Subimos al reservado y tres tíos de impresión rodean a mis dos amigas trastornadas y bisexuales. No están bien de la cabeza y cualquier día me vuelven loca a mí. Nos los presentan y uno de ellos me mira con cara de cordero degollado. O con cara de que el cordero degollado, si me dejo, sea yo. Es muy atractivo y el brazo lo lleva tatuado. No necesito más para decidirme. Esta va a ser la forma de dejarle claro a Roberto que el tándem "él y yo" no es buena idea y, de paso, dejarme claro a mí que puedo tener sexo desenfrenado después de lo ocurrido esta mañana, olvidarme del cabrón enchaquetado y seguir con mi vida como si no lo hubiese conocido nunca. Tal vez no sea un buen plan, pero estoy desesperada y necesito hacer algo al respecto. Sólo hay un par de problemas. Que sí que lo he conocido, y de forma muy íntima, y que las dichosas agujetas que me ha dejado no hacen otra cosa que no sea recordármelo. Maldito cabrón enchaquetado.
Lo odio.
Lo re-odio.
Argg.
La camarera trae otra ronda y vuelvo a beberme mi copa de dos tragos. No me ha llamado ni me ha mensajeado en todo el día. Después de cómo me echó de su casa esta mañana no es que lo esperara, pero en lo más profundo de mi ser me quedaba un resquicio de esperanza. ¿Esperanza de qué? No quiero que se ponga en contacto conmigo.
Seguro.
Decido que este es un buen momento como cualquier otro para borrar su número de teléfono. No creo que me sienta tentada de llamarlo, pero por si acaso, ya sé que después de la quinta copa no soy dueña de mis actos. Después de la séptima ni me acuerdo de ellos.
Me siento y pretendo dejar un poco de lado al tío que me voy a tirar esta noche. Saco el móvil de mi cartera y lo busco. Jaime –no os he dicho todavía cómo se llama el hombre que me está comiendo la oreja, literalmente hablando–, me susurra sin dejar de hacer lo que está haciendo:
—¿Te vas a poner a jugar al Candy Crush ?
Vale, está perdiendo muchos puntos. Otra tontería como ésta y lo tiro a la pista de baile. Y estamos a una altura considerable. Que tenga cuidado conmigo. Lo miro y guardo el móvil. Es más guapo de cerca. Voy a olvidar lo que ha dicho y me voy a centrar en su cuerpo. Está claro que su mente no me va a atraer en la vida. Buena señal. Fantástica. Jamás me engancharé a él. Pertenece al primer grupo de tíos, los que tirarte y olvidar al levantarte. Genial. Se me ilumina la cara.
Miro a mi alrededor y Sara y Sofía se están enrollando con los otros dos, no recuerdo sus nombres. Menganito y fulanito. Menganito es el rubio, que está violando la boca de Sara. Y fulanito el moreno, que masajea el culo de Sofía. Roberto ha desaparecido. No lo veo por ninguna parte. Me vuelvo a plantear si liarme con este caballero –que no huele del todo mal– será buena idea. Roberto ya no está y uno de mis propósitos, intentar que este se haga a la idea de que no soy para él, se ha ido al traste.
Aún me está comiendo la oreja. Lo dejo y poco a poco se acerca cada vez más a mi boca. La roza y la sensación no es del todo desagradable, así que dejo que continúe. Comienza a morderme el labio inferior. Es una sensación interesante. Nada comparado con lo de anoche y esta mañana, pero esto es lo que me conviene. No sentir demasiado. Me aferro a la idea de que es mejor sentir poco a arriesgarme a que me partan el corazón. No lo permitiré.
Justo antes de conseguir meterme la lengua, se vuelve a apagar la música y todo se ilumina de manera que nos ciega. Jaime –así se llama– se aparta de forma automática como lo hizo Roberto momentos antes y yo consigo recomponerme. El Dios de la Oportunidad vuelve a apiadarse de mí y le doy las gracias en silencio. Durante este breve segundo me doy cuenta de mi error. Liarme con Jaime no va a hacer que olvide a Alex y sólo han pasado unas horas desde que me acosté con él. No estoy preparada para tirarme a dos tíos diferentes el mismo día. No soy Sara. Ni Sofía. Ellas se tiran a dos el mismo día y a la vez si les apetece y se les presenta la oportunidad. No las estoy criticando. Creo que ellas disfrutan del sexo de una manera más plena. No le ponen límites a su placer. Exploran y deciden lo que les gusta y lo que no, que son muy pocas cosas. Gozan de su sexualidad sin fronteras y no ponen etiquetas ni se sienten mal por lo que hacen, por cómo sienten. No dejan que la sociedad dirija sus vidas, la personal e íntima, y no son amigas de los protocolos además de que odian los prejuicios. Son realmente libres y eso, en realidad, me causa envidia.
