—¿Podemos hablar un momento? —Le pregunto, pero él no dice nada—. A solas —miro a su secretaria y no puedo controlar que mis ojos se vayan a su escote. Son operadas, sentencio. Marga, creo recordar que se llama, lo mira buscando su aprobación y desaparece de mi vista subida a unos tacones de infarto.
—Estás guapísima —me alaga.
—Gracias, pero dejemos los cumplidos para otro momento. ¿Cuándo has llegado?
—Hace una hora. He intentado negarme a venir, sabía que estarías aquí, pero me ha sido imposible escabullirme.
—Y tienes que presentarte con tu secretaria como acompañante.
—Ella conoce a todos los clientes. Maneja bien los contactos.
Esa zorra no es lo único que sabe manejar.
—Nerea —da un paso hacia mí y me aparto. Suspira y sigue—. Sabes perfectamente que es trabajo…
—¿Te acuestas con ella? —la pregunta se escapa de entre mis labios.
Su silencio da respuesta a mi consulta.
—Solo ha pasado una vez y ya no estábamos juntos. Nunca te he mentido.
Se me corta la respiración y me giro, tratando de escapar; Sebastian me agarra del brazo y me para.
—No significa nada.
—¡Suéltame! —siseo. Corro hasta el baño más cercano. Perdonadme que llore ante la noticia de que el que sigue siendo mi marido se haya tirado a su secretaria probablemente sobre la mesa de su despacho. El sitio es lo de menos, pero imágenes de todo tipo, la mayoría rocambolescas, aparecen en mi mente a trompazos. Me meto en uno de los baños y me permito derramar unas lágrimas ante esa idea. Entiendo que la necesidad de cada persona de tener sexo con otra difiere según qué cosas, pero me cuesta creer que Sebas tenga ganas de acostarse con alguien que no soy yo cuando a mí ni se me pasa por la cabeza hacerlo.
Alguien da unos toques en la puerta preguntando si me encuentro bien. Le digo que sí, que no se preocupe y susurro que ya salgo entre hipos y sollozos.
—¿Necesitas algo? —me pregunta Dani, la recuerdo.
—Oh, gracias. Estoy bien —le contesto bastante afligida, tratando de no llorar más.
—Me ha parecido que no lo estabas. Espera… tienes un poco de rímel aquí —coge un trozo de papel del servilletero pijo que yo misma me he encargado de poner y me ayuda a limpiarme.
—Gracias. La vida es un asco —me miro en el espejo, refregando la tinta negra sobre mi piel y no entiendo muy bien por qué me sincero con esa mujer —. Mi ex marido ha venido a la fiesta a refregarme por la cara que tiene una amante. Si pudiera, le cortaba los huevos.
—Si vas a sentirte mejor, hazlo —me aconseja y me saca una pequeña sonrisa; muy corta, pero suficiente por ahora—. Pero habla con propiedad. La vida es maravillosa, son los tíos los que no valen nada.
En ese momento, dos mujeres, que no me caen para nada bien, nos interrumpen y una de ellas me insta a que atienda la barra y la falta de Macallan . Así que nos despedimos de ellas y me parece escuchar que Dani, la encargada de la exposición, la llama Whisquera Pajillera . Sonrío para mí y la acompaño hasta fuera. La dejo en un duelo a muerte con el dueño de la empresa y repongo la falta de Whisky antes de que Marina o Natasha se quejen y tenga algún problema con el jefe. Las conozco de otros eventos que he preparado y de nuestras relaciones laborales, y soy consciente de la mala leche que gastan.
Llego a casa pasadas las cinco de la mañana, me duelen los pies una barbaridad y casi no puedo caminar. El taxi me deja en la puerta de mi nuevo edificio y recorro los pocos pasos hasta el portal notando el frío sobre la planta de mis pies, aguantando los zapatos con una de mis manos. Salgo del ascensor en mi planta, paro frente a la puerta e intento abrir con una de las llaves. La cerradura se resiste y trato de hacerla girar con un movimiento de muñeca. Lo intento otra vez y… Escucho la puerta de al lado abrirse. Miro en esa dirección y una chica muy atractiva y con pinta de modelo de pasarela me mira con cara de pocos amigos. La saludo con un cordial «buenas noches», pero ella me ignora por completo y desaparece dentro del elevador. Vaya, pues parece que tengo vecina y, por cierto, bastante antipática.
Quince minutos después, me he dado una ducha, puesto el pijama y preparado un café que me tomo tirada sobre mi maravilloso sofá. Escucho el poco tráfico de Madrid muy a lo lejos y el silbido del viento que se cuela por una ventana mal cerrada. Me levanto y la empujo para sellarla bien. Miro hacia el cielo y me entretengo buscando las estrellas, durante mucho tiempo fueron los astros los únicos que conseguían darme paz, hace tanto tiempo de aquello que casi se me había olvidado; ceso en mi intento por encontrarlas y me tumbo en mi cama tapada hasta los ojos. Escucho un fuerte golpe en el piso de al lado seguido de lo que me parece un «joder». Caigo en la cuenta de que debo de tener más de un vecino, ¿una pareja tal vez?
El viernes salgo de casa con mis mejores vaqueros y mi más abrigado chaleco de lana. Hace un frío que corta la cara. Joel me saluda con unas ojeras negras muy a juego con las mías. Pasan las diez de la mañana cuando llego hasta él y le ofrezco uno de los cafés que llevo en las manos, sin embargo, ninguno de los dos hemos dormido más de cuatro escasas horas. Mi ayudante me recuerda la importante fiesta de fin de año que tenemos que terminar de organizar durante estos días.
—No me gusta trabajar en fin de año —se queja dándole un sorbo al café.
—No hace falta que vengas. Yo me pasaré a echar un vistazo y me iré cuando todo esté controlado. Seguro que Toni tiene mejores planes para vosotros dos —me siento sobre su mesa y me masajeo la sien.
—Quería llevarme a los Alpes Suizos, pero, reina de los Ángeles, jamás te dejaría sola en un evento tan importante.
El acontecimiento en cuestión es la fiesta de fin de año de un famoso grupo de rock británico recién llegado a nuestro país. Se celebrará en La Finca, la urbanización más selecta de Madrid y a donde asistirán famosos y gente influyente de todas partes del globo.
—¿Cómo se llama el grupo? —pregunto.
—The Fox’s Lair. ¿Lo conoces?
—He escuchado una canción, de casualidad.
—Por lo visto han tenido mucho éxito en el Reino Unido y ya son número uno en nuestro país.
—Sabes muchas cosas sobre ellos.
—En las semanas que estuviste ausente tuve que encargarme de todo, ¿recuerdas? —me mira y se ríe. Le acompaño en el gesto y le doy un cariñoso beso en la mejilla.
—No sé qué haría sin ti.
—Muchas cosas, nena, pero nada interesante. Por cierto, el cantante del grupo está cañón, te caerás de espaldas cuando lo veas. El manager vive estreñido, pero los chicos parecen salidos de una revista de tíos buenos.
Nunca le agradeceré bastante a Joel lo que hace por mí, ha llevado la empresa adelante como si fuera de él durante el tiempo que me tomé de descanso tras abandonar mi casa y mi marido y tengo que buscar una forma de darle las gracias. Algo especial.
—¿Cuántos años tienen? —pregunto por curiosidad, por supuesto lo que menos me apetece en estos momentos es flirtear con roqueros veinteañeros, con las autoestimas demasiado altas y rodeados de groupies que babean a cada paso que dan.
— Queen . No les he preguntado la edad. Míralo en Wikipedia si tanto te interesa —suelta, sardónico.
Pongo los ojos en blanco y paso de él. Quiere picarme y hacerme hablar sobre hombres y la posibilidad de salir con alguno. Me levanto y lo dejo solo atendiendo una llamada telefónica. Mía tiene hoy el día libre y nos tenemos que repartir el trabajo de recepcionista entre los dos.
A la hora de comer aprovecho para comprar un regalo a mi madre, ese detalle apaciguará a la fiera que lleva dentro y, con suerte, me salvo de tener que escuchar su sermón sobre hijas malcriadas que no tienen decencia ni decoro a la hora de satisfacer los deseos de una madre que se preocupa por ellas. Un collar de oro blanco con una cadena muy fina del que cuelga un pequeño corazón llama mi atención y me acerco a él. El dependiente de la joyería me lo enseña y me enamoro al instante. A mamá le gustará. Le pido que me lo envuelva como regalo y espero a que lo haga admirando una colección de anillos con variadas piedras preciosas.
Читать дальше