuerpo hacia delante.
Miro alrededor. Todo habla de él. La mesa robusta, el cómodo e inmenso sillón, la elegancia de la estancia, la sensatez y la madurez de la decoración. También es una declaración de intenciones, como el cuadro de Álvaro, pero esta vez concuerda a la perfección con lo que conozco de él. No hay mentiras ni verdades a medias. Lo que ves es lo que hay.
«Sólo falta información».
Mi yo más cruel me recuerda que tengo que hablar con él y lo enfadada que estoy por ello.
Apoyo la espalda en el respaldo del sofá y respiro. Huele a él. Su olor me reconforta y me relaja tanto que, sin darme cuenta, me quedo dormida.
—Estás aquí —escucho una voz suspirar cerca de donde me encuentro. Sus brazos rodean mi delgado cuerpo, tiran de él y lo apoyan sobre su regazo. Abro un poco los ojos y veo su cara de preocupación.
—¿Ocurre algo? —susurro. Acaricio su mejilla con el dorso de mis dedos.
—No te encontraba —le cuesta decirlo. Me deja sobre la cama y comienza a desnudarme.
Agarra mis tobillos con ambas manos y sube lentamente acariciando mi pierna. Cuando llega arriba, agarra mis pantaloncitos, tira de ellos hacia abajo. Vuelve a subir besando cada centímetro de mi piel y su calor penetra en mí. Puedo notar como el vello se va erizando por las zonas que sus labios tocan.
—Eres preciosa —me relaja a la vez que me excita.
«Prometiste no dejar que te tocara hasta conseguir que se abra a ti».
No recuerdo haber dicho eso.
«Yo creo que sí».
No tengo fuerzas ni ganas para hacer caso a mi estúpido inconsciente que pretende que lo aparte y lo obligue a dejar de hacer eso que está haciendo que se le da tan bien y que tanto me gusta. Pero todavía me apetece menos enfrentarme mañana por la mañana a mí misma y llamarme imbécil redomada por no controlar mi cuerpo y mi libido, y por no ser fuerte y de convicciones firmes. Alejandro me distrae, pero tengo que aprender a controlar lo que me provoca.
Me quita la camiseta y, justo antes de que consiga bajarme las bragas, me incorporo, me pongo de pie junto a la cama y cruzo los brazos intentando tapar mis pechos. No sabría descifrar la expresión de su cara.
—Tenemos que hablar —digo decidida. Al menos, he intentado sonar diligente.
—¿Ahora? —un esbozo de una confusa pero divertida sonrisa se asoma a su cara.
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