—Salió muy rápido del despacho, señor Llorens.
«No tienes filtro, Dani».
Joder. Al instante me arrepiento de lo que he dicho.
—¿Me ha echado de menos, señorita Sánchez? —dice clavando su mirada en la mía.
La retiro y observo cómo Sara vuelve a llenar mi copa con una sonrisa alumbrando su cara. Definitivamente quiere emborracharme. Pocos segundos después, cuando no ha pasado el suficiente tiempo para que el silencio se vuelva incómodo, siento unas fuertes manos agarrarme por la cintura y levantarme. Me rodea con sus brazos y me gira. Es curioso, pero, con sólo sentir su calor, mi cuerpo se relaja y, aunque sigo enfadada con él por tomar decisiones sin contar conmigo y colgarme como lo hizo, no puedo evitar sentirme irremediablemente atraída por su magnetismo. Agarra mi cara con ambas manos y me besa como si no estuviésemos rodeados de gente. Mi cuerpo tiembla y se rinde a él. Es todo lo que necesito.
—Hola preciosa. No esperaba encontrarte aquí —vuelve a unir nuestros labios y suelto un leve gemido que espero que sólo haya escuchado él. Se retira un poco y sonríe complacido.
—Me quedaría contigo, pero es una comida de negocios —no me suelta.
—Y llegamos tarde —avisa Álvaro intentando sonreír sin conseguirlo, con la mirada fija justo donde la mano de Alejandro agarra mi cadera.
Suena el teléfono de mi dios, mira la pantalla, se disculpa, se despide con un beso, demasiado largo, lleno a rebosar de promesas que no puede cumplir aquí y ahora, y se aleja de nosotros llevándose el móvil a la oreja. Álvaro me mira y se me acerca mucho más de lo aconsejable.
—Espero los documentos esta tarde sobre mi mesa. Nos vemos luego —esto último es un leve susurro muy cerca de mi oído. O así lo he sentido yo.
—Encantado de conocerla —mira y sonríe a Sara.
Paso de él nerviosa y me centro en mi amiga. El agobio y el enfado se acrecientan cuando veo a Sara a punto de partirse de la risa. Me siento y apoyo derrotada la cabeza entre mis dos manos. Quiero morirme y resucitar tumbada en una hamaca en las Islas Phi Phi.
—Yo haría un trío con los dos —la atravieso con la mirada y se calla.
—¡Te estás divirtiendo! —chillo. No me lo puedo creer.
—Perdona. Los nervios —intenta justificarse. Sigue riéndose sin poder parar. Coge la copa y se la lleva a los labios intentando controlarse.
—Alejandro quiere que me case con él —vuelve a escupir la bebida sobre mi ropa—. Joder, eres imbécil —me limpio de nuevo.
—¡La culpa es tuya! —puede que lleve razón.
—Eres una zorra.
—Lo sé —sonríe y bebe—, pero me quieres.
Sonrío resignada.
Por supuesto que la quiero. Y estoy deseando salir el viernes con ella y olvidarme de todo, aunque sólo sea durante unas horas. Tendré que enfrentarme a Don Dominante y Autoritario, pero no podrá hacerme cambiar de idea. Tiene que entender que poseía una vida antes de conocerlo. No puedo abandonar a mis amigos por él sin mirar atrás. No lo haré.
Terminamos de comer mientras intenta tranquilizarme y hacerme creer que encontraremos una solución y todo saldrá bien. Yo me resigno y me convenzo a mí misma de que tal vez tenga razón. No tiene porqué salir mal. Puede haber una solución aunque ahora no la vea.
«Claro que la hay, pero no es buena para ti».
28
QUÉDATE
Hablar con Sara me sienta bien. He dejado de querer morirme y resucitar en las Islas Phi Phi. La idea de estar allí en estos momentos tumbada en una hamaca sigue rondando mi cabeza, pero ahora tengo más ganas de enfrentarme a lo que viene. Ya visitaré Tailandia en vacaciones, una vez mi vida abandone este desastroso caos.
Hace frío. El mes de noviembre ha entrado con fuerza y definitivamente la temperatura ha bajado bastante. Salimos del restaurante y nos despedimos con un abrazo. No he vuelto a ver a Alejandro ni a Álvaro. Deben de estar en los reservados ubicados en la planta de arriba. Sólo aptos para bolsillos adinerados. Nada que ver con los nuestros, donde sólo hay céntimos, algún chicle y… (meto la mano y encuentro algo) vaya, un pendiente que perdí hace unos meses.