Se escuchan murmullos y abucheos. No es normal que en uno de los mejores clubs de la ciudad pase esto. Y mucho menos dos veces en la misma noche. Tienen que tener problemas serios.
Sara se levanta y me pide que la acompañe al servicio. Muy oportuna también. No tendré que darle explicaciones a mi rollo desde hace media hora. Después del baño me iré a casa y le diré a mi amiga que se disculpe por mí. Que se excuse diciendo que me ha picado una avispa en el ojo, he tenido que coger un taxi y dirigirme sin remedio al hospital. Es creíble, puede pasar.
Vamos las dos dando tumbos hacia los aseos. No están muy lejos, pero tenemos que subir a una entreplanta, justo antes de lo que deben ser las oficinas y la sala de seguridad. Sigo teniendo agujetas y los tacones no ayudan. Sara tampoco. La muy zorra va casi dejada caer sobre mi brazo. No puedo con ella, pesa demasiado. Todo ha vuelto a la normalidad. La música vuelve a sonar y la luz ahora es más tenue. Qué digo tenue, casi no vemos el suelo que pisamos. Todo el universo se pone de acuerdo para que Sara tropiece, se agarre a mi bolso y las dos rodemos por las escaleras. Qué bochorno.
Compruebo que no nos ha pasado nada. Son sólo tres escalones y están enmoquetados, todo está más cuidado en la zona de reservados. Miro a nuestro alrededor para acreditar que ningún ser humano se ha percatado de nuestra caída. Menos mal. Nadie en mi campo de visión.
Como podemos, nos levantamos, recolocamos nuestros vestidos y terminamos en carcajadas. No paramos de reír. Suelto adrenalina. Esto sí que es justo lo que necesito. Intentamos recomponernos y echamos a andar de nuevo hacia nuestro propósito, los baños, pero dos brazos tiran de nosotras y nos pilla de improvisto. Miramos hacia la cara que nos vigila y no podemos hacer otra cosa que seguir riendo. Joan, con semblante serio, nos observa con esos ojos de un negro intenso.
—Hola, Joan —le dice Sara con cara de no haber roto un plato—. Sólo nos estamos divirtiendo.
—Creo que necesitas que llame a un taxi.
—No me quiero ir a casa, ¡gracias! —le dice sonriendo, pero de manera cortante.
Sara intenta avanzar y soltarse, pero Joan no la libera. Yo me he quedado al margen y no voy a meterme. Soy una espectadora con silla en primera fila para ver esta película donde ni los protagonistas se han dado cuenta de que pueden llegar a serlo, y no me pienso perder el estreno. Nadie me ha invitado, sin embargo, voy a aprovecharlo. Quiero comprobar cómo termina la cosa.
—Yo creo que sí. Aunque tenga que llevarte en brazos —ruge seguro.
—Eres gilipollas.
—Niñata engreída.
Se retan con la mirada. Mi alma gemela me coge de la mano y me insta a que la acompañe.
—Vamos, Dani. No quiero seguir hablando con imbéciles.
Pero Joan a mí tampoco me ha soltado todavía, y tiene una razón.
—Ella tampoco va a ninguna parte. Tiene que acompañarme.
Me quedo sin palabras. Creo que no he hecho ninguna barbaridad. Al menos no esta noche. No he bebido como para perder el sentido y, si hubiese pasado algo, lo recordaría. No niego que alguna vez hayamos roto alguna cosilla –sin querer–, o incluso hayamos robado un servilletero muy mono que nos adorna la mesa de la cocina, pero nada más. Y esta noche nada de nada. Lo juro. Puedo dar fe de ello.
Читать дальше