Para frente a su edificio. Pulsa un botón sobre el panel del coche y el garaje se abre. Bajamos dos plantas y aparca en una plaza muy amplia. Junto al serie 6. Y al lado de tres motos preciosas. No entiendo mucho de dos ruedas, pero sé leer y soy observadora. Una es una Ducati Monster 1200 R roja y las otras dos marca BMW negras y blancas.
No espero a que me abra la puerta, aunque por un momento he pensado que debería. Me da la impresión que es de ese tipo de hombres. Nada más salir, me vuelve a coger de la mano. Ahora que me ha dado tiempo de tranquilizarme, soy más consciente de la fuerza que ejerce sobre ella.
Entramos en su maravillosa casa. Me encanta, es impresionante. La última vez que estuve aquí, ayer, no me dio tiempo a admirarla como se merece. Es enorme. Concepto abierto. Tiene seis habitaciones aunque yo sólo conozco una y la cocina (y el suelo de la cocina). Colores sobrios. El suelo de madera oscura. Paredes beis y cortinas del mismo color. Dos inmensos sofás de cuero marrón en el centro del salón. La estancia es más grande que mi casa. La cocina al lado semi-abierta, con una gran barra por un lado y una puerta con arco en otro.
—¿Qué quieres beber? —después especifica— ¿Agua? —su manera de levantar las cejas al preguntarlo me indica que no se me ocurra pedir otra cosa que no sea eso. Debe creer que ya he bebido suficiente por esta noche.
—Sí, gracias.
Camina hacia la cocina y lo sigo. Abre el frigorífico y saca dos botellas de agua muy frías. Me ofrece una y la cojo. Está helada.
—Bebe —bebo. Lo necesito y él lo sabe.
Alejandro imita mi gesto sin dejar de mirarme por encima de la botella. Me siento sobre un banco alto.
—Tenemos que hablar —me clava la mirada.
Vuelve a insistir. Es cierto que antes no ha terminado de decirme lo que quería. Ni siquiera lo dejé empezar. Me gusta interrumpir las conversaciones que no me interesan. Otra de mis virtudes. Tengo muchas. De esta hasta me enorgullezco. Me llevó mucho tiempo perfeccionarla. Pero no puedo eludir esta charla otra vez y, además, a mí también me interesa aclarar de qué va esto.
—Lo siento.
No salgo de mi asombro repentino. Se está disculpando por algo. Me intriga saber de qué. No digo nada. Lo dejo que siga.
—Sé que puedo ser un poco... desconsiderado. Soy posesivo. Lo soy con todo lo mío.
Yo diría más bien dominante, descortés, autoritario, irascible, serio... Tiene lógica que controle lo que es suyo, pero yo no lo soy. ¡Nos conocemos de hace sólo cinco minutos!
—No me gusta andarme con rodeos y contigo estoy dando demasiadas vueltas.
—Yo creo que has sido muy claro. Nos hemos acostado. Demasiadas veces. No es para tanto —le resto importancia y a él se le cambia el semblante.
—¿Te han parecido demasiadas? —su voz dura es remplazada por un sensual y salvaje gruñido. En un segundo el aire se enrarece, mi corazón se acelera y todo se vuelve un tono más íntimo. Se está acercando a mí lentamente. Rugiendo por dentro. Me roza.
—Creo que lo hemos hecho demasiado rápido... —me coge en brazos y me sube sobre la encimera—. Ahora te voy a volver a follar... —se pega a mí y se acomoda entre mis piernas—. Sólo una vez... —me acaricia la cara y el cuello con ambas manos—, pero va durar... —roza mis labios con los suyos moviéndolos de lado a lado—. Toda la noche.
Es una promesa. Y me besa. Primero despacio. Mordiéndome el labio inferior y después lamiéndolo lentamente. Hace lo mismo con el superior. Cuando termina, se abre paso con la lengua dentro de mi boca explorando todos sus recovecos. Yo estoy ya muy excitada y, antes de darme cuenta, tiene la mano derecha metida entre mis piernas. No le ha costado ningún tipo de trabajo acceder a mí porque no llevo ropa interior, el tanga que destrozó hace un rato sigue dentro de mi bolso. Justo la vez anterior que hizo conmigo y con mi cuerpo lo que le vino en ganas. Gimo.
—¿Lo ves?— saca el dedo de dentro de mí y me lo acerca a la boca. Quiere que vea lo rápido que me excito por él. Yo la abro y lo introduce en ella—. Siempre estás preparada para mí. Tu cuerpo me espera con ansia —lo saca—. Hoy lo vamos a hacer despacio. Te voy a dejar marcada para que no vuelvas a resistirte a mí.
Jadeo. Me coge en brazos y me lleva al dormitorio. Me deja de pie junto a la cama. Me mira, me observa y comienza a desnudarme. Esta vez todo ocurre muy despacio. Me quita la cremallera del vestido y este cae al suelo. Ahora mismo estoy casi completamente desnuda. Sólo llevo el sujetador y mis zapatos de tacón. Se aparta y me devora con la mirada. Vuelve a acercarse y me quita el sujetador. Él sigue completamente vestido. Me empuja hacia la cama y me deja caer despacio. Se olvida de mi boca y comienza a besarme los pechos.
—Son perfectos... —primero besa el derecho, lentamente, cuando lo tengo completamente enrojecido y sensibilizado, lo pellizca con la fuerza suficiente para que una corriente eléctrica recorra mi cuerpo. Tiemblo y jadeo.
—Siente cómo te toco... Cómo cada célula de tu piel reacciona a mis caricias... —sigue bajando y me besa el ombligo..., las caderas..., las rodillas... Vuelve a introducirme un dedo. Mi cuerpo vuelve a vibrar. Gimo.
—Lo notas..., estás hecha para disfrutar de todo lo que voy a darte... —mi mente ha viajado a otro planeta y no puede unir dos palabras coherentes.
—¿Lo sientes? —me introduce otro dedo. Esta vez un poco más brusco y chillo.
Sigue con el masaje en mi interior, entrando y saliendo. Entrando y saliendo. La otra mano abandona las suaves caricias que me estaba regalando sobre los muslos y sigue sobre mi clítoris masajeándolo con mucha parsimonia. Es tal el placer que siento que me parece estar experimentando el orgasmo más largo e intenso de mi vida. Necesito explotar ya. Necesito que me haga caer al abismo. No puedo esperar más.
—Alejandro..., por favor... —suplico.
—¿Qué quieres, Dani?
—Necesito..., necesito... correrme.
Sin parar de torturarme, pero ahora más despacio:
—¿Qué necesitas?
—A ti..., te... te necesito a ti.
—Que no se te olvide —y, sin dejar de hacer lo que está haciendo, me besa desenfrenado. Mi pecho, mi mente, mi estómago, mi alma..., toda yo explota en mil pedazos y todo se nubla a mi alrededor. Es tan fuerte la sacudida que llego a perder la noción del tiempo. Convulsiono y me estremezco.
Aún me encuentro recuperándome del orgasmo, retorciéndome bajo su cuerpo, cuando noto que se saca la verga y la introduce en mí de una estocada. Chillo. Él jadea fuerte, como si le doliera. Me llena por completo. Sale un poco y vuelve a introducirla. Vuelve a jadear de manera deliberada.
—Me estás volviendo loco.
He viajado a tantos planetas en las últimas dos horas que no sé muy bien en cuál de ellos me encuentro. Entra y sale. Entra y sale. Lo hace despacio. No tiene prisa. No me mintió cuando dijo que esto iba a durar... toda la noche.
Me despierto abotargada, pero sé muy bien dónde estoy. Exactamente en la cama de Alejandro. El cabrón enchaquetado que está negociando la compra de una empresa con mi hermano. ¡Fernando! Si me viera en estos momentos, se volvería loco. Su hermana, yo, alternando con un hombre "demasiado mayor" (por cierto, tengo que preguntarle cuántos años tiene), quedándose a dormir en su casa y... follando de esta manera tan... bestial. Esto último no se lo creería aunque se lo dijera. Piensa que aún soy virgen. En realidad sabe que no es así. Le quedó bastante claro cuando me ocurrió aquello, pero parece que le guste pensarlo. Soy su hermana pequeña. Supongo que es normal.
Me he dado cuenta de que Alejandro no está a mi lado. Ruedo un poco sobre la cama y su olor penetra en mis fosas nasales. Cierro los ojos e inspiro profundamente. Me turbo. Todo mi cuerpo reacciona y vuelvo a viajar, esta vez, al país de nunca jamás. Los abro y la luz tenue a través de las cortinas baña mi piel. Debe ser bastante temprano. El sol aún no brilla con toda su intensidad. No habremos dormido más de dos horas. Tal y como prometió, estuvo follándome toda la noche, aunque esta vez no fue exactamente... follar. Nos sentimos. Nos miramos. Conectamos de una manera muy íntima. Lo había sentido con él la primera vez que lo hicimos, pero esta vez ha sido diferente. Es como si nos hubiéramos dado cuenta de la existencia del otro y de la necesidad de tenerlo cerca. Al menos, en mi caso, ha sido así. No sólo ha sido... físico.
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