Intento terminar pronto el trabajo. Álvaro me ha pedido que le deje toda la documentación sobre la mesa esta tarde. Lo tengo casi todo preparado, sólo me falta ultimar algunos detalles y me iré. Miro el reloj y compruebo que son las cinco de la tarde. La comida de negocios ha debido alargarse. Con suerte, salgo de aquí sin tener que encontrármelo. Me animo diciéndome que ya me toca tener un poco de suerte.
Apago el ordenador, me pongo la chaqueta, cuelgo el bolso sobre mi hombro derecho, adecento mi mesa y cojo la última carpeta. Antes de cerrar la puerta, apago las luces y compruebo que todo está en su sitio. Me gusta dejarlo todo ordenado y recogido.
Entro en el nuevo despacho de Álvaro, antes lo utilizábamos de improvisado almacén, y me doy cuenta de lo cambiado que lo han dejado en tan poco tiempo. En horas. Han hecho un gran trabajo. No es presuntuoso ni nada por el estilo, más bien parece el despacho de un artista. Un gran cuadro de Tom Wesselmann cuelga de la pared tras su mesa. Es Smoker#9 . A Álvaro siempre le ha fascinado el Pop Art, movimiento artístico que estudiamos en la universidad y sobre el que hablamos durante tardes enteras tumbados sobre la cama. Con él encima o debajo de mí. Álvaro quería adornar las paredes de casa con obras de Andy Warhol, "para realzar el valor de la cotidianeidad de la vida y ensalzar los momentos diarios, los importantes de verdad".
Le encantaba este movimiento por todo lo que lo rodeaba. Artistas que luchaban contra la desigualdad, queriendo que el arte llegara a todos los sectores de la sociedad. Con imágenes sencillas y objetos cotidianos intentando reflejar la realidad del momento. Fácil de comprender y asimilar, las pinturas luchaban contra la corriente artística de aquel momento, el Expresionismo Abstracto, identificado con la parte elitista de la sociedad con la que no se sentía identificado.
Me doy cuenta de que no conozco a Álvaro. Me lo imaginaba viviendo en París, Londres o Nueva York, en un apartamento de un barrio de artistas adinerados como el SoHo o TriBeCa. Vendiendo su obra sin especular con ella. Haciéndola llegar al más desfavorecido. Siempre he sabido que su familia tenía dinero, pero él, desde que recuerdo, ha sido un hippy rebelde que luchaba contra el sistema. Ahora ya no es así. Ha cambiado la lucha contra la homogeneidad del sistema y el consumismo por la frialdad de la mejor venta o el más prometedor negocio. Se ha convertido en un empresario tópico al que sólo le importan las ganancias que obtenga. Por eso no entiendo por qué ha colgado ese cuadro ahí. Esa obra es una declaración de intenciones que, por supuesto, desentona con su identidad actual.
El arte, además de belleza, entraña sentimiento, pasión, una forma de ver la vida, una manera de expresar los pensamientos. Una forma de ser. No cuelgas un cuadro en la pared porque quede bien con el sofá o con el mueble del salón. Lo eliges porque te sientes identificado, porque dice algo de ti, por lo que te hace sentir. No entiendo por qué se ha decidido por esta obra en concreto.
Admiro el Wesselmann con los ojos muy abiertos. La conozco de sobra, pero me impresiona verla tan de cerca, tan sensual y provocadora. Unos labios rojos de mujer sobre un fondo blanco, y sobre el lado derecho del labio inferior cae un cigarrillo humeante. Simple y rebelde. No puedo dejar de admirarlo. Me tiene completamente atrapada. ¿Será el original?
—Es auténtico —escucho a mi espalda.
Parece que supiera lo que estaba pensando. Es él. El joven rebelde y desgarbado que desapareció y volvió a mi vida cinco años después convertido en gran empresario atractivo y demoledor para ponerlo todo patas arriba. Giro sobre mis tacones y mis ojos se encuentran con los de Álvaro. Está apoyado sobre el quicio de la puerta. Con los brazos y las piernas cruzadas. Relajado. Me pregunto cuánto tiempo lleva ahí. Desconecto nuestras miradas e intento escapar, pero su cuerpo cubre todo el espacio interponiéndose en mi camino.
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