—Yo diría que me ha dejado él —un dolor agudo me cruza el pecho mientras lo digo.
—Lo habéis dejado los dos. Conozco a tu marido. Es un cobarde, no se habría atrevido a hacerlo si tú no se lo hubieras puesto en bandeja. —Me mira fijamente con sus ojos marrones y se retira la melena castaña de la cara. Qué sabia ha sido siempre Ro. Lleva razón. Sebastian y yo nos levantamos ese domingo como otro fin de semana más, dispuestos a no hacer nada. Yo suelo pasar el día leyendo y él en el despacho de casa ensimismado en millones de documentos absurdos que no dicen nada. Así transcurre el día libre que permanecemos en casa, muy pocos por cierto. Empezamos a discutir por la temperatura de la calefacción y una cosa lleva a otra y a otra. Que si no hay quien te aguante, que si eres insoportable, no eres la persona de la que me enamoré, no te conozco, yo a ti tampoco, no sé qué hacemos juntos, eso mismo me pregunto yo… y bla bla bla.
—Pero yo lo quiero… nunca pensé que terminaríamos así.
—Así, ¿cómo, cada uno por su lado? No hay otra forma de terminar.
De nuevo lleva razón. Cortar por lo sano es lo mejor. Darle más vueltas a lo mismo no me va a llevar a ningún sitio nuevo. Pero se me hace difícil aceptar que algo tan bonito y duradero haya terminado. Llevamos diez años juntos, la tercera parte de mi vida la he pasado junto a él. Y todo no ha sido malo, al contrario. Los primeros años de nuestra relación fueron maravillosos. Dicen que el enamoramiento (las mariposas en el estómago) solo dura tres meses, yo puedo asegurar que a nosotros nos ha durado muchos más. Nuestra boda fue de ensueño. Por lo civil en el patio de un lujoso hotel. Rodeados de nuestras familias, amigos y un millón de rosas rojas y luces pequeñitas que le daban al lugar un halo de romanticismo que a cualquiera pone los pelos de punta y te invita a soñar. Yo lo hice. Soñé con una vida llena de dicha a su lado. Con varios niños correteando por nuestro salón, sonrisas de comprensión y mucho sexo pervertido sobre cualquier superficie. Entre nosotros siempre ha existido una conexión especial. Lo conocí en la biblioteca de nuestra facultad, los dos estudiamos un Master en Dirección de Empresas y pasamos horas en ese lugar. Estuvimos mirándonos y sonriéndonos entre pupitres y apuntes durante más de dos semanas. Uno de esos días me dijo que si salía con él me invitaría a un café y así fue. Salí, nos bebimos un café solo cada uno y hasta el día de hoy. Día en que toda la vida que hemos construido juntos ha desaparecido en compañía de las ilusiones y proyectos que yo aún recuerdo en mi mente.
—Me pareces increíble —me dijo.
—¿Por qué?
—Porque podrías cambiar el mundo si te lo propusieses —Así me ha visto siempre Sebastian. ¿Qué ha cambiado tanto para que la última vez que me ha mirado lo haya hecho con pena y asco?
—Lo sé, pero no es fácil, son muchos años…
—No te digo que vaya a ser un camino de rosas, pero dentro de unos meses lo superarás y tu vida habrá cambiado para mejor.
¿Cuántos meses? ¿Cuánto tiempo necesitaré para pasar página, olvidar al único hombre del que me he enamorado y volver a ser feliz? No estoy muy segura siquiera de poder lograrlo, pensar en el tiempo que tardaré en conseguirlo es decir demasiado.
—Tengo un amigo psicólogo que puede ayudarte. Podría hablar con él…
—No necesito un loquero —contesto a la defensiva. No estoy enfadada, pero controlo a duras penas mis nervios y, que insinúe que contarle a alguien mis penas solucionará mis problemas, me encabrona bastante. Yo lo que necesito es a Sebas a mi lado. Dándome un beso y diciéndome que todo va a salir bien. Estoy tan acostumbrada a él, a su apoyo y al tono de su voz, que solo con escucharlo me ha tranquilizado siempre. Me cruza por la mente llamarlo y suplicarle que nos demos otra oportunidad.
—Ir a un psicólogo no significa que estés loca. No te digo que vayas mañana. Solo piénsatelo y, si lo necesitas, me lo dices.
—De acuerdo —murmuro, mientras le doy otro sorbo a mi taza de café.
—Andrés comerá con los niños en casa de sus padres. No volverá hasta la hora de merendar —nos informa Carol mientras se acerca a nosotras y se sienta a mi lado.
—¿Vas a contarnos qué ha ocurrido?
Buena pregunta. Ni yo misma tengo claro cómo hemos llegado a esto tras una breve discusión sobre la calefacción de nuestra casa. Les explico por encima la pelea y que no entiendo la razón por la que hemos terminado gritándonos que queríamos el divorcio.
—Él sale perdiendo, no va a encontrar a otra como tú —Carol me mira comprensiva.
—Desde luego, nadie lo va a aguantar tanto tiempo —sentencia Ro desde el otro lado del sofá.
¿Eso es lo que yo he estado haciendo los últimos dos años? ¿Aguantar? Trabajo-casa, casa-trabajo. Es lo que he hecho. Nada de conversaciones banales sobre la cama, nada de besos apasionados, nada de miradas cómplices. Hemos estado compartiendo piso y pagando facturas a medias. Eso es lo que Sebastian y yo hemos hecho últimamente.
—¿Es definitivo? —pregunta Carol.
—Supongo que sí… él parece tenerlo muy claro.
—Seguro que tiene a otra.
Esto último, escuchado de la boca de Ro, me cae como un jarro de agua fría. No lo he pensado hasta ahora. No lo creo capaz. No me lo imagino escondiéndome algo así, lo veo soso hasta para eso. Si no tiene fuerzas ni ganas de acostarse conmigo todos los días, ¿la va a tener para acostarse con otra? ¿O tal vez esa es la razón por la que ya no lo hacía conmigo tan a menudo? ¿Porque se folla a otra que lo deja bien servido? Sebastian nunca ha sido muy fogoso. No es de esos hombres que no pueden pasar tres días sin meterla en caliente. Sabe follar (o eso he pensado siempre), pero no le hace falta hacerlo cada veinticuatro horas.
—No digas eso —le reprocha la otra—. No sabemos qué ha pasado. Lo vuestro no iba bien desde hacía mucho. El desgaste y la monotonía termina con todo.
—Estoy muy enfadada. No entiendo por qué me ha dejado ir de casa sin luchar. Creí que él también me quería —pensé en voz alta.
—Nunca ha luchado por ti, no entiendo por qué tendría que hacerlo ahora —Ro vuelve a clavarme una estaca en el corazón con su comentario—. No me mires así —le dice a Carol, ante la mirada de reproche de ésta—, llevo razón —se centra ahora en mí—. Siempre has sido demasiado buena con él, nunca ha tenido que pelear por nada. Se lo has puesto todo en bandeja, le has hecho la vida muy fácil, eso es así.
Y vuelve a llevar razón. Durante los diez años que ha durado nuestra relación, yo siempre he estado pendiente de él. De su comodidad, que no le falte nada, pero en todo momento lo he sentido recíproco, al menos al principio. El final de nuestra historia, ni ha sido historia ni nuestra. Ha sido de él y de mí. Cada vez más separados por el abismo que se ha abierto entre nosotros.
—Mira el lado bueno, no tenéis hijos. No tendrás que volver a tener nada que ver con él.
Y eso me duele mucho más. Quiero seguir formando parte de su vida. Él ha sido la mía. ¿Cómo voy a sacarlo de ella así, por las buenas? Si Sebas ha sido el eje que lo ha sostenido todo. Mi otro yo. Mi otra mitad. El estabilizador de desastres. La solución a casi todos mis problemas.
—Siento disentir, pero no estoy de acuerdo. Creo que si me separara, mis hijos me ayudarían a superarlo. No sois madres y no me entenderéis… cuando tienes un hijo… no vuelves a sentirte sola. No te da tiempo.
Sé que Carol dice eso porque lo siente, sin embargo, solo sirve para hundirme un poco más. En realidad nada de lo que diga me podrá ayudar en estos momentos. Nosotros no hemos tenido hijos. No ha estado entre mis prioridades y, aunque el futuro no me lo imagino sin niños correteando por la casa, siempre los he aplazado. Mi marido nunca me ha presionado sobre el tema.
Читать дальше