Estoy bastante asustada. Un cúmulo de sentimientos me aprisionan el pecho. Esto es exactamente de lo que llevo tanto tiempo huyendo. Esto es, justamente, lo que no quería que volviera a pasar. Esto es lo que tanto miedo me da. De momento no puedo respirar. Noto cómo mi boca se seca y una piedra de varias toneladas aplasta mi pecho. Me siento en el borde de la cama y agacho la cabeza entre las piernas. No mejora. Hacía mucho tiempo que no tenía un ataque de pánico de estas dimensiones. Me miro las manos y están temblando. Las abro y cierro un par de veces. Respiro lentamente como me enseñaron en la terapia e intento relajarme, pero no sirve de nada. No puedo controlarlo, es demasiado intenso.
Necesito agua.
Me levanto y cruzo el pasillo. Tal vez me ayude salir del dormitorio. Llego a la cocina arrastrando los pies, abro el grifo, lleno un vaso hasta la mitad, bebo a sorbos y consigo apaciguar los nervios. Después de unos minutos, escucho unas voces amortiguadas a lo lejos y soy consciente de que no he visto aún a Alejandro. Mi estado de ansiedad no me ha dejado preocuparme de otra cosa, pero ahora que me encuentro mucho mejor, decido ir en su busca. No puedo alejarme de él, tal vez necesite su cercanía.
«¡En el lío que te estás metiendo!».
Lo sé.
12
¿CUÁNDO HA OCURRIDO TODO ESTO?
Alejandro está en lo que debe ser su despacho. Lo escucho hablar con alguien. Puede que esté acompañado, pero no. Me acerco a la puerta un poco más y compruebo que está hablando con el manos libres mientras toquetea el teclado del ordenador y observa la pantalla sin perder detalle. Como soy una cotilla redomada, suma y sigue al listado de mis virtudes, me quedo escuchando agazapada tras la puerta.
—Lo sé. Sé exactamente qué tengo que hacer —dice Alex.
—Pues no parece que lo sepas —le contesta el altavoz.
—Lo tengo controlado.
—Escucha, se nos está terminando el tiempo. Dijiste que lo tendrías cogido por los huevos en una semana. Han pasado tres. Tenemos que firmar la compra antes del viernes. La Junta me está presionando.
Mi dios del sexo deja el ordenador, agacha la cabeza, suspira y se masajea la sien. Parece preocupado..., casi derrotado.
—Alejandro. Esto es importante. No puedes echar a perder esta oportunidad de negocio por una noche... —dice el altavoz.
—¡No sigas! —corta mi hombre.
¿He dicho mi hombre?
—Hay muchos millones en juego. Esto no sólo va de ti. Somos muchos los implicados.
—Te he dicho que lo sé. Está... controlado —repite.
—Te llamo el lunes —sigue y cuelga.
Se queda mirando fijamente al ordenador y gruñe. Con las manos en la cabeza, se toca el pelo de manera frenética y espasmódica. No entiendo por qué está tan preocupado, pero siento unas irremediables ganas de consolarlo. Así que llamo a la puerta y la empujo con cuidado, lo justo para que nuestras miradas se encuentren. Conectamos al instante. En un primer momento me observa como si le doliera, pero al instante siguiente sonríe, se recuesta sobre su silla y me hace un gesto para que me acerque. Lo hago. Me sienta sobre su regazo y me abraza. Yo me dejo. El ataque de nervios en el que me encontraba me ha impedido darme cuenta de que estoy casi desnuda. Sólo llevo una camiseta enorme que me puso él hace un par de horas. No llevo ropa interior y se me ven fácilmente los pechos. A él no parece importarle. Entierra su cara en mi cuello e inhala fuertemente. Justo lo que yo he hecho nada más despertarme. Aspirar su olor. Introduce una de sus manos bajo la camiseta y me acaricia la espalda.
—Estás temblando.
—Estoy bien... Ahora que estoy contigo.
Saca la cabeza de mi cuello y entrelazamos las miradas. Acerca su boca a la mía y me besa lentamente. Me separo un poco.
—Puedo irme si tienes trabajo —insinúo.
