—Joan..., suéltanos y nos iremos a casa —intento negociar.
—Lo siento, no puedo. Tú te vienes conmigo —me ordena—. Y Sara se va a casa. Avisa a Sofía —me vuelve a mirar, pero no me muevo.
—A qué estás esperando —ladra.
Comienzo a andar en dirección contraria a donde nos dirigíamos y vuelvo sobre mis pasos. Estoy harta de que todo el mundo me dé órdenes. Nos despedimos de los chicos y Sofía me acompaña hasta donde nos espera nuestra amiga discutiendo con el gorila Joan. Hoy lo miro de diferente forma. No me está pareciendo tan simpático.
—Espera aquí —me espeta.
Y lo hago. No sé por qué, pero lo hago. Se aleja con mis dos amigas y, por el balcón de la primera planta en la que me hallo, veo cómo salen de la discoteca. Sólo entro un momento en el baño que tengo a dos metros de distancia y vuelvo a mi sitio a esperar a mi amigo, el seguridad simpático gruñón. Soy una niña buena. Ironizo.
No tarda mucho. Lo justo para que vuelva a preguntarme qué es lo que quiere. No querrá enrollarse conmigo, ¿no? Descarto esa idea. No tiene ni pies ni cabeza. Después de lo de esta noche, estoy más segura que nunca que siente algo por Sara y no es sólo cosa mía. He visto cómo se miraban. Cómo se retaban. He sentido la tensión que hay entre ellos. Tendré que hablar con mi amiga. Pero sé lo que me va a decir, que estoy loca. Se cerrará y no querrá hablar del tema. Si esto ocurre, sabré que realmente siente algo por él. No me lo ha confirmado nunca y me lo niega, pero también tenemos en común el miedo a las relaciones. Cada una de nosotras tiene sus motivos, pero al fin y al cabo, huimos de los sentimientos. Jamás me ha explicado por qué y yo nunca le he preguntado. Cuando evitas este tipo de emociones, es por algo importante. Algo te ha hecho daño y te ha dejado huella y sé, por experiencia propia, que no es fácil hablar de ello y que no debes exponerte si no es por iniciativa propia. Algún día, cuando esté preparada, me lo contará. Y yo estaré a su lado. Pase lo que pase. El tiempo que haga falta. Y ella lo sabe.
Joan se acerca a mí y me dice que lo acompañe. Alejo la espalda de la pared en la que la tenía apoyada y comienzo a caminar detrás de él. Esta vez no me agarra del brazo. Si no me he escapado mientras acompañaba a mis amigas al taxi, no voy a salir corriendo ahora. Me insta a que lo siga. Subimos las escaleras hasta la última planta, continuamos por un pasillo muy poco iluminado y, sin avisar, para ante la última de las puertas. Casi me topo con su espalda. Tengo que frenar en seco. Llama y, sin esperar respuesta, abre y entra. Lo pierdo de vista.
No escucho nada y no es que no lo intente. Aunque estoy muy nerviosa, la cotilla que llevo dentro me puede y está deseando averiguar qué es lo que sucede. Me asomo un poco y sólo veo su espalda, es tan ancha que ocupa todo mi campo visual.
—Está bien, Joan, gracias —dice una voz grave.
Este se gira, da la vuelta y sin casi mirarme se va. Hoy no está siendo nada simpático. Tengo que replantearme si me gusta para Sara o no.
Aún no me he dado cuenta de nada. Nadie me ha invitado a entrar, pero ya tengo medio cuerpo dentro y, si he llegado hasta aquí, será porque alguien solicita mi presencia. Hoy me siento valiente.
Sólo he invadido un poco la habitación cuando me doy cuenta de que dos ojos me taladran con la mirada. Dos ojos azul intenso. Vuelvo a parar y se me reseca la garganta. No puedo tragar.
Es salvaje y sensual. Emana confianza y seguridad. Domina mi cuerpo sin ni siquiera tocarme. Me enciendo sin poder controlarlo.
Puto dios del sexo.
10
PUTO DIOS DEL SEXO
El dueño de esa mirada que me tiene atrapada se levanta sin decir nada. Alejandro. Lo observo mientras avanza directo hacia mí. La blusa desabrochada sin corbata, las mangas de la camisa remangadas hasta el codo y el pelo desaliñado. Intento salir corriendo, pero mis piernas no se mueven. ¡Malditas traicioneras! Está a menos de un metro cuando me rodea y cierra la puerta. Suspiro aliviada, pero la sensación dura un segundo. Su olor penetra en mis fosas nasales y se me para la respiración. Me estremezco.
