—Claro.
—Genial. ¿Quedamos el jueves que viene en la biblioteca?
—Después de comer.
—Comemos juntos, si quieres.
—Por mí perfecto —acordé. Laura me dedicó una de esas sonrisas que deseaba ver a cada segundo, giró la esquina y desapareció de mi vista.
Levanté la muñeca para ver la hora que marcaba el reloj. Pensé en ir a la siguiente clase sin tener en cuenta el consejo de Laura pero mis pantalones manchados de sangre alimentarían los rumores que habían nacido aquella misma mañana, así que desestimé la idea de entrar en esa aula. Sin embargo, tampoco quería ir a casa. Allí encerrado sentiría que las paredes se irían juntando hasta aplastarme poco a poco. Además no me apetecía aguantar el ataque de ansiedad que Cruz estaría sufriendo en aquellos momentos. Sin saber qué hacer, salí de la facultad. Entonces, a consecuencia de un pensamiento acerca de mi cita de estudio con Laura, se me ocurrió que podía ir a la biblioteca a por información acerca de un tema que me inquietaba y suscitaba mi curiosidad: la muerte de Javier Alcázar. Solo me separaba de satisfacer mis preguntas con una respuesta un aparcamiento entre la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Derecho. Así que, en un impulso poco meditado, no tomé el camino de vuelta a casa, sino que avancé hacia el frente en busca de información que me ayudara a desvelar el misterio.
***
—Laura Gaspar, ¿ha dicho que ella fue la última en hablar con Javier Alcázar? —preguntó Wilson— ¿Usted lo sabía?
—Sí.
—¿Por qué no me ha contado nada? ¿No lo ha creído importante? —me espetó el reportero.
—Relájese. Ni se le ocurra regañarme o le hecho de mi casa ipso facto. —Me impuse ante él, que se dio cuenta del tono de voz que había empleado en mi contra y se calló para después continuar con más amabilidad.
—Podría contarme la verdad acerca de lo que ocurrió en la fiesta de Año Nuevo.
—Podría, pero eso requeriría que le contara el resto de la historia con Laura Gaspar y no estoy por la labor —añadí con sorna—. La vida es dura: a veces no se consigue lo que uno quiere.
Wilson Mooney pareció asumir que no iba a obtener ninguna información acerca de aquel asunto por el momento. Por lo tanto, prefirió dejarlo de lado hasta que se le presentara otra oportunidad de sacar el tema a la luz.
—¿Descubrió cómo había muerto Javier Alcázar? —Cambió el curso de la entrevista.
Arturo Aguilar dio una calada al cigarro, que ya casi se había extinguido, consumido por sus propias cenizas.
—Por supuesto, aunque no fue aquella tarde. —Expulsó el humo— Me costó otras dos descubrir a ciencia cierta qué le había pasado. Debía informarme de muchos aspectos relacionados con la medicina forense y con la tanatología y familiarizarme con ellos a medida que avanzaba en mi investigación. A día de hoy, es difícil de comprender. Estamos a dos clics de obtener cualquier dato que busquemos en la red. Incluso un niño con un móvil y dos dedos de frente puede obtener información acerca de cualquier tema. Por aquel entonces Internet era un sueño en España y una computadora, lo que el fuego para los cavernícolas.
—Es lo que tiene el avance tecnológico. Nos ayuda a mejorar en los campos de investigación.
—Pero también se puede usar como arma. Créame, prefiero el método anterior. Es mucho más sigiloso.
Wilson dejó de escribir. Estaba dándole vueltas a una idea que se había ido formando en su cabeza a lo largo de toda la noche.
—¿Por qué es usted tan desconfiado?
—¿Quiere las razones expuestas según su relevancia o por cronología? —Arturo se rio de su propia gracia, aunque no fue una carcajada sonora, sino un suspiro cargado de ironía— Siempre he pensado que el momento en el que entré en la biblioteca se podía asemejar a cuando Orfeo entró en el inframundo. Iba a descubrir que no siempre se gana en esta vida.
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