Y reanuda su beso. Sus besos. Mis besos. Nos devoramos pausadamente, sin prisas durante... Pierdo la noción del tiempo. Esta vez no llegamos a más. Queremos saciarnos el uno del otro de una manera inocente. Precavida. Ahora mismo, es lo que necesitamos. Sentirnos, percibir como nuestra piel se eriza al tocarnos, apreciar cómo nuestras pupilas se dilatan de deseo por el otro, valorar nuestras emociones. Dios, esto es una locura. ¿Cómo he dejado que pasara? Me va a destrozar. Alejandro no es de los que se enamoran. Cuando ya no quiera nada más de mí, me apartará y me alejará de su lado. Pero yo seguiré sintiendo esta necesidad de sus besos, de sus caricias, de su deseo, de su mirada, de su posesión, de su fuerza, de su ímpetu..., de... él.
No sé cuándo ha ocurrido. Ni me lo voy a plantear. Sólo necesitas ocho coma dos segundos para enamorarte perdidamente de alguien y yo, desde luego, no he necesitado más.
«Estás completamente jodida».
Intento contener el llanto, pero me es imposible. Unas irrefrenables ganas de llorar se han apoderado de mí y las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas. Alex se da cuenta, pero no dice nada, sigue abrazándome, absorbe con sus delicados besos mis sollozos y deja que me desahogue durante varios minutos.
—Ssshhh —trata de calmarme. Cuando consigo tranquilizarme un poco, me coge en brazos y me lleva a la cama.
—Vamos, necesitas descansar.
Entramos en la habitación, me deja en el suelo y me quita la camiseta instándome a que alce los brazos. La saca por mi cabeza. Me deja completamente desnuda. A continuación él hace lo mismo. Aprovecho para admirar su perfecto cuerpo cincelado. Me posa sobre las sábanas y se tumba detrás de mí abrazándome desde la espalda. Me quedo dormida mientras él me besa la nuca y los hombros. Es la sensación más agradable y deliciosa que he sentido nunca. En tan sólo una semana he pasado de querer alejarme de él, porque todas las señales eran de advertencia, a necesitarlo para poder dormir y sentirme a salvo.
Esto no puede ser bueno.
Esto no debe seguir así.
Esto no puede terminar bien.
—¿A dónde vamos? —pregunto, él se gira y me sonríe.
—Es una sorpresa —alarga su brazo y posa su mano sobre mi muslo. Presiona un poco y en milésimas de segundos mi cuerpo se activa y vuelve a vibrar por él.
Vamos en su BMW serie 7 y me siento relajada. Hemos pasado el día juntos y todo ha sido natural y comedido, bueno, nada es comedido a su lado, él es todo pasión y desenfreno, pero creo que ha estado conteniéndose, no sé si porque no quiere asustarme –ya es tarde para eso–, o porque él también necesitaba un poco de tiempo.
Por la tarde me ha acompañado a casa y ha esperado dando vueltas por el salón como un mono enjaulado mientras yo me duchaba y arreglaba. Cuando he salido preparada y me ha visto, he observado cómo se le dilataban las pupilas y cómo de su garganta ha salido un casi imperceptible gruñido. Me ha agarrado de la mano, ha tirado de mí fuera de la casa mientras susurraba para sus adentros que no íbamos a salir de allí si lo pensaba demasiado. En el ascensor he podido ver cómo se recolocaba su dominante intimidad. Ha sido gracioso. Puede ser un dios dominante y, al mismo tiempo, dulce y humano.
Son las nueve de la tarde de un sábado de finales del mes de octubre. Aún hace calor, aunque por la noche refresca bastante. He optado por un vestido gris oscuro cortado bajo el pecho y agarrado al cuello, largo y de falda de vuelo. Unas sandalias negras de plataforma Variana de ALDO y a conjunto con el bolso con tachuelas, una chaqueta de cuero. Él va impecable con unos pantalones chinos gris oscuro, zapatillas Globe Motley grises, camiseta blanca y una chaqueta larga de paño negra muy casual. Está para comérselo. Cuando lo vi salir del dormitorio, a mí también se me dilataron las pupilas y se me volvieron a mojar las bragas, si las hubiese llevado puestas.
Читать дальше