7
UN TROPIEZO, UNA GUITARRA Y TÚ
Pablo… ¿Qué decir de él? Pablo es como una aparición mariana de esas que dejan huella, como un sueño erótico del que desearías no despertar jamás. Nada que ver con el niño desgarbado que recordaba, todo lo contrario, como diría Joel: un portento de man . Lo encuentro sentado sobre el suelo, con la espalda apoyada en la pared y las piernas flexionadas a la altura del pecho en una postura desganada. Lleva una chaqueta de cuero negra sobre un chaleco de lana gris de cuello alto, vaqueros desgastados y unas botas de cordones también negras. Barba de varios días y el pelo despeinado. Todo envuelto en un olor a perfume caro de hombre mezclado con su esencia varonil.
—Pétalo, estoy hasta los cojones de esperarte. Me duele el culo de estar aquí sentado —suelta, rudo, antes de mirarme y darse cuenta de que soy yo—. Vaya, eres tú —suena a desilusión.
—Si, siento decepcionarte —digo en voz alta lo que solo debería haber pensado. Me mira, sonríe y no se aparta.
—Si no te quitas, no puedo pasar —lo informo de lo obvio, cortante.
Retira las piernas y me hace un gesto con la mano para que suba el último escalón. Lo hago, pero tropiezo con su pie (que vuelve a estar donde no debe) y caigo sobre su regazo quedándonos en una especie de apretón. Mis brazos rodean sus hombros y los de él mi cintura. Mi nariz casi puede rozar la suya.
—¿Qué haces? —pregunto, impertinente.
—Salvarte de una caída mortal por las escaleras —intenta ponerse serio, pero no lo consigue del todo—. Deberías agradecérmelo.
—Lo has hecho a posta —lo acuso.
—No sé de qué hablas —noto su respiración sobre mi boca.
—No te hagas el tonto, me has hecho la zancadilla.
—¿Y no te alegras?
—¿Cómo dices? —pregunto, contrariada.
—Que te encanta que lo haya hecho. No encuentro otra explicación para que me abraces de esta manera —me aprieta más contra él y me doy cuenta de que mis brazos lo rodean con fuerza y decisión. Abro la boca para decir algo, sin embargo, prefiero callarme y no meter más la pata. Me levanto con rapidez y él lo hace detrás. Giro para introducir la llave en la cerradura y abrir la puerta. Siento su pecho demasiado cerca de mi espalda.
Me doy la vuelta y lo miro.
—¿A dónde vas?
—Dentro. He venido a ver a Cristina —habla como si fuera indiscutible.
—Ya, pero Cris no está y no sé cuánto va a tardar —respondo, cortante.
—¿Qué te pasa hoy?
—¿Por qué crees que me pasa algo? —levanto la cara, irritada.
—Porque no te brillan los ojos como siempre y no me gusta verlos así.
Su contestación me paraliza durante unos instantes, pero vuelvo a mí unos segundos después. Me giro a abrir la puerta y contesto.
—No me conoces de nada, ¿qué sabrás? —entro en el apartamento y dejo la puerta abierta para que él haga lo mismo. Voy a la cocina y cojo una Coca Cola. Cuando salgo al salón, Pablo deja una guitarra junto al sofá y se sienta al lado. Coge el móvil y se lo lleva a la oreja.
—Soy yo. ¿Tardas? —suena hosco—. No me pasa nada. ¿Vienes o no? … Vale, te espero.
—¿Quieres algo de beber? —le ofrezco.
—No, gracias —responde, seco.
—¿Y qué te pasa a ti ahora? —me sorprende su tono de voz.
—No tengo sed —ni siquiera me mira, escribe un mensaje con rapidez. Me tengo merecida su contestación, me he comportado bastante estúpida. Pablo no tiene la culpa de que mi matrimonio se esté yendo a la mierda ni que el trabajo esta semana haya sido tan duro, no merece que pague con él lo que me ocurre, así que trato de entablar conversación.
—¿Y esa guitarra? ¿Tocas?
Me clava la mirada con cara de pocos amigos.
—Vale, lo siento. He sido un poco descortés. No he tenido una buena tarde.
—Yo tampoco, pero no lo pago contigo —sigue trasteando con el móvil y ni me mira.
—Ya te he dicho que lo siento.
—¿Te suele bastar con decirlo? —deja el teléfono sobre la mesita baja y me mira. No sonríe, y me doy cuenta de lo que echo de menos que lo haga.
—Eres imbécil… —lo insulto. Se levanta y se pone frente a mí. Me saca más de una cabeza, su grande y musculado cuerpo me impone. Tengo que levantar el mentón para no desconectar nuestras miradas.
—Iba a aceptar tus disculpas, pero que me insultes hace que me lo replantee. ¿Sabes qué? —aprieta la mandíbula durante unos segundos, después la relaja—. Cena conmigo esta noche y lo olvido todo —me regala una sonrisa de las suyas, de esas que le ocupa toda la cara y te dejan ciega, y, en contra de mi voluntad, mi corazón da un saltito.
Le doy un puñetazo en el pecho.
—¡No estabas ofendido! ¡Lo has hecho para molestarme! —ensancha más su sonrisa—. Por supuesto que no voy a cenar contigo. Ni ahora ni nunca. No insistas más.
Lo dejo en el pequeño salón y me retiro a mi habitación.
El día ha sido agotador y casi no tengo apetito, así que me pongo el pijama, me tumbo sobre la cama y trato de dormir escuchando algo de música. Me quedo en un estado de duermevela durante más de una hora, tanto que se me olvida que he dejado a Pablo solo en el salón y no me preocupo si Cristina ha vuelto a casa o no. Unos preciosos acordes de guitarra me despiertan de mi sueño, le subo el volumen al móvil para escuchar mejor la melodía, pero me doy cuenta de que el teléfono se ha quedado sin batería. Lo miro, extrañada, y me quito los cascos de las orejas. Ahora escucho la canción mucho mejor, una voz masculina, pero muy dulce canta en inglés. Me incorporo y abro la puerta de la habitación, Cristina ha debido de llegar y ha puesto algo de música, sin embargo, me encuentro con una situación totalmente distinta a la que esperaba. Pablo sentado sobre el sofá, con la guitarra sobre su regazo, tocando las cuerdas con maestría y cantando muy bajito. Se ha quitado la chaqueta y deshecho también del chaleco de lana gris y su cuerpo solo lo cubre una camiseta blanca de mangas largas remangada a la altura de los codos. El pelo le cae sobre la frente de una manera muy salvaje y me fijo en las venas que sobresalen de la piel de sus brazos, pero mis ojos viajan hasta su boca y allí… allí no me importaría quedarme a vivir. La letra habla sobre amantes desnudos y flores sobre el agua, sobre vivir o no vivir. Casi ni me percato de que Cristina lo escucha sentada en el suelo frente a él.
—Con canciones como esta, normal que folles tanto. Si hasta yo me acostaría contigo ahora mismo —le dice mi hermana cuando termina.
Pablo deja la guitarra a un lado y le da un trago a su cerveza.
—Esta semana viajo a Londres, ¿quieres venir? Solo serán unos días.
—Me encantaría, pero estoy a tope de trabajo —Cris se levanta y me ve—. Nerea, hemos pedido pizza, ¿te apetece?
Asiento con la cabeza y camino hasta el salón, siento la mirada de Pablo sobre mí. Mi hermana desaparece en su habitación y yo me escondo en la cocina, pero un minuto después me doy cuenta de que no tengo más remedio que salir, así que lo hago y me siento en el sofá, junto a Pablo.
—Preciosa canción, me ha encantado —musito casi sin mirarle.
—Vaya, un cumplido —contesta, resuelto. Hago caso omiso a su comentario y sigo.
—No sabía que supieras tocar y… cantar.
—Lo intento —se encoge de hombros.
—La letra hablaba de dos amantes que no saben si quieren vivir o morir —comento.
—No exactamente, pero algo así —da un trago a su cerveza y la mira.
—Hablas ingles a la perfección, ¿verdad?
—Llevo años viviendo en Londres. Considero esa ciudad parte de mí —deja el botellín sobre la mesa y me mira. Sus ojos azules se clavan en los míos y durante unos segundos ninguno dice nada. Se crea una especie de cápsula a nuestro alrededor y siento como si estuviéramos solos en el mundo, antes solo me había pasado con una persona. Puedo notar su respiración acompasándose a la mía.
Читать дальше