Vuelve a pasar por mi lado sin tocarme ni rozarme. Se aleja y deja caer su cuerpo, sin llegar a sentarse, sobre una gran mesa de despacho. Cruza los brazos a la altura del pecho. No piensa decir nada. Yo tampoco. Él ha pedido que viniera. Que me diga lo que tenga que decir y saldré de aquí cagando leches, siempre que mis piernas decidan dejar de traicionarme y me hagan caso. Las muy putas.
Me observa. Diría que está furioso, pero no lo entiendo. No he robado nada. Ni partido. Ni destrozado. No hemos hecho el ridículo, al menos nadie nos ha visto, ni nos hemos peleado en medio de la pista. Esta noche, aclaro. Ya estoy diciendo tonterías. Bueno, las estoy pensando, que no es tan malo como soltarlas sin ton ni son y que alguien las escuche.
«Para, Dani, no te embales».
Descruza los brazos y aprieta con las manos el borde de la mesa. Me doy cuenta que tiene los nudillos blancos. Si no deja de apretar con esa fuerza, la va a hacer añicos. La sala está equipada con tecnología punta. Veo todo un frontal, el de mi izquierda, lleno de ordenadores y monitores desde donde se puede vigilar y controlar toda la discoteca, y la pared de enfrente, la de mi derecha, es un cristal que va del suelo al techo y desde donde se aprecia toda la sala. Aquí no se escucha la música, sólo un leve zumbido. Está bien insonorizada. Me asomo sin casi moverme y puedo visualizar la pista completamente llena y a la gente bailando desinhibida y libre.
«Cabrones con suerte».
Se levanta y me asusto. Qué bien le sienta esa camisa blanca remangada hasta el codo, los botones abiertos dejando entrever su pecho…, esa forma de caminar…
Babeo.
Se acerca lentamente a mí.
Vuelvo a babear.
La verdad, me da un poco de miedo. Su cara sólo indica fiereza y sus ojos indomables empiezan a vidriarse. Diría que son un poco más oscuros que hace sólo unos segundos. Me pongo en guardia. Mi cuerpo se alerta.
Frena.
Se masajea la sien, se toca el pelo y llena sus pulmones. Trata de tranquilizarse, pero algo me dice que no lo consigue. Vuelve a mirarme y su visión sigue siendo la de una persona alterada, perturbada, algo le ofusca y no logro entender de qué se trata. Se da cuenta de lo nerviosa que me está poniendo y se aleja unos pasos. No sabe manejar la situación y eso le asusta. Y creo que no me equivoco si digo que es la primera vez en la vida que le pasa. Está muy aturdido.
Sólo llevo aquí un minuto y ya siento que el oxígeno de esta gran habitación se agota. Le doy un toque a mis piernas para que me hagan caso y, cuál no será mi sorpresa, comienzo a caminar en dirección contraria a él. Pero sólo consigo avanzar un metro.
—Dónde cojones crees que vas —ruge enfurecido.
Hala, otra vez mis piernas deciden hacer caso al dueño de esa voz y pasar de mí descaradamente. Paro. Es más, me giro y voy hacia él. Me detengo justo a un metro de distancia. «Vaya, gracias, piernas traicioneras».
Nos observamos.
Bueno, yo lo contemplo, no puedo remediarlo. Resulta en exceso atractivo. Y Sara no se equivoca. Rezuma sexo por todos los poros de la piel. Puedo olerlo desde aquí.
Silencio.
Él lo rompe:
—¿Esta noche te has propuesto besar a todo mi puto club? —ladra, los ojos se le salen de las órbitas.
No sé qué pensar.
Primero, este es su puto club. Eso tiene mucho sentido. Lo he visto aquí alguna que otra vez, aunque la mayoría casi no las recuerde. Y no tiene pinta de frecuentar estos sitios. Que sea el dueño es otra historia. Ahora todo cobra más sentido. Me ha estado acompañado a casa las últimas semanas. Pero no me conocía de nada. Me ha estado vigilando. Debe ser normal para él. Elegir a su presa y acecharla hasta acostarse con ella. No es difícil para alguien con su poder, su presencia y esta discoteca como trampa para ratones. Qué fácil. Es muy listo. Pues conmigo la lleva clara.
Читать